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TODORELATOS » DOMINACIÓN » LA TRAMPA DEL GRUPO OH. 8 PENITENCIA
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Fecha: 20-Nov-23 « Anterior | Siguiente » en Dominación

La trampa del grupo OH. 8 Penitencia

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Tania es llevada un paso más lejos por sus captores, conduciéndola por primera vez al exterior para cumplir con la siguiente prueba. Version para imprimir

Penitencia

Por mucho que se esforzase, ni en la más rebuscada y pornográfica de sus fantasías (y había tenido unas cuantas), jamás se le habría pasado por la cabeza, ni remotamente, nada de todo a lo que estaba viéndose forzada desde la fatídica noche a la que acudió con su pareja a una fiesta de la empresa, en donde fue raptada junto a su chico y el tío de éste, quien, para empeorar la cosa, era jefe directo de Tania en la empresa donde trabajaba.

Supuestamente, Ceferino, un conductor de Subarashi, también se encontraba en la misma situación cuando parecieron despertarse los cuatro encadenados en una sala industrial, en la cual, bajo distintas amenazas de voces o pantallas controladas por unos ocultos organizadores, fueron siendo obligados, particularmente ella, a realizar una serie de acciones cada vez más denigrantes y obscenas.

La realidad era otra, como descubrió bastante después, porque ese maduro había resultado ser un antiguo socio resentido con su padre y que había elaborado todo ese plan, junto a un misterioso grupo de desconocidos, para vengarse del progenitor de Tania usándola como instrumento para su particular y humillante venganza.

Obligada por las circunstancias había tenido que romper la exclusividad sexual de la relación de pareja para cumplir con todas y cada una de las pruebas, cada una más rebuscada que la anterior, hasta el punto de tener que practicar sexo oral y vaginal con su jefe ante la mirada del sobrino de éste, Andrés, su novio, sin olvidar al propio Ceferino mientras todavía lo creían en su misma situación.

Después fueron incluyéndose más activos masculinos, desde unos desalmados presidiarios al grupo de desconocidos que se escondían en las sombras mientras disfrutaban del espectáculo en que se había convertido la vida de la veinteañera y, por último, un grupo de hombres, mayoritariamente maduros, por lo que pudo apreciar, algunos incluso con más del doble de su edad y, muchos de ellos, con una pinta que bien podrían haber sido indigentes, que la usaron mientras estaba medio encerrada en una pared de madera, con su entrepierna disponible y, de nuevo, a la vista del avergonzado novio.

Y ahora, incapaz de aguantar la idea de que su jefe hubiera propuesto a su captor el que se repitiera la última prueba, esta vez con sexo anal, tuvo que ceder ante el vengativo hombre que llevaba la voz cantante de su rapto y acceder a su nueva propuesta.

- … tu jefecillo... ya sabes, el tío de Andresito, me ha propuesto que pasemos a darte por culo hasta que completes la prueba, ¿entiendes?... pero, si te apetece, estaría dispuesto a perdonártelo todo lo que falta si grabas en voz alta la confesión de que eres una puta... una puta a mi servicio... y que todo es por culpa de quien tú ya sabes, ¿vale?... -eran las palabras que le había dirigido para convencerla del siguiente paso al que pretendía conducirla.

En todo momento, Ceferino pareció tan interesado en mantener silencio sobre la relación del padre de Tania con lo que les estaba pasando, salvo en presencia del grupo de hombres “en la sombra” ante los que la joven se había masturbado en una sala separada, que la propia joven tampoco transmitió esa información ni a su novio ni a su jefe, quizás por miedo a que empezasen a verla de otra forma, casi como si fuese ella la culpable de su situación en vez de los únicos culpables reales, que eran sus secuestradores... pero, como no podía confiar en que lo vieran así, también sucumbió al secretismo y no mencionó la relación entre su padre y el rapto.

Y de esa forma llegaron a la siguiente fase, el nuevo escalón que tenían preparado en su descenso a otro nuevo nivel de humillación, al que acudiría acompañada de su pareja, mientras que el tío de éste debería de mantenerse encerrado como baza especial para asegurar el regreso de ambos.

Porque esta vez iban a salir del laberinto.

Por primera vez, desde no sabía cuánto tiempo, estarían fuera del recinto en donde había pasado horas, días o semanas, difícil era saberlo.

- El coche lleva un GPS con una ruta establecida y una cámara que lo ve todo. ¿Entendido? -informó Ceferino a la muchacha-. Haréis la ruta que pone, pero el crío -dijo, refiriéndose a Andrés- no bajará en ningún caso o el castigo lo recibirá Eugenio. ¿Entendido? -desgranó las instrucciones-. En cada punto al que vas hay una persona a quien debes de ofrecer disculpas por las acciones de tu padre... unas disculpas como sólo tú sabes ofrecer. ¿Entiendes tu compromiso, verdad?.

