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Fecha: 20-Nov-23 « Anterior | Siguiente » en Gays

Los deseos (Piloto)

Enekillo
Accesos: 6.952
Valoración media:
Tiempo estimado de lectura: [ 35 min. ]
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Todo el mundo pagaría por cumplir un deseo. Pablo puede tenerlos todos, o eso parece. De momento a salido vivo por los pelos de algo que ni siquiera había pensado. Eso sí: con final feliz. Version para imprimir

¡Hola lector/a! Me gustaría aclarar artes de que comiences a leer que este texto, a pesar de ser erótico gay, tambien tiene partes de ciencia ficción y algo de parodia dirigida a series en la que los protagonistas tienen un ser mágico o una creación que los ayuda en todo momento con creaciones que  los sacan de apuros. Pues eso, espero que lo disfrutes y si es bien recibido, habrá más cápitulos.

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Aunque parecía que todo iba a ser distinto cuando llegase a la universidad, en realidad no fue así. Pablo seguía levantándose temprano para desayunar a solas, con la compañía de su pastor alemán de ocho años, Kiba, a quien sigue sacando a dar una vuelta antes de ir a las clases ya que desde su adopción su madre le dejó claro que estaría bajo su cuidado. A veces pensaba que Kiba era el único que lo entendía y exigía muy poco, queriéndolo tal cual era. Hace seis años sus padres terminaban discutiendo y después de esto su padre se fue y no regresó. A pesar de que su madre hablara bien de su padre, Pablo había pasado página, pues había visto como su madre lo llegó a pasar mal en varios momentos, aunque hace tres años conociera a un nuevo hombre y nuevamente se casara, teniendo ahora un padrastro y junto a él una hermanastra cinco años mayor.

En clase podía decirse que era un alumno aplicado. Siempre había estado interesado en los dibujos, sobre todo los comics y mangas japoneses, siendo un tanto el “raro” del colegio y después del instituto. Y aunque ahora en bellas artes no era la excepción, seguía siendo bastante tímido y reservado con los demás, sobre todo con los chicos que le atraían. Desde pequeño había estado acomplejado por las burlas de sus compañeros, e incluso la insistencia de su padre para que dejase sus comics e hiciera deporte. Pero, aunque intentaba contentar a su padre probándose en distintos deportes, era un fracaso tras otro. La llegada de Kiba fue tal vez lo mejor que le había pasado nunca, ya que comenzó a salir a la calle el solo e incluso a interactuar con otros chicos del barrio.

Aunque la tarde la tenía libre, no desperdiciaba nada de ésta. Después de comer volvía a salir con Kiba, esta vez dando un paseo más largo y con otra intención además de que el perro pudiera hacer sus cosas y estirarse. Por la zona vivía un chico llamado Mario que también lo había visto por la universidad, solo que era algo más mayor y hacia otra carrera. Pablo creía que era el chico más guapo con el que se había cruzado, más aún cuando el primer día estaba perdido buscando su clase y Mario lo ayudó sin más, sonriéndole. Aunque cuando lo veía entrenando en las canchas de baloncesto cerca de casa, Pablo no podía evitar echar un vistazo rápido e incluso más de una vez se llegaban a saludar moviendo la cabeza o levantando la mano. Era algo con lo que Pablo se conformaba, sobre todo cuando lo veía con pantalones cortos o en días de calor con camisetas sin mangas o sin las prendas superiores.

Estudiar, hacer algún trabajo, tareas de casa, rascarse la barriga… masturbarse. Después de ver algún anime yaoi o video porno, donde aparecían hombres con cuerpos impresionantes en los que llegaban a tener algo más que un simple roce, Pablo imaginaba como seria ser uno de esos protagonistas. En su habitación no tenía un solo espejo, lo había cubierto con posters y placas e incluso estanterías llenas de estatuillas que le habían costado el sueldo de todo un verano. Quizás por eso no prestaba mucha atención a su apariencia, que no era el gremlin que creía ser, y aunque siempre tenía el cabello revuelto y en la cara, tenía unos ojos grandes de un tono avellana llamativos, además de una tez pálida que contrastaba con el color de su pelo, que a diferencia de en su cabeza, apenas tenía por el resto del cuerpo ni rostro. Y al igual que su madre, había heredado una complexión delgada a pesar de ser mucho más alto. Esto siempre le había hecho parecer débil con los demás, por lo que en su adolescencia comenzó a llevar ropa mucho más holgada y oscura hasta el día de hoy. Y aunque su sexualidad era un secreto, si era conocido por Rebeca, su hermanastra, quién prácticamente le animaba a lanzarse con el primero que pasara. Además de su mejor amigo Gonzalo, un chico que había decidido hacer unos cursos de secundaria para comenzar a trabajar y ganar dinero. A diferencia de Pablo, Gonzalo había salido con la misma chica desde los quince años, por lo que al menos de forma heterosexual, no era virgen. Claro que Pablo lo seguía siendo en todos los sentidos.

::

Aquella tarde Pablo no había visto a Mario, claro que siendo época de exámenes seguramente no tendría tiempo de relajarse. Mientras Kiba iba de un lado a otro disfrutando del parque, comenzaron a encenderse las luces de las farolas. Pablo contestó a un mensaje de Gonzalo negando que iría a la fiesta de cumpleaños de Marta, su novia. Aquello le haría sentirse como pez fuera del agua, con gente que apenas conocía, un ambiente demasiado movido para él y seguramente Gonzalo terminaría por intentar adosarle un amigo de Marta que también fuera gay, porque claro, “sois gays”. A veces Pablo sentía la necesidad de darle un martillazo en la cabeza a su amigo, ¿acaso él estaba con Marta solo porque le gustaban sus…? Bueno, tal vez algo más que eso ¿no?