- Ya... -contestó ella, viendo que, esta vez, el silencio se alargaba tras la pregunta, dando a entender que esperaba respuesta-. Sí.

- Maravilloso -se congratuló su captor, disfrutando de su aceptación de su nuevo y humillante rol en ese conjunto de pruebas vergonzosas a las que la estaban sometiendo por una venganza teóricamente dirigida contra su padre, pero que era ella quien sufría-. Mi niña, sé que lo harás bien... y a cambio obtendrás algo que te encantará.

- ¿Nos soltarás por fin? -se esperanzó la joven, animándose repentinamente ante la posibilidad del fin de sus desventuras.

- Sé que vas a disfrutar cumpliendo tu propósito -esquivó contestar, mostrando las llaves e indicando la puerta del fondo-. Podéis empezar.

Desinflada de nuevo ante la oscura perspectiva que tenía por delante y sin una clara esperanza al final, la chica se encaminó junto al que seguía siendo su novio, apático y que apenas mostraba reacciones más allá de parecer contener algo que tenía en los ojos.

- Os estaremos vigilando -añadió, cuando ya ponían la mano sobre el picaporte-. Si pasa cualquier cosa que no deba pasar o tardáis más de lo debido... habrá consecuencias.

Esa amenaza era más que suficiente para recordarles que aquello no era un juego y que todo lo que habían vivido hasta entonces todavía los perseguía.

No había alternativa buena frente a esa mente pervertida que parecía tenerlo todo bien atado.

Al otro lado de la puerta había un garaje, cuyos fluorescentes se activaron de inmediato al acceder al local, mostrando un oscuro y reluciente vehículo de Subarashi, con los cristales tintados para intimidad de los ocupantes, a excepción de la luna delantera.

Subieron al Jaguar, cuya comodidad y lujos eran evidentes, a diferencia de la mayoría de coches que solían emplear en su día a día, salvo, obviamente, los del padre de Tania.

En cuanto entraron, la pantalla del GPS se iluminó, mostrando una ruta preestablecida bajo el nombre de “Penitencia”, y, casi sin darles tiempo a instalarse, la puerta automática frente a ellos dio paso a una calle donde la oscuridad comenzaba a instalarse, a la vez que unas farolas se encendían, avisando del comienzo de la noche.

La noche de un día desconocido y un futuro incierto.

Abandonaron el sótano de lo que parecía una inmensa nave industrial a oscuras, sin rótulos ni iluminación de ningún tipo, pasando por calles desiertas de un polígono desconocido que abandonaron minutos después rumbo a su primera parada, el primer paso de su ruta.

Media hora después alcanzaron el acceso lateral a una urbanización, en donde una máquina identificó su matrícula, mostrando una carita sonriente mientras alzaba la barrera.

En todo el trayecto ninguno de los dos habló, no fueron capaces de romper el silencio.

Sólo cuando pararon frente al chalet que figuraba como primer punto del recorrido, Andrés se giró hacia ella y, con un rostro dubitativo, suplicó.

- No lo hagas, por favor. No lo hagas.

- Tengo que hacerlo -respondió ella, sintiendo acelerarse su pulso cuando él hizo amago de tocarla, aunque, al final, se aferró todavía más al volante, casi como si quisiera arrancarlo-. No puedo abandonaros a estas alturas.

- ¿Te gusta? -acertó a decir el chico, casi al borde del llanto.

- ¡No! -aseguró ella-. Me obligan, lo sabes bien.

- ¿Te gusta cómo lo hace Eugenio? -se atrevió, por fin, a dar nombre a la pregunta real que escondía en su interior, sin atreverse a llamar al otro hombre por su relación familiar, pues era su tío, además del jefe de Tania.

- Yo... ehhhh... no, claro que no -contestó la veinteañera, tras una breve duda causada por la sorpresa, pues Andrés jamás había demostrado ni un mínimo de celos, sentimiento que él siempre había fingido ridiculizar y no poseer, pero que, ahora, parecía despertar ante las reacciones que había visto en su chica al ser utilizada por su maduro familiar, aunque fuera dentro del terrible juego planteado por sus captores.

- Ya... -se dio cuenta que esa duda, que el retraso en su contestación, había incrementado todavía más la inseguridad del joven y, en el fondo, aunque todavía lo quería, supo que una parte de ella realmente había llegado a disfrutar con la forma en que había sido tratada por su inmediato superior, el tío de Andrés, y eso le hizo sentirse una mierda mientras descendía del vehículo, rumbo al primer paso de la particular prueba en la que se había embarcado esta vez.

Casi disfrutó del espacio que tuvo que cruzar hasta alcanzar esa primera puerta... casi.