De un momento a otro Kiba se metió entre unos matorrales y aunque Pablo lo empezó a llamar, el perro no salía. Algo cabreado el chico se fue acercando con las manos en los bolsillos ya que había bajado la temperatura unos grados y no llevaba chaqueta. Empezó a meterse entre los matorrales buscando a Kiba, cuando éste parecía estar escarbando en una parte del terreno. Pablo pensó automáticamente que habrían enterrado algún animal muerto o algo peor, por lo que se acercó a toda prisa para apartar al perro, pero al acercarse, vio algo brillando en la propia tierra. Frunció el ceño notando como Kiba lamía sus manos, y por un segundo pensó en irse, pero su curiosidad fue más fuerte y terminó por acercarse más poniéndose en cuclillas quitando más tierra que había sobre esa luz. Por unos segundos la idea de que se trataba de una habitación bajo tierra se le paso por la cabeza, pero era tan disparatado como el resto de ideas, incluido que estuviera desenterrando aquello en mitad de la nada. Finalmente sacó un colgante con una forma en lágrima que comenzó a brillar con más fuerza. De forma involuntaria Pablo quiso dejar aquella cosa en su sitio para volver a enterrarla, pero al hacerlo golpeóo la lágrima contra una roca rompiéndola. Fue entonces cuando de ésta comenzó a salir una luz destellante, haciendo que Kiba comenzase a ladrar y Pablo lo agarrase con la correa y echase a correr junto a él sin mirar atrás. Sin embargo, cuando iba a medio camino, una chica joven que iba en dirección contraria estaba a punto de cruzarse con Pablo, por lo que éste se detuvo frente a ella mirando hacia atrás.

—¡Tienes que irte! —exclamó asustado tomando de las manos a la chica mientras Kiba ladraba alterado mirándolos—. ¡Hay algo por ahí muy raro! —volvió a gritar. Pablo se dio cuenta que su perro no estaba ladrándolos a ellos dos, si no a la chica, que estaba completamente tranquila. Al mirarla a los ojos, pudo ver una luminosidad poco nátural en sus iris. Pablo se apartó de inmediato sintiendo un cosquilleo en la espalda cubriéndose con los brazos—. ¡No me mates! —rogó al instante cerrando los ojos. Entonces se hizo el silencio. Algo le golpeo suavemente en la cabeza. Al mirar abriendo un ojo, comprobó que era la chica dándole con la mano en la cabeza.

—¿Cómo voy a matar a mi salvador? —respondió a la vez que dejaba aquella pregunta en el aire. Pablo frunció el ceño mirándola: si no fuera por sus ojos aterradores con esa luminosidad irreal, parecía una chica de lo más inofensiva siendo tan bajita y menuda. Entonces se fijó que Kiba no ladraba y era porque estaba comiéndose un filete.

—¿Qué demonios? ¿De dónde…? —Pablo señaló el filete que mordía el perro estando feliz. Entonces la chica se cruzó de brazos.

—Estaba ladrando mucho, y llamaría la atención. No hay mucha gente cerca y encontraste mi prisión, ¡menos mal! —terminó por abrazar a Pablo eufóricamente. Éste se mostró confuso e incómodo, algo que notó la desconocida, por lo que se apartó extendiendo su mano—. Cierto, la mano, mi nombre es Lumir y ahora te debo algo enorme —dijo agarrando la mano de Pablo para sacudirla como si estuviera muerta.

—Espera, ¿es una broma de Rebeca? ¿De Gonzalo? —el chico empezó a mirar alrededor en busca de cámaras con una sonrisa nerviosa—. Seguro que han visto uno de mis mangas y quieren gastarme una broma. ¡Pues no pienso picar! —grito apartándose para volver a casa llevándose a Kiba que recién se había terminado el filete.

—Pe-pero, ¡no es una broma! —dijo Lumir yendo tras Pablo—. Hace siglos un hechicero de tu mundo me atrapó en ese talismán que desenterraste y rompiste hace un momento —empezó a explicar.

—Ya, casualmente “encontré” un talismán perdido y que encima se rompió también de casualidad —Pablo ahora más relajado llegó a usar un tono de sátira—. Y apareciste tú, al otro lado del camino esperando, ¡uh qué miedo! —terminó por reír. Entonces Lumir apareció frente a Pablo después de tele transportarse y entrecerrando los ojos lo señalo.

—Tu no encontraste el talismán, fue tu perro. Tú lo rompiste porque quise comunicarme contigo y lo quisiste esconder de nuevo, ¡así que no digas tonterías! —le espetó viendo cómo se quedaba blanco como un fantasma. Entonces volvió a sonreír y volver a poner una dulce voz—. En fin, de todos modos, me liberaste. Hace mucho tiempo que no estaba libre ¿siguen sirviendo cerveza? —colocó sus manos en su nuca. Pablo terminó por sentarse en un banco del parque, viendo como la noche caía. No podía creer que aquella cosa hubiera hecho aquello como si tal cosa.

—¿Eres un demonio? ¿Un genio? ¿Por qué te encerraron? ¿Por qué quieres que te pida algo? ¿Qué poderes tienes? —de repente Pablo soltó varias preguntas y Lumir torció el morro pestañeando un par de veces.

—Los demonios y genios son ajenos a mi dimensión. A mí me encerró un hechicero de la tuya hace milenios, porque la magia es escasa y era una forma de exprimirme. Después de morir mi carcelero me quedé  encerrada en mi prisión, o sea el talismán, quedó varado —se encogió de hombros—. Y bueno, necesito tu ayuda para “despertar” mis poderes, llevo mucho tiempo sin usarlos. Además, esta dimensión es distinta a la mía, y no la conozco bien —se inclinó un poco para mirarlo a los ojos—. Y puedo hacer casi de todo —amplió su sonrisa.

—La verdad, pareces una loca recién salida del cómicon, pero si te digo que vale ¿me dejarás en paz? —pasó sus manos por su cara volviéndose a poner en pie para continuar de camino a casa.

—Eso me basta —Lumir siguió con la mirada a Pablo y después de perderse ambos de vista, la chica deshizo sus pasos hasta llegar detrás de los matorrales donde todavía estaba el talismán roto, para hacerlo desaparecer y acto seguido, se disolvió en una fuerte luz que ella misma provocó.

Pablo una vez en casa, prefirió no comentar nada de lo ocurrido y darse una ducha antes de cenar. Fue ahí cuando cruzó una mirada helada con su hermanastra Rebeca, pensando que había sido capaz de montar un show de circo para molestarlo, aunque realmente no era su estilo. Rebeca prefería las bromas sencillas y eficaces, como poner salsa picante en la comida, llenar de tinta el dispensador de jabón o meter culebras de goma dentro de la cama. Nada era divertido, pero pagar a una chica para hacerse pasar por una especie de ser interdimensional que al parecer podía realizar cualquier cosa, y ahora necesitaba la ayuda de Pablo… todo resultaba demasiado casual e intrincado. El chico terminó por irse a su habitación y estudiar algo, aunque no terminaba por quitarse de la cabeza a Lumir, y de ser cierto lo que le había dicho no sabría que pedir, o más bien, no sabría por dónde empezar.