Si no hubiese sido por la breve conversación en el automóvil, habría podido fijarse más en la suave brisa sobre su piel, en ese refrescante ambiente al aire libre que llevaba horas o días sin apreciar, la libertad del exterior del laberinto que se había convertido en su prisión.

Llevaba unas bailarinas planas, cómodas, y un vestido floral anaranjado de cuello halter, dejando sus brazos y hombros al descubierto, ceñido a su cuerpo desde el límite de sus costillas hacia arriba y quedando abierto a partir de ahí hasta el primer tercio de sus muslos, de tal forma que apenas dejaba nada a la imaginación estando sentada o si se inclinaba.

La ausencia de sujetador hacia que sus pezones se marcasen, aunque, por suerte, los fuertes tonos del vestido hacían que uno tuviera que acercarse para apreciarlo, no así con la falta de alguna prenda íntima cubriendo su entrepierna, algo mucho más fácil de llamar la atención.

El cabello lo llevaba suelto, cayendo en cascada por igual a ambos lados de su cabeza.

Se acercó hasta la puerta del chalet, ascendiendo los tres escalones que lo separaban del nivel del suelo, y llamó, esperando con una mezcla de ansiedad y nervios a quien pudiera aparecer del otro lado.

- ¡Voy!. ¡Ya voy! -se escuchó al otro lado de la puerta y, ya antes de abrirse, un potente foco iluminó el acceso, deslumbrándola hasta el punto de tener que alzar una mano para cubrirse.

Por un instante no reconoció al hombre que abrió la puerta, todavía cegada por el chorro de luz, y tuvo que parpadear un par de veces para fijarse.

Era un hombre maduro, con una avanzada calvicie, que apenas aguantaba una línea de cabello uniendo sus orejas, que, quizás por esa ausencia de pelo, parecían más grandes de lo normal.

Portaba unas gafas grandes, anticuadas, y un cigarro humeaba en su mano.

La miró sin dar muestra de reconocimiento, pero sin perder oportunidad de dar un repaso rápido al vestuario que llevaba, claramente encantado con la presencia de una joven hermosa a la puerta de su casa a esas horas intempestivas.

- ¿Y bien? -preguntó, antes de darle una calada a su cigarro, sin prisa.

- Yo... yo... -de repente, Tania dudó, totalmente desconcertada, pues había imaginado a otro tipo de persona y que, incluso, podía ser alguien a quien hubiese conocido, pues no era infrecuente que su padre organizase alguna barbacoa o que invitara a clientes, proveedores y conocidos a casa- bueno... yo...

- Eres lentita, ¿no? -comentó, en tono burlón, ese hombre maduro, hasta el punto de rozar lo insultante, de haber sido otro el momento y la situación-. Mi tiempo tiene un valor. O me dices qué quieres o te largas con viento fresco, niña.

- Yo... -tragó saliva, cogiendo valor para decir lo que tenía que decir y ante lo que pudiera pasar después- vengo a pedir perdón por lo que le hizo mi padre y... y me ofrezco para compensarle un poco.

- Y tu padre es... ¿qué se supone que me ha hecho? -preguntó, a su vez, el hombre, desconcertándola, pues Tania pensaba que eso no era más que otra fase del juego de sus captores, pero ahora dudaba que ese hombre estuviera implicado y no sabía qué esperar.

Pero, en cuanto el desconocido supo quién era el padre de la joven, algo cambió en su rostro, que se ensombreció por un instante, y, de no haber sido por el sonido de un teléfono en el interior de su vivienda, casi pensó que podía haberla pegado.

- Ahora vengo -masculló, conteniéndose, seguramente sin saber muy bien cómo reaccionar en esa situación, y, dándose la vuelta, entró en la casa, cerrando la puerta.

La veinteañera se quedó donde estaba, desorientada ante la situación, no sabiendo muy bien qué se esperaba de ella en esa situación.

Minutos después la puerta se abría de nuevo, pero el hombre mostraba no sólo un gesto completamente diferente, sino que cuando posó de nuevo la mirada sobre ella, un escalofrío recorrió la espina dorsal de la joven ante lo que intuía en los ojos del maduro.

- ¿El del coche...? -quiso saber.

- Es mi novio -acertó a responder, aunque una parte de su mente pensaba en Andrés de una forma que sabía que iba a complicar su relación cuando todo eso pasase.

- Bien... muy bien... podrá verlo en directo -parecía saborear con anticipación lo que iba a hacer.

- ¿Ver? -se extrañó la joven.

- Enséñame tu puto coño -ordenó, en tono seco, el desconocido, mirándola y evaluándola de una forma que le resultó extremadamente humillante, como si fuera poco más que un trozo de carne y, sin embargo, le complació y, subiéndose la falda con ambas manos, mostró la desnudez bajo el vestido.

El hombre se acercó a ella apestando a tabaco, un vicio que ella detestaba y que le hizo arrugar la nariz, cosa que pareció divertirle.