::

Cuando despertó, Pablo estaba tan a gusto en la cama sabiendo que era sábado y que no tenía que salir todavía al ser apenas las siete de la mañana, que apenas sacó la cabeza del edredón que lo cubría. Además, notaba como Kiba estaba en el lado de la cama dándole calor sin moverse un ápice, por lo que tampoco parecía tener prisa por salir. Pero entonces escuchó algo que le hizo dar un bote en el colchón, e incluso el perro llegó a comenzar a ladrar.

—Buenos días, ¿Cómo has dormido? —en la silla que había delante del escritorio estaba sentada Lumir, solo que se veía con un estilo más moderno e incluso adulto que el de ayer que parecía una chica de 16 años.

—¿Qué haces aquí? ¿Cómo has entrado? Te van a oír —Pablo completamente alterado intentaba calmar a Kiba mientras miraba con una distancia prudente a Lumir, reconociendo que no era un sueño.

—Tranquilo, he aislado el sonido de esta habitación al resto de la casa —Lumir observó al perro—. Si quieres puedo silenciarlo a el también —alzó ambas cejas como si tal cosa.

—¡No! Deja a mi perro en paz —el chico abrazó al can acariciándole el pecho y cabeza—. Oye, no puedes entrar en mi casa de esta forma ¿y si estuviera desnudo o haciendo otras cosas? —le dijo esperando algo de sentido común. Aunque nada lo tenía realmente.

—Pues aprendería más cosas. Aunque he estado toda la noche en la red y me he ido poniendo al día —Lumir se puso en pie—. Me he perdido muchas cosas, y eso que solo estuve un par de décadas aprendiendo —se encogió de hombros. Pablo se sentó en la cama sin dejar de acariciar a Kiba.

—O sea que viniste a aprender cosas y te atraparon. Eres la peor de tu graduación —aquello hizo que Lumir torciera el morro apretando los puños.

—No exactamente. Bueno, más o menos —se encogió de hombros—. Estaba haciendo un reconocimiento, me despisté y pasó aquello —se acercó a mirar unas figuritas de la estantería.

—Y ahora necesitas mi ayuda para volver —al ver que intentaba tocar una de las figuritas, Pablo se puso en pie y apartó a Lumir llevándola a la silla otra vez—. No toques eso, es caro —le explicó.

—Lo sé, he visto su precio. Pero creo que te han timado y es una copia —miró fijamente a Pablo y sonrió—. Si, necesito que me ayudes porque tú rompiste el talismán, eso me ata a ti y como ya te dije, estoy un poco baja en forma —extendió sus manos—. Solo tendrías que pensar en lo que quieres, yo lo haría realidad. Es fácil —se encogió de hombros.

Pablo al escuchar todo aquello, además de que le hubieran timado con aquella pieza que le costó alrededor de 500 euros, hizo que por un momento pensara “¿Por qué no?”. Toda su vida había imaginado que esas cosas eran reales, y ahora tenía un ser de fantasía delante de él. Respiró profundamente y cerrando los ojos se concentró pensando en un coleccionable caro que deseaba desde hace tiempo. Casi se lo sabía de memoria, cada rincón de aquel objeto, y al tratarse de una venta limitada, era aún más preciada.

—¿Era esto? —la voz de Lumir lo sacó de sus pensamientos. Al abrir los ojos, Pablo vio en las manos de ésta aquel coleccionable. No tardó en llevarse las manos a la boca y arrodillarse como si fuera una especie de regalo divino. Intentó tocarlo, pero se puso tan nervioso que ni podía, por lo que Lumir lo dejó sobre el escritorio y Pablo se puso en pie todavía sin hablar—. Creo que debería intentarlo de nuevo, puede que… —antes de terminar la frase, la mano de Pablo le tapó la boca.

—Es, perfecta —dijo casi a punto de llorar. Lumir enarcó una ceja sin entender porque aquel chico se emocionaba así por un pedazo de plástico, a pesar de conocer las miles de colecciones en el mundo con piezas más caras y delirantes.

—Podríamos intentar hacer algo más complicado, ¿clonar a tu perro? —sugirió Lumir mirando a Kiba con los ojos realmente brillantes. Entonces se escucharon unos pasos tras la puerta y que alguien tocaba en ella bastante fuerte. Pablo rápidamente se metió en la cama cuando la puerta se abrió dejando ver a su madre con la cara medio dormida y también enfadada.

—¿Por qué has puesto la música tan alta a estas horas? Es sábado, nos has despertado a todos, los vecinos nos van a denunciar —la mujer frunció el ceño al no escuchar nada allí dentro y ver la cara de Pablo como si la cosa no fuera con él—. Saca a Kiba anda —un bostezo salió de su boca contagiando al propio Pablo que volviéndose a poner en pie buscando a Lumir que de golpe no estaba allí. Entonces vio sobre el escritorio junto a la pieza coleccionable, una figura de soldado azul metalizado que empezó a mover los brazos. Al acercarse escuchó que también hablaba.

—¿Eres tú? ¿Cambias de forma? Pero si eres pequeñísimo —sonrió de lado, cuando recordó lo que había dicho su madre apenas unos segundos sobre la música—. Oye, dijiste que habías insonorizado la habitación y parece que estoy escuchando música muy alto, no es muy sutil a estas horas —le recriminó apuntándolo con un dedo.

—Bueno, fue un pequeño error —se encogió de hombros—. Al menos esto está bien hecho ¿no? —dijo Lumir mirando a lo que ahora podría ser su nave.

—No está mal —Pablo intentó contenerse con media sonrisa—. Pero no clonarás a Kiba. De momento cosas fáciles, no me fio de ti —lo miro serio comenzando a llevarse la ropa para irse al baño—. Ahora vuelvo —nada más salir junto a su perro, Lumir tomó de nuevo su forma anterior para curiosear las cosas de Pablo, entre ellas algunos comics, mangas y hasta libros tan pesados que costaría leer en varios días sin descanso. Sin embargo, Lumir solo llegaba a tocarlos para saberlo todo de ellos.