- No dije que bajases el telón -le advirtió, haciendo que la veinteañera tomase conciencia de que había soltado los bordes inferiores del vestido, que, de nuevo, había cubierto, aunque fuera por la mínima, su entrepierna.

El volver a sostener la parte inferior, como si alzase un telón, para que ese hombre observase y admirase una de sus regiones más íntimas como si se tratara de la exposición de los productos de mostrador de una tienda, le hizo sentirse humillada y estúpida.

- No hace falta que te diga que te quedes quietecita, ¿verdad, niñata putilla? -se burló el maduro, acercándose a ella hasta que la peste a tabaco llenó sus fosas nasales.

Ella dio su conformidad con un gesto del rostro, sin responder, evitando el rebajarse todavía más contestándole, puesto que sabía que no podría negarse, no sin unas consecuencias que no se atrevía a afrontar.

El hombre dio una última calada, deshaciéndose del cigarrillo de forma expeditiva, centrándose en la tierna entrepierna de la joven que tan voluntariamente se había presentado ante su puerta.

Extendió su diestra, la misma con que había estado sosteniendo el tabaco, y la llevó hasta la región íntima de la veinteañera, apretando entre sus dedos el coño de la joven, que dio un respingo, tremendamente incómoda por la brusca forma en que la trataba.

Él pareció encontrar la situación divertida, sonriendo y mirándola directamente al rostro mientras proseguía la inspección manual, aunque ya no de forma tan agresiva, pasando a acariciarle la entrepierna con esa misma mano, ahora abierta.

- Ummm... -murmuraba- estás bien tierna... aunque me dicen que ya estás bastante usada... pero no, no estás nada mal... para ser la hija de ese cerdo cabrón... no, no... nada mal... muy tierna...

Tania aguantaba en el sitio, sabedora no sólo de que todo lo que sucedía estaba siendo captado, grabado y retransmitido desde su punto de vista gracias a las gafas digitales que llevaba, sino que, además, lo hacía porque así se había comprometido y, esperaba, esta vez su oponente cumpliese su palabra.

No había nada más importante que la palabra... porque, si alguien falta a su palabra, ni mil contratos por escrito podrán garantizar sus actos.

También era cierto que ya le habían engañado, pero se tenía que aferrar a la idea de que, ahora, esta vez, había sido un acuerdo cara a cara con uno de sus captores y, quizás, eso supusiese una diferencia, algo que forzase al cumplimiento de lo pactado.

Mientras ella dejaba que su mente divagara, el desconocido aprovechaba para meter su mano todo lo largo y ancho de su coño, internando sus gruesos dedazos entre los pliegues de la vulva de la veinteañera, quien no podía hacer más que limitarse a sostener entre los dedos de su mano los bordes del vestido.

- ¿Es necesario hacer esto aquí?. ¿No sería mejor pasar dentro? -preguntó, nerviosa, la muchacha, tanto por la posibilidad de ser vista así por cualquiera que pasase por la acera, mostrando su intimidad a ese hombre ante la puerta de su casa, como porque estaba segurísima de que Andrés estaría observándola, no tanto por masoquismo, sino por buscar algún signo de que ella estuviera disfrutándolo de alguna manera, cosa que lo atormentaba e incrementaba su equivocada sensación de culpabilidad.

- No, no es necesario hacerlo aquí -admitió el maduro-. Pero te jodes y te aguantas. Yo decido tu... -dudó, buscando la palabra exacta- penitencia... tu castigo. ¿Llevo razón o no?.

- Sí -tuvo que admitir Tania, sintiéndose tonta al imaginar que la cosa podía llegar a ser sencilla o que...

- De rodillas, jodida niñata -demandó el hombre, sacando sus dedos de entre los pliegues de la vulva de la joven-. Me has cortado el rollo, putilla.

- Lo... lo siento -entonó, disculpándose, pese a lo vergonzoso de la situación.

- De rodillas y a chupar, zorra... y esmérate, que tu noviete estará deseando cascársela -añadió, a la vez que giraba sobre su posición para quedar de lado al punto desde donde miraba Andrés, de forma que pudiera ver la escena sin tener que imaginárselo, evitando que el propio cuerpo de la veinteañera sirviera de pantalla que bloquease la visión.

La joven, sintiéndose débil y tonta, dejó caer los extremos del vestido y se dejó caer sobre el piso, apoyando las rodillas y quedando de nuevo frente a frente con ese maduro varón... o mejor dicho, frente a sus pantalones.

Por un momento, le miró al rostro, buscando un indicio de que fuera a hacer algo pero, ante su pasividad y la media sonrisa que le dedicó, supo que tendría que ser ella quien se abriera paso hasta su oculto miembro.

Desabrochó el cinturón, bajó la cremallera y, agarrando por los bordes, hizo descender el pantalón, mostrando un bóxer que apenas lograba retener una palpitante masa rígida, que ya había generado una mancha húmeda y oscura en la tela que la retenía.