Durante las siguientes horas Pablo termina haciendo parte de su rutina en su habitación, mientras Lumir lo observa desde una de las estanterías convertido en figurita. Cuando la casa se queda vacía, es cuando Pablo decide mostrarle la casa a su invitada a pesar de que ésta ya la conoce perfectamente. En el salón deciden sentarse en el sofá y hablar más sobre la procedencia de Lumir, sus poderes y cosas que inquietan a Pablo. Pero también es hora de que Lumir pregunte a Pablo sus curiosidades haciendo que éste se llegué a poner colorado. Y entre conversación y conversación, Pablo comienza a pedirle a Lumir pequeños “deseos” que cumple más o menos correctamente. En un principio tan solo pide cosas materiales, como flores o comida, que, aunque están en perfecto estado no son del color o sabor correctos. Pero una rosa de color verde lima o una fresa con sabor a chocolate tampoco hacía ver que aquello fuera tan mal, después de todo Lumir seguía diciendo que necesitaba practicar más y solo llegaba un día libre. Quedando de acuerdo, Pablo sugirió que Lumir podía ir con él a todos lados si se transformaba en un reloj de muñeca, algo bastante común y cliché en las historias de ciencia ficción, pero que realmente era más cómodo que llevar otra cosa encima. Sin embargo, Lumir terminó mostrando que podía hacer algo mejor, ocultándose en la propia sombra de Pablo.

Una vez pasado el fin de semana, Pablo había conocido mejor a Lumir y se sentía bastante raro por tenerla junto a él. Además, habían hablado de tantas cosas que podrían hacer en un futuro, que solo de pensarlo se moría de ganas. Pero ahora yendo a clase, se encontraba algo cansado y cuando iba por el jardín principal lleno de gente que se dirigía a las distintas clases, alguien lo saludó a lo lejos: era Mario. Al oír su voz se quedó tan bloqueado que siguió caminando sin ver que chocaba contra una farola. Al caer de espaldas quiso que la tierra lo tragase, pero entonces notó que alguien le acariciaba la mejilla dolorida.

—¿Estas bien? Menudo golpe —al abrir los ojos vio los ojos ligeramente rasgados y oscuros bajo unas anchas cejas pobladas negras de Mario, haciendo que Pablo sonriera de forma boba.

—Nah… estoy bien —respondió a pesar del dolor de cabeza comenzando a ponerse en pie bastante nervioso—. Iba pensando en… tonterías… mías… —dijo llevándose una mano a la nuca comenzando a caminar de espaldas a punto de chocar con la misma farola, pero esta vez esquivándola gracias a que se giró al oír a un par de chicas que venían justo detrás. Mario lo miró extrañado a punto de preguntarle algo, pero Pablo se giró—. ¡Tengo clase! —prácticamente salió corriendo.

En el baño se lavaba la cara para intentar quitarse el color rojizo de las mejillas, aunque seguramente tendría un morado en la que se había golpeado. El lugar estaba vacío por lo que de la sombra de Pablo comenzó a surgir una figura femenina que finalmente tomó consistencia. Lumir se acercó mirándolo por el espejo.

—¿Ese era Mario? —alzó ambas cejas viendo como el chico asentía avergonzado. Ella sonrió—. Sois iguales —aquel comentario hizo que Pablo la mirase como si fuera una burla.

—Oh venga, es muy guapo, atlético, alto, parece que esté todo el año yendo a la playa a tomar el sol, tiene los labios más carnosos que…. —Pablo apretó los labios mirándose al espejo, tapándose con el flequillo y encogiéndose para que la sudadera lo cubriera hasta la nariz.

—La verdad, os diferencio por la ropa y algunas cosas más. Sois unos animales muy raros —sentenció ni corta ni perezosa.

—Ya, deberías de haber tomado la forma de una anciana con sobrepeso si tan iguales somos —la recriminó sabiendo que aquel aspecto lo había escogido al llegar a ese mundo al azár, y ahora solo lo había actualizado “un poco”. Pablo tomo aire—. Si fuéramos todos iguales podría estar con Mario tranquilamente, ¿no? —llegó a sonreír.

—¿Quieres que Mario este atraído por ti? —preguntó Lumir abriendo los ojos de par en par.

—No, o sea, eso no sería ético —dijo Pablo reflexionando en alto—. Tener a alguien detrás de ti solo por algo impuesto, no es algo cómodo, o al menos no para mí —el chico se encogió de hombros cuando Lumir empezó a zarandearlo después de agarrarlo de la sudadera.

—¡Eres un buen chico! ¡Eres bueno! —gritó de forma exagerada. Se detuvo mirándolo—. Solo sería atracción, no algo obligatorio. El hechicero que me mantuvo en el talismán usaba mi poder para cosas realmente malas, y la mayoría ni te lo podrías creer —alzó ambas cejas. Entonces sonó la campana de la primera hora de clase.

—Bueno gracias, pero no “embrujes” a nadie y… espero que ese hechicero esté donde merece, pero ahora tengo que ir a clase —torció el morro—. Quizás te presente a Gonzalo, es un buen amigo. Mi único amigo, la verdad. Te caerá bien —comentó acercándose a la puerta. Lumir se quedó quieta en el sitio viendo como Pablo se iba.

—Creo que me lo tomare como un sí a la desesperada —susurro bajito desapareciendo por completo antes de que la puerta se abriera y entrará un hombre a toda prisa.

::

Durante la clase Pablo se percató que ese mismo miércoles tendría que entregar un trabajo con que había estado trabajando desde hace un mes. Ese fin de semana con la presencia de Lumir ni lo había prestado atención y ahora tendría que pasar los últimos días dándole esos últimos toques, a pesar de que no los necesitaba. Mientras, el profesor hablaba sobre los colores de cómo transmitían sombras y  luces en las pinturas, Pablo comenzó a apuntar algunas cosas en una nota del portátil cuando una estudiante se sentó a su lado sonriéndole de forma amable.

—Disculpa, eres Pablo, ¿no? —le preguntó sentándose junto a él—. Resulta que me he quedado sin batería y me preguntaba si después me puedes enchufar los apuntes —la chica colocó su portátil junto al de Pablo, además de mostrarle un pen drive. Lo que había dicho de “enchufar” le había erizado los pelos de la nuca al chico.

—Eh… vale, si claro —respondió sin más. Entonces al otro lado apareció otra de las alumnas dejando su portátil directamente en la mesa.

—Yo quiero que lo enchufes antes Pablo —el chico la miró con los ojos abiertos como platos, más todavía cuando el profesor les llamó la atención y las chicas le mandaron donde nunca llega el sol. Y tras esto, las chicas de la clase comenzaron a levantarse para acercarse a Pablo e intentar agarrarlo y besarlo. Sin embargo, Pablo completamente asustado y viendo como las chicas se llegaban a golpear entre ellas y a sus compañeros, aprovechó para salir por encima de la mesa y correr al pasillo. Un grupo de chicas lo seguían y una terminó por dar a la alarma de incendios provocando que la gente saliera de sus clases. Y de todas las clases, las mujeres centraron su vista en el chico que no tardó ni un segundo en volver a correr perseguido por aquellas mujeres que lo encontraban de una u otra forma irresistible. Algunas de ellas terminaban por agotarse o ser detenidas por estudiantes o profesores, al no entender que las pasaba. Otras, terminaban en peleas para ser las únicas en poder alcanzar a Pablo, siendo tan solo unas pocas las que terminaban por seguirlo.

El chico llegó a ocultarse en el pabellón deportivo donde por suerte las gradas estaban extendidas. Por ello se escondió bajo ellas a tiempo de que una chica entrase comenzándolo a llamar por su nombre como si se tratara de una película de terror. Sentado en el suelo en medio de la oscuridad, Pablo susurraba tan bajo el nombre de Lumir que apenas se escuchaba. Estaba seguro que estaba detrás de todo esto, y la iba a estrangular, aunque le fuera la vida en ello. Por unos segundos vio como aquella chica se acercaba más a las gradas cuando la puerta se abrió y un chico comenzó a hablar.

—¿Buscas a Pablo? Lo he visto en la cafetería —Pablo miró a Mario cubriéndose la boca. La loca no tardó en salir corriendo e incluso empujar a Mario para salir antes. El chico cerró la puerta—. ¡Puedes salir! Te he visto entrar antes, ¿Qué les has hecho a las chicas? —terminó por reír girándose para mirar hacia las gradas. Tal vez ahora Pablo no estrangulase tanto a Lumir. Solo un poco.

—No lo sé —respondió el chico saliendo de la oscuridad. Por un segundo, notó como la sudadera estaba demasiado holgada y al mirar vio como la piel de su cuello y parte del pecho se veía al haber recibido tantos tirones, además tenía algún arañazo. Intentó cubrirse atándose con la cuerda del gorro, tirándose por la cara el flequillo.

—Ya. Deberías curarte eso, podría infectarse —señaló la zona del pecho—. Mira, tengo las llaves del vestuario, entreno al básquet con el equipo y allí tenemos botiquín. No tardaremos y puedes esperar aquí hasta ver qué ocurre —se encogió de hombros—. O puedes salir fuera…  —señaló la puerta de salida y Pablo negó rápido con la cabeza.

—¡No! —gritó acercándose—. O sea, prefiero eso que has dicho primero —señaló con el pulgar hacia la puerta de los vestuarios. Comenzó a ponerse realmente rojo, e incluso tenía ganas de vomitar. Mario pasó delante y Pablo lo siguió colocándose a la par—. Alguna vez he venido a veros, sois buenos —comentó sin tener ni idea de deportes.

—¿Si? Bueno, estamos pasando una mala racha ahora mismo sin ganar un partido —terminó carcajeándose—. Pero necesitamos mejorar este año, porque entre la lesión de Hugo y que uno de los bases más prometedores se rasque los cojones a dos manos…  en fin —se encogió de hombros. Pablo abrió la boca asintiendo haciéndose el entendido. También era la primera vez que oía a Mario decir palabras mal sonantes, bueno, era la primera vez que hablaba tanto con él. Le gustaba su voz.

Cuando entraron en el vestuario, Mario le dijo a Pablo que esperase un segundo y se fue a otra sala. Entonces se sentó en un banco metálico, cuando apareció de su sombra nuevamente Lumir con el rostro desencajado. Pablo la agarró del cuello de la camisa.

—Pero ¿qué te pasa? Te dije que nada de cosas raras —susurró con gritos ahogados y una mirada asesina—. Casi me matan ¿Por qué las hiciste seguirme? —preguntó confuso.

—Te dije que me parecéis iguales. Quise enfocarme en Mario, pero algo salió mal y las hembras de tu especie se sienten locas por ti —se encogió de hombros.

—¡Arréglalo pedazo de burra! —terminó gritando.

—¡¿Qué dices?! —se escuchó la voz de Mario al otro lado de la sala, por lo que Pablo soltó a Lumir.

—¡Nada! ¡Solo decía que pedazo burra la que me araño! —apretó los labios y volvió a mirar a Lumir—. Arregla el desastre —susurró de nuevo.

—Con ese mal humor no vivirás demasiado —enarcó una ceja y antes de esfumarse, dejó caer al suelo una bolsa junto a Pablo.

Justo a tiempo, Mario regresaba con un bote de desinfectante, algodón y unas tiritas. Según se acercaba, Pablo sintió un cosquilleo más fuerte en el estómago por lo que terminó sentándose en el banco metálico de nuevo. Mario dejó las cosas a su lado sobre el banco, poniéndose él delante de cuclillaso, lo suficiente como para apoyar su mano en el regazo ajeno, cosa que, a Pablo le quito unos segundos la respiración.

—Bueno, quítate la sudadera —al oír aquello, Pablo miró a Mario a punto de infartar. Pero Mario ya estaba preparando el algodón y el alcohol.

—Ah eso… si —reaccionó por un segundo, cayendo en la cuenta para que se iba a quitar aquello, y no era para otra cosa. Quedándose con una camiseta negra de One Piece, una talla más grande, se notaba que el cuello también estaba dado de sí, por lo que intentó estirarlo para no quitársela y quedar desnudo de cintura para arriba.