Fascinada en cierto modo, la veinteañera bajó los bordes de la prenda íntima masculina hasta que una engrosada y embrutecida virilidad saltó hacia ella, como impulsada por un resorte, haciéndole sentir cómo unas minúsculas gotas pegajosas alcanzaban su rostro, a la vez que observaba un hilo pastoso de un fluido que se rompió, quedando colgando por un momento del violáceo glande.

- Eres una puta hambrienta, ¿verdad? -escuchó decir al maduro, desde las alturas, sin atreverse a mirarle, temerosa de lo que pudiese suceder o de qué vería reflejado en esos ojos-. Por lo menos una guarra sincera, no como el cabronazo de tu padre actuando a escondidas. Vamos, chupa, que lo estás deseando -demandó.

No, no era así... no en realidad. Ella no lo deseaba... pero estaba obligada y no podía escapar.

Bueno... sí, sí que podría escapar, como le había sugerido Andrés... pero... pero...

Sin darse más tiempo a pensar, a darle vueltas, extendió su diestra para agarrar el endurecido falo masculino, a medias sosteniéndolo, a medias sujetándolo ante el palpitar interior que lo agitaba.

Le embargó una sensación de violenta vergüenza, sabedora de verse como lo que no era ante la mirada... lejana, pero realmente visible por el chico con quien llevaba compartiendo desde hacía tiempo su vida y, por la tecnología, desde otro de punto de vista mucho más cercano, más íntimo, más en primera persona, por culpa de esas gafas digitales que tenía que llevar como parte del trato con sus captores... una escena que quedaría retransmitida y, quizás, grabada, para el obsceno vicio aparentemente insaciable de sus secuestradores, que seguían jugando con ella como si todavía estuviera en su mano dentro de ese laberinto industrial en donde hacía tanto que había despertado.

El maduro no dejó que su pensamiento se entretuviera más, dando un paso adelante y, con una de sus manazas en la cabeza de la muchacha, acercándola hacia su palpitante y rígido miembro viril, que parecía un hambriento ser con vida propia al tacto de sus dedos.

- Y puedes tocarte mientras... ya sabes... -sugirió, aunque ella comprendió que era más un mandato que algo opcional.

Todavía con su mano dominante aferrada a la durísima polla del hombre, sintiendo cómo palpitaba, agitándose y con un calor profundo, la joven deslizó su otra mano hasta su entrepierna, pasándola bajo los bordes del vestido.

Casi a la vez, comenzó a tocarse su propia vulva y empezó a comerse esa gruesa y erecta barra de carne.

El saberse observada desde el coche... el saber que todo estaba siendo retransmitido con las gafas digitales al estilo de un programa de cámara oculta... y la propia situación en sí misma, con ese maduro exigiéndole que le comiera la polla como castigo por algo desconocido que su padre le había hecho a saber cuándo... todo eso se sumaba para crear un ambiente humillante y... y opresivo, pese a estar al aire libre.

Y, a la vez, sin embargo, había un punto innegable de excitación que no lograba esconder bajo capas y capas de su subconsciente... algo que se había ido despertando a lo largo de las pruebas pervertidas en que había sido forzada a participar.

No era que le gustase la situación... era que había algo ahí que le hacía sentir como que en su interior creciese una cierta quemazón, quizás por el morbo de la propia situación de exhibición, quizás por lo prohibido de todo eso dentro de los parámetros sociales a los que estaba habituada... no lo sabía, pero, el caso es que, pese a que jamás habría hecho nada de todo eso por su voluntad, ahora que se veía forzada a ello se encontraba con que una parte de su ser hasta llegaba a... a... era casi como que... como que... que disfrutaba... y eso era algo que la atormentaba mucho y no se atrevía a revelar a nadie... a veces ni siquiera a sí misma, intentando decirse que no eran más que reacciones fisiológicas de su cuerpo, que ahí no había nada de su verdadero yo, del yo de antes de su secuestro... pero... pero... era tan... tan difícil... tan difícil aguantar...

Apretó ese glande entre sus labios, casi como deseando estrujarlo... como succionándolo... y pudo sentir cómo un escalofrío de placer inundaba a ese hombre maduro mientras le chupaba la punta de su embrutecida virilidad.

No intentó empujar o atraerla... simplemente, dejó que ella hiciera lo que tenía que hacer, gozando como debía de hacer muchísimo que no disfrutaba de esa faceta del sexo.

Del interior de esa barra de inflamadísima y palpitante carne endurecida manó una pequeña cantidad de fluido preseminal, con un sabor intenso, profundo... como si llevase mucho tiempo esperando ser descorchado y liberado.