—Espera, que igual cae alcohol y siendo negra se te estropea —le recomendó apartando la mano de Pablo de la camiseta—. Quítátela, que no hace tanto frio anda —sonrió divertido. Pero Pablo se mostró algo reacio y parecía no comenzar a realizar acto alguno—. ¿Te da vergüenza? —preguntó Mario entrecerrando los ojos mientras lo miraba a los ojos, escondidos bajo su flequillo.

—Un poco —respondió encogiéndose de hombros y mirando hacia abajo. Entonces Mario se incorporó dejando antes el algodón y el alcohol en el banco, para acto seguido quitarse la parte superior que lo cubría, dejando su pectoral, espalda y abdomen completamente descubiertos.

—Venga, ahora no me dirás que te da vergüenza, estaremos iguales —volvió a sonreír, con esos labios que tanto le gustaban a Pablo.

Éste sonrió de lado algo apenado por no ser igual de valiente y no poder dejar de pensar que aquel torso era igual que el que había imaginado más de una vez mirando cuerpos esculturales de dibujos. Mario podría ser perfectamente uno de esos chicos que iban en mayas de colores o si le daba la gana con calzoncillos fuera, simplemente le quedaría bien. Pablo comenzó a quitarse la camiseta y cuando la dejó a un lado, se sintió como si fuera el antes de la foto de un año de entrenamiento junto al después, que era Mario. Cuando el baloncestista volvió con el algodón y el alcohol, terminó por acercarse al pecho de Pablo y verter un poco del líquido. Ante esto, Pablo apretó los dientes al notar cierto escozor apartando la mirada a un lado.

—Uf, como pica —intentó hacerlo de menos sonriendo, pero se sentía como un niño pequeño, estando a punto de levantarse e irse por la vergüenza. Pero entonces sintió el cálido soplido de Mario en su pecho, que al mirarlo apenas se había movido y soplaba apenas un poco desde su posición separando sus labios.

Pablo se mordió el labio inferior mirándolo anonadado, sin notar como sus pezones se endurecían con aquello. Con las rodillas algo separadas, Mario posó esta vez sus dos manos en ambos muslos provocando un calor inmediato en Pablo que subió por todo su cuerpo hasta bajar a su entrepierna, comenzando a hacer que respirase profundamente. Mario detuvo sus sutiles soplidos para mirar a Pablo.

—¿Te sigue picando? —le preguntó en un tono juguetón. Pablo apretó los labios sin saber cómo seguir el juego a pesar de que se moría de ganas, ya que sus manos estaban sobre las del otro y su erección era más que visible. Mario simplemente se puso en pie llevándose con él a Pablo para darse un abrazo mientras lo comenzaba a besar directamente en los labios, tomándolo por su estrecha cintura y acariciando su fina espalda hasta aquel pequeño trasero. Pablo no podía creerlo, aquel primer beso con Mario era mucho mejor de lo que pensaba, las caricias lo estaban haciendo flotar, y sentir su cuerpo junto al suyo lo estaba derritiendo, o, todo lo contrario, ya que ambos empujaban y rozaban lo que escondían sus pantalones. La lengua experta de Mario entró en la de Pablo, completamente novato en ese arte uno en el que ni siquiera los libros, mangas o videos más explícitos de internet te enseñaban a hacer absolutamente nada. Por eso se dejó hacer, dejó que Mario le guiase hasta que su lengua parecía estar retando o invitando a bailar a la de Pablo. Era una lucha o un baile en la que ambas lenguas querían ser las vencedoras. Pablo con las mejillas completamente rojas apartó el rostro mirando a un lado sin dejar de abrazar a Mario. El otro aprovechó ese momento para comenzar a mordisquear y lamer la oreja y cuello de Pablo, haciendo que el chico perdiera toda racionalidad si es que la tenía por algún lado.

Por un segundo Pablo reaccionó ante el placer comenzando a acariciar la espalda de Mario, esa espalda que había visto más de una vez, pero ahora la tenía solo para él. Al no querer separarse ninguno de ellos, mientras Pablo se había agachado levemente sin soltar a Pablo besando su cuello, el otro hundió su cara en uno de los pectorales y la axila del más alto, haciendo que sus piernas se cruzasen para sentirse más equilibrados, notando como sus miembros por momentos parecían estar a punto de estallar bajo la tela de sus pantalones. Fue cuando en un movimiento la bolsa que Lumir dejó antes de irse cayó provocando algo de ruido en aquel pulcro silencio. Los dos chicos miraron sorprendidos al ver una bolsa de sex shop tirada con un bote de lubricante y varias cajas de preservativos, de distintos tamaños y texturas, geles y hasta un par de juguetes.

—La mato —susurró Pablo pensando en Lumir. Pero escuchó como Mario reía bajito y se agachaba para ir recogiendo las cosas.

—Vaya, eres una caja de sorpresas —alzó un dilatador poniendo nervioso a Pablo y después una caja de condones—. Siempre preparado. Eso es bueno, ¿ibas a ir a una reunión? —terminó por reír de nuevo dándole la bolsa.

—No es mía, es de un amigo, se la guardo —se encogió de hombros poniéndose tan rojo que le salía humo de las orejas. Entonces Mario se acercó tomándole de la mano y metiéndosela en la parte delantera . Pablo abrió los ojos quedándose callado unos segundos—. Va-vaya… q-que gran… grande —llegó a sonreír de lado quedándose congelado, viendo como Mario tomaba de la bolsa una caja de preservativos.

—Podemos usar uno ¿no? Tiene muchos —se acercó más para besarlo y rápidamente apartarse quitando la mano de Pablo de sus pantalones para dirigirse a las duchas—. Tengo calor ¿tú no? —y sin más se quitó las zapatillas para después bajarse los pantalones y calzoncillos yendo desnudo a las duchas.

Cuando Pablo escuchó abrirse la ducha, tragó saliva sintiéndose más novato que nunca. Miró dentro de la bolsa por si encontraba algo que le diera una instrucción, pero solo veía lo mismo que ya había visto por el suelo. Llegó a sacar el dildo que había para intentar visualizar el pene de Mario después de habérselo tocado. Aquel pedazo de silicona azul era bastante similar, solo que tenía un tacto mucho más fino y frio. Sin muchos más rodeos lo dejó dentro para ir a las duchas sin deshacerse de sus pantalones ni de la propia bolsa. Pero al llegar a la entrada, vio como de lo alto caía en cascada de una de ellas agua sobre Mario, mojándolo por completo estando de espaldas, mostrando cada musculo y movimiento en algo hipnótico. Al girarse pudo comprobar como su miembro casi chocaba contra su ombligo, algo curvado como si fuera un plátano bien maduro. Al darse cuenta que estaba allí, Mario cerró el agua para acercarse a Pablo, quitándole la bolsa para colocarla en una pequeña percha donde los jugadores solían dejar sus toallas. Pablo no tardó en ver la caja de condones abierta sobre un banco que estaba a un lado, ya abierta con falta de un par. El propio Mario regresó al interior de la ducha pidiendo al otro que se uniera quitándose el resto de la ropa, y aunque en un principio se sintió cohibido, al ver como Mario se masturbaba, Pablo terminó por despojarse de toda su ropa y pasar a la ducha, cubriendo sus vergüenzas con ambas manos. El otro había vuelto a abrir el paso del agua y al tener cerca a Pablo, posó su miembro contra las manos que impedían el roce de ambos miembros. Durante unos segundos Pablo comenzó a acariciar la zona ajena con los dorsos de sus manos, hasta que terminó cediendo al ser besado y volver a abrazar a Mario como lo hacía minutos atrás, con la diferencia de que ahora lo sentía por completo, e incluso las manos del otro acariciaban mucho más que su espalda.

Bajo el agua, Mario y Pablo se besaban casi sin descanso mientras el primero daba pequeños pero enérgicos azotes en el trasero del segundo, haciendo que el propio Pablo cerrase los ojos cuando comenzó a separar sus nalgas para introducir un solo dedo. Pablo intentó relajarse tal y como había visto mil y una vez en esos videos, pero aquel único dedo dentro de él era molesto en un principio, al punto que su erección comenzó a perder fuerza. Mario, sin embargo, siguió adelante introduciendo otro dedo, y un tercero. Pablo llegó a notar algo que le hizo temblar el cuerpo cuando aquellos dedos empezaron a moverse de dentro a fuera, aunque esa incomodidad no desaparecía, sino que era más presente. Mario terminó por pedirle a Pablo que le chupase la polla, que estaba realmente cachondo. Pablo sin saber muy bien cómo actuar se puso de rodillas frente a él cuando Mario se acercó a una esquina para recoger uno de los preservativos que había llevado, abrirlo y comenzar a colocárselo delante de la cara de Pablo. Todavía con el agua cayendo, Mario le pidió que lo mirase mientras se la metía a la boca, cosa que hizo el chico tomando el pedazo de carne con una mano. Pablo pudo sentir la forma del glande que era más grande de lo que pensó, pues tuvo que abrir la boca más de lo que creía para no morder. Además, cuando el tronco pasó al interior, en un principio le dio una enorme arcada ya que de golpe intentó meterla entera, quedándose la mitad fuera. Jamás había hecho una felación y pensaba que era tan sencillo como comerse un flan de un bocado. Gran error. Tras toser, volvió a intentarlo esta vez con más calma y algo asqueado por el sabor a goma y lubricante del condón que no era tan intenso gracias al agua de la ducha. Poco a poco iba tragando aquel miembro, para después por una nueva petición de Mario, le chupase las pelotas. Aquello si resultó ser más sencillo, además el propio Pablo había comenzado a disfrutar de la actividad empezando a masturbarse.

Nuevamente, Mario le pidió a Pablo que se pusiera en pie, para terminar ambos en un beso mientras que el primero volvía a jugar en el ano del segundo, presionando con un par de dedos. Haciéndole un gesto con la cabeza, Mario indicó a Pablo que se colocase mirando hacia la pared y una vez así, Pablo sintió como el calor del primero caía en toda su espalda hasta su trasero, comenzando a separar sus nalgas. Mario poco a poco colocó su glande en la entrada de aquel estrecho culo, comenzando a empujar con cuidado con su cadera hacia Pablo, que, con la frente en la pared de baldosas blancas, apretaba los dientes aguantando la respiración ante aquello que estaba a punto de partirlo. Mario lamió el agua de la espalda de Pablo mientras lo agarraba de la cadera empujando más fuerte, sintiendo como su polla terminaba por penetrarlo hasta el final, quedándose allí quieto, notando como Pablo emitía pequeños gimoteos y sus nalgas se ponían duras, por lo que Mario lo abrazó acariciando su abdomen y miembro mientras susurraba en uno de sus oídos que se relajase. Y aunque Pablo intentaba hacerlo, el dolor parecía no desaparecer y comenzaba a escapar de sus labios leves sonidos guturales que inundaban la ducha.

Mario comenzó a realizar el típico bombeo sacando y metiendo su polla de forma constante, de una forma tranquila, sin soltar a Pablo, provocando un sonido peculiar entre el agua y los cuerpos de ambos algo muy rítmico. Pablo había comenzado a respirar profundamente, llegando a relajarse lo suficiente como para dejar de sentir solo molestia y dolor, pues su ano comenzaba a adaptarse a ese nuevo inquilino que no dejaba de, prácticamente, torturarlo. Pero también de pasar una y otra vez por su próstata, que al comenzar a estar más relajado podía sentir algo completamente diferente, llegando a querer participar de forma más activa.  Por ello Pablo empujaba ahora también sus caderas en contra de las de Mario, aumentando el ritmo de la penetración, aunque su postura era incomoda al estar en contra de la pared y de intentar agacharse no podía hacerlo mucho, y ahora tenía la espalda realmente curvada. Pero al ver el cambio de Pablo, Mario se separó de él sacando su polla dejándolo por unos segundos como si estuviera desconcertado. Girándolo le dijo que lo siguiera y respirando fuerte, Pablo lo siguió fuera de las duchas.