Habría preferido no hacerlo, pero le era imposible no saborearlo cuando ese líquido se filtró al interior de su cavidad oral, casi a la vez que ella dejaba entrar toda la globosa cabeza de esa engrosadísima barra de carne.

No es que fuera lo mismo, pero a su cabeza le vino la imagen de una botella de vino de la reserva de una bodega que llevase mucho tiempo guardada, a la espera del momento adecuado... e imaginó que, como había escuchado a su jefe y al chófer cuando acababa de darse cuenta de que había sido raptada, debía de tratarse de otro hombre al que, por una razón u otra, le había sido negada la satisfacción de sus más profundos instintos sexuales desde hacía bastante tiempo... o no con la debida frecuencia.

Por alguna razón, ese pensamiento le hizo sentirse... útil.

Mientras todas esas ideas daban vueltas en su cabeza, su otra mano actuaba de forma independiente, cumpliendo el mandato que aquel hombre había dictado, llevando sus dedos hasta su propio coño para acariciarlo y hacer que los pliegues de su vulva se agitasen ante unas sensaciones crecientes.

A la vez, poco a poco, la veinteañera fue metiéndose más y más ese tronco caliente y vigoroso del primer maduro con el que se las tenía que ver fuera de la misteriosa cárcel a la que había sido arrojada no sabía ni cuándo ni por cuánto tiempo para satisfacer los deseos de venganza de unos enemigos de su padre que la vejaban y llevaban a límites que jamás habría podido imaginar alcanzar ni superar.

Ese sentimiento de utilidad que había alcanzado a captar entre la maraña de ideas que atormentaban su saturada mente, se mezclaba con el de vergüenza o el de humillación y, también, con algo parecido a la excitación y otras cosas a las que no alcanzaba a poner nombre.

Su mente estaba confusa, pero su cuerpo parecía actuar como si fuera algo tantas veces ensayado que le salía natural, metiéndose una vez y otra y otra más esa barra de endurecidísima y palpitante carne dentro de su cavidad oral, apenas sin necesidad de que el desconocido impusiera su voluntad con la mano sobre su cabeza o la posibilidad de avanzar otro paso más y clavársela hasta el fondo.

Allí estaba ella, en una noche que empezaba a refrescar, sin que le permitieran entrar en la casa, humillándola en el exterior y haciéndola comer polla a unos metros del chico con quien compartía relación y vivienda, a la vez que todo era grabado como si de un “objetivo indiscreto” se tratara y siendo visionado por quién sabía... mientras ella se tocaba el coño bajo el vestido, complaciente ante el hombre con quien estaba haciendo una particular penitencia por los supuestos “delitos” de su padre, al menos según la versión que le había dado el único de sus captores a quien podía poner rostro.

Poco a poco, cada vez más y más, ese tronco fálico, esa durísima herramienta de la masculinidad de ese maduro, se adentraba profundamente en su boca, mientras ella esquivaba mirarle y no paraba de tragarse su miembro viril, babeándolo y envolviéndolo en una saliva que se le iba espesando cada vez más.

Quizás Andrés no se diera cuenta en la distancia, pero usó su lengua... tuvo que usarla, para, de forma sensual y excitante, crear la necesidad... para fabricar el ansia en ese hombre... para provocarle y hacer que se implicase en la mamada y lo convirtiera en una auténtica penetración que terminase allí mismo, evitándose lo que presumía que le pediría si no lo lograba.

Se sentía asqueada por hacer eso, por recurrir a adoptar una actitud activa y masajearle la polla a ese desconocido, mientras rodeaba su tronco fálico con sus labios y estiraba su lengua para, de forma acariciante, recorrer esa barra de carne y envolverla en sus babas, produciendo un curioso sonido húmedo cada vez que se adelantaba y retrasaba su boca sobre esa engrosadísima y palpitante masculinidad.

Y, a la vez, seguía tocándose, de forma automática, prácticamente sin darse cuenta... y, a la vez, sabiendo lo que estaba haciendo muy bien, por cómo el movimiento de sus dedos sobre y entre los pliegues de su vulva iban generando no sólo un calor cada vez más intenso en la zona, sino, también, unas descargas y una corriente interna que viajaba desde su coño hasta el centro de su vientre y, desde allí, hacía casi todas las partes de su anatomía.

Podía notar cómo su respiración se aceleraba, cómo sus pezones crecían y se marcaban, apretándose contra el tejido del vestido, cómo su propio abdomen palpitaba interiormente, en un gesto de ida y regreso desde su útero hasta su vulva y de regreso, cómo su piel se perlaba de sudor pese a la temperatura exterior y cómo sus piernas se desplazaban para acomodar sus rodillas lo mejor posible para estar más cómoda durante la mamada.

Lo sabía, notaba todo eso y, simultáneamente, buscaba taparlo y escondérselo a su parte más consciente... casi como si el reconocer cómo se activaba una parte de su cuerpo, de su ser íntimo, pudiera dar la razón a las palabras denigrantes que le habían estado diciendo desde su captura... y las que ahora entonaba el hombre a quien le estaba chupando la verga.