De nuevo en la zona de las taquillas, Mario se tumbó boca arriba en uno de los bancos colocando su polla mirando al techo. Pablo se colocó justo encima con las piernas abiertas y empezó a sentarse a horcajadas. Mario lo agarró de los brazos mientras que Pablo esta vez empezaba a montarlo como si fuera un jinete experto. Entonces por un momento, Mario tiró de él haciendo que cayera sobre su pecho, mientras comenzaba a agarrarlo de las dos nalgas y a penetrarlo con fuerza, tensando sus muslos y abdomen, provocando que Pablo comenzase a sentir el incontrolable deseo de correrse. Y casi al instante de pensarlo, Pablo comenzó a eyacular sobre Mario, dejando sobre éste varios chorros de semen espeso. Todavía sin detenerse, Mario llegó a incorporarse para sentarse con la polla dentro del culo de Pablo que ahora, lo tomaba del cuello mientras apretaba con sus muslos a los costados del activo, viendo su cara a la vez que descargaba todo dentro, sintiendo pequeños reflejos en sus músculos que hacían que la espalda de Mario o una de sus piernas parecieran recibir un calambrazo, a la vez que terminaba gimiendo abrazándose con Pablo.

Atando el condón una vez se lo había quitado, Mario le tocó las pelotas a Pablo sonriendo mientras éste se había relajado en el banco boca arriba después de terminar, con las piernas algo separadas y pensando en lo ocurrido, además de sentir algo dolorido el culo, aunque merecía la pena. El baloncestista fue hacia una papelera para tirar el condón usado y después se miró el pecho tocándoselo con una mano, para mostrarle los dedos llenos de semen a Pablo.

—Literalmente has explotado encima de mí —se agarró la polla para estirársela mientras se acercaba a Pablo—. Deberíamos de ducharnos. Y repetir —comentó pasándole la mano por la cara al otro.

—¿Qué? —por un segundo Pablo creyó haber oído mal, por lo que al ver como Mario se iba a las duchas, éste se puso en pie—. ¿Hacerlo otra vez? ¿Cómo antes? ¿En serio? —preguntó apretando los labios cuando vio venir de nuevo a Mario.

—Anda, deja de hacerte el tonto. Eres toda una putilla —echó una carcajada dándole un azote en una nalga bastante fuerte—. Venga, que le he cogido un par de condones a ese “amigo” tuyo. Podríamos probar un dildo —de repente agarró a Pablo con los brazos, sujetando sus piernas a cada lado de su cuerpo mientras el otro se sujetaba de los hombros para evitar caer hacia atrás, regresando a las duchas, algo que realmente por parte de Pablo no le parecía nada mal.

::

Durante esa tarde tanto Esther como Alberto, madre y padrastro de Pablo estuvieron con él hablando de todo lo ocurrido en la universidad con las chicas que, según el resto de estudiantes y profesores, lo habían atacado. De hecho, que tuviera la mejilla morada y algo hinchada hacía que la madre de Pablo hubiera querido denunciar a todas las mujeres, pero la idea se la quitaron de la cabeza. Pablo no supo dar una buena excusa, además las afectadas después no recordaban absolutamente nada, ni siquiera quién era Pablo en su mayoría. Así que después de tanta charla, Pablo vio que ya era hora de sacar a Kiba, esta vez con una sensación de querer ver a Mario más que nunca a pesar de haber estado con él hacía unas pocas horas. Era una sensación increíble.

De camino por el parque miró hacia las canchas de baloncesto en busca del jugador, pero nada, ni rastro. Suspiró algo desencantado mientras daba una patada a una piedra que rebotó en la pata de un banco y cayó al césped. Entonces escuchó una voz detrás de él.

—¿Usaste la bolsa que te dejé? —cuando Pablo se giró viendo a Lumir mirándolo como si ya supiera la respuesta, éste enarcó una ceja y siguió hacia adelante ignorándola—. Oh venga, ¿no me vas a contar nada? Gracias a mi Mario ha estado contigo —comenzó a caminar tras el chico dando zancadas.

—De eso nada, por tu culpa unas chicas que no tienen ni idea de que pasó, iban detrás de mí para a saber hacer que cosa, así que no te pongas medallas —la miró de reojo—. Creí que te dije que nada de atracciones. Esas cosas nunca salen bien —frunció el ceño, aunque no tan molesto como debería después de estar con Mario.

—Solo fue un fallito de nada. El planeta sigue intacto —se quejó Lumir—. Y lo hiciste tres veces, así que deja de estar tan gruñón —terminó por recriminarle desvelando que conocía aquello. Pablo la miró completamente pálido, pues ahora caía que Lumir se escondía en su sombra.

—D-di… dime que no…. No has visto nada —la señalo casi a punto de desmayarse. Lumir sonrió frunciendo el ceño y negando con la cabeza.

—No, no, no, no…. —respiro hondo y cerró los ojos encogiéndose de hombros—. Vale si —Pablo comenzó a reír de los nervios, poniéndose rojo, tapándose la cara con una sudadera gris—. ¡Pero solo un poquito! Es que bueno tengo curiosidad, a pesar de que tengo varios milenios todavía soy una adolescente y bueno… —confesó con la nariz colorada. Entonces Pablo la miró con la cara todavía roja, pero más serio.

—¿Me estás diciendo que además de adolescente, te pones cachonda mirando alienígenas? —preguntó el chico imaginando a Chewbacca montándoselo con Yoda. Qué horror.

—¡No! Solo es curiosidad. Contra más aprenda de este mundo mejor. Además, tu eres mi vínculo con todo esto, todo lo que vivas podré aprenderlo y mejorar más rápido con mis poderes —al decir esto, Pablo la miró apretando los labios.

—Entonces, ¿tengo que hacer cosas diferentes? —La chica asintió con la cabeza un par de veces—. ¿Y me ayudarás? —Por un segundo Lumir enarcó la ceja, pero asintió—. Estupendo, pues este fin de semana tengo un cumpleaños al que no iba ir, pero creo que ahora sí. Después de todo me va acompañar un actor súper famoso —dijo Pablo poniéndose a andar nuevamente.

—¡Qué bien, una fiesta! —Lumir lo empezó a seguir junto a Kiba—. ¿Y qué actor conoces? No sabía que tuvieras más amigos que…. —entonces cayó en la cuenta y se dio una palmada en la frente al darse cuenta que ella seria ese súper famoso.

Aunque durante esa semana Pablo y Lumir estuvieron discutiendo si ir o no a la fiesta, con que ropa, e incluso si el famoso escogido sería adecuado, ya que los invitados llevarían móviles y las fotos en las redes acabarían sí o sí. Además, Pablo comenzaría a ver a Mario y quedar con él algún día y no precisamente para hablar de baloncesto.

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