- Ummmm... así... así... ummmm... tú sí que sabes... ummmm... chupa, maldita hija de perra, chupa... ummmm... así, niñata... ummmm... qué pedazo puta estás hecha... ummmm... chupa, chupa... ummmm... no pares, mi niña... ummmm... no pares... ummmm... -iba entonando, pero, a la vez, conteniéndose y limitándose a agarrarle por la cabellera por si todavía pudiera intentar escapar a su destino.

Ella se metía cada vez más ese tronco fálico, notando cómo el hombre se empalmaba y excitaba cada vez más y más, con la velluda bolsa que recubría sus colgantes huevos hinchándose como un pavo real y sintiendo cómo se caldeaba todavía más esa barra de carne que iba adentrándose una y otra y otra vez dentro de su boca.

Alzó la mirada, buscando provocar, buscando generar ese instante animal que lo encendiese y lo hiciera atacar para saciarse, que todo eso acelerase y la liberase de una humillación larga, pese a que sabía lo que podría entender Andrés de ese gesto.

Sus miradas se cruzaron.

Él desde arriba, dominando la escena, ella desde abajo, humillándose ante el hombre.

La mirada hambrienta, de franco deseo, de salvaje deseo ante esa carne fresca que se le ofrecía tan voluntariamente... fue lo que vio, más que ningún supuesto enfado u odio por ser hija de quien era, excusa que habían lanzado ante ella.

No, allí no había nada de eso. Sólo había hambre de sexo, hambre de poseerla, hambre de gozar de una presa tierna y de liberar la presión salvaje que nacía de los instintos más básicos y primarios.

En cierto modo, consiguió lo que buscaba.

Con una sonrisa obscena, el hombre le agarró la cabeza ahora entre sus dos manos.

- No dejes de mirarme, puta... no dejes de mirarme y abre bien la boca, jodida hija de puta... -le ordenó, justo antes.

Sin que nadie se lo tuviera que decir, Tania dejó de sostener esa hinchadísima y venosa polla, que pasó a ser ariete cuando el maduro tomó el control de la mamada y comenzó a follarse su boca con una energía violenta y salvaje.

Ese tronco grueso, palpitante, caliente e inflamado empezó a moverse rápido, empujando y saliendo, una y otra y otra vez, penetrando y abandonando su boca con gestos bruscos y potentes, adentrándose cada vez más y más profundamente en su boca y llenándola una y otra y otra vez con esa endurecidísima polla.

Ella lo había buscado pero, ahora, su instinto era escapar de la presión, de las arcadas que comenzó a tener cuando ese tronco fálico, fuerte y grueso, llegaba hasta el fondo de su boca y empujaba más y más cada vez, llevando adentro y afuera esa palpitante verga una vez y otra y otra más, empujando su lengua y golpeando su paladar con ese extremo bulboso y mojado con esa mezcla de jugos.

Las babas saltaban por los aires, con gotas salpicando en todas direcciones, mientras ella no podía dejar de mirarle, con lágrimas en sus ojos ahora que iba hallándose congestionada por la invasión de esa virilidad, que la medio asfixiaba, ya sin preocuparse de otra cosa que no fuera su propio placer... una búsqueda de placer rápido y animal.

- Te gusta chupar, ¿verdad?... ummmm... y cómo te tocas del gustito, ¿ehhhh?... ummm... te encanta tragar rabo, ¿verdad?... ummmm... ¡no dejes de mirarme, mi niña! -gritaba cada vez que ella no tenía más remedio que cerrar los párpados o giraba mínimamente la mirada, forzándola a mantener la vista en su abusador, que hacía llover insultos y humillaciones sobre ella, de la misma manera que le salpicaba el rostro con gotas de saliva que caían desde su boca mientras forzaba la suya-... serás cabrona, hija de puta... ummmm... qué bien la chupas... ummmm... jodida traga pollas... ummmm... tócate, cerda, tócate y disfruta... ummmm... niña bien de día, puta de noche... ummmmm... joder, qué buena estás, maldita hija de perra... ummmm... chupa, puta, chupa... ummmm... no pares, joder... ummmm... qué bueno... ummmm...

Angustiada, pese a que era lo que buscaba provocar, no podía contener los lagrimones que resbalaban por su rostro ni las babas que manaban de su boca, impulsadas por esa durísima verga que no paraba de entrar y salir de su boca, bombeando rabiosa hasta el fondo, una y otra y otra vez, produciéndole arcadas los instantes que alcanzaba su garganta, metiéndose con todo, empujando hasta que no dejaba ni un centímetro de toda esa barra de carne fuera de su cavidad oral antes de sacársela, cubierta de una fina capa de babas con burbujas... babas que sabía, que saboreaba, mezcladas con los propios jugos del hombre, de un sabor cada vez más y más intenso, según se iba calentando más y más.

Pero, incluso en esos momentos de agobio, lo prefería a la otra alternativa, aunque sin dejar de tocarse, ya casi de forma autónoma, sin darse cuenta de que su mano seguía deslizándose e internándose en su propio coño, hundiéndose y acariciando de forma intensa su vulva... su caliente y pegajosa vulva, mojada con ese otro fluido que brotaba de su interior más íntimo sin que nada pudiese evitarlo.

Si se hubiese parado a pensar... si hubiese podido hacerlo, que no podía con ese tronco fálico metiéndose y saliendo, una y otra vez, hundiéndose en su boca cada vez más y más, ahogándola y llevándola hasta tener arcadas... si hubiera podido, se habría dado cuenta de que su vientre estaba ardiendo, que su abdomen se encogía y palpitaba por momentos con una emoción interior que iba y venía de su coño, como si recibiese un mensaje desde su vulva, desde ese punto de control que tenía en el clítoris, que ella misma tocaba y removía, agitándolo y activándolo ya de forma automática, sin darse cuenta, convertida la acción en algo innato.

Casi como si lo supiese, como si fuera un animal que lo hubiese olido de alguna forma, cuando una de las parejas de sus dedos alcanzó a internarse un poco en el agujero que daba acceso a su más preciado tesoro, el maduro tiró de la cabeza de su presa hacia atrás, permitiéndole boquear en busca de aire, mientras se rompía el hilo de babas que unía la castigada boca de Tania con el erecto miembro viril del hombre, que se agitaba arriba y abajo, como queriendo mostrar que su hambre y deseos seguían intactos, sin saciar.

- Sé lo que necesitas... uffff... sé a qué has venido... -decía, bufando y recuperando el aliento- uffff... naciste para esto, putita... ufffff... menuda zorra traviesa estás hecha, hija puta... uffff... cómo te gusta, ¿a qué sí, putilla?... uffff... la quieres, ¿a qué sí? -entonó, burlón, señalándose el rabo embrutecido que bailaba ante sus ojos- … ufff... la deseas bien dentro, ¿verdad, puta niñata de mierda?...

Deseaba con todas sus fuerzas gritar que no, que todo aquello era un error, que no había allí nada más que una violación de su voluntad por mandato de sus captores y de ese mismo hombre, convertido en su brazo ejecutor de otra obscena humillación... pero no dijo nada, se limitó a recuperar el aliento, esperando el siguiente paso.

- ¿Prefieres tirarte en el suelo y que te joda de frente... o a cuatro patas como la jodida perra que eres?... ¿ehhhh, furcia, qué prefieres, putita? -inesperadamente, le concedió un cierto control sobre lo que iba a pasar y, ni corta ni perezosa, antes de que él impusiera su mandato, eligió.

Sabiéndose grabada, filmada a través de esas gafas digitales que estaba forzada a llevar, escogió colocarse en cuatro, apoyada sobre manos y rodillas, de espaldas a quien iba a quebrar su sexualidad una vez más.

Cuando él la hizo girar, moviéndola como si fuera una perra, a gatas sobre esa zona previa a la entrada de la vivienda a donde ese maduro no consideraba que fuera digna de entrar, aumentando la vergonzosa situación, se dio cuenta de que la iba a poner mirando hacia su chico, quien, fuera por una u otra razón, no podía dejar de mirar lo que ella estaba haciendo y que, incluso en la distancia, desde el coche, podría observar el juego de sombras y luces en su rostro mientras la empalaban.

Para Tania eso iba a ser... a ser... otra humillación más, otro escalón en ese aparentemente interminable descenso a las perversiones diseñadas contra ella... pero, para él... el ver eso así, a distancia pero tan tan cerca... y ver su rostro mirando en su dirección... eso iba a ser... a ser... no quería ni pensarlo, tras verlo como nunca se lo había podido imaginar desde que habían sido capturados.

Ya no sabía... no controlaba... no...

Todos esos pensamientos volaron de su mente cuando el maduro levantó su vestido, descubriendo su cuerpo hasta la cintura, y, separándole un poco más las piernas, apoyó su engrosado y palpitante tronco fálico sobre su trasero, en la línea divisoria de su culo, frotándolo adelante y atrás mientras se inclinaba sobre ella y apoyaba sus manos sobre sus caderas antes de susurrar.

- Eres tan guarra que te va a encantar... pero no tanto como a mí, niñata de mierda -recitó, mientras frotaba su miembro engrosado en la raja divisoria de su culo, atrapado entre el cuerpo de la veinteañera y el del propio hombre.

Habría deseado decirle que no, que no era verdad, que ella no lo disfrutaba y que todo eso era por culpa de la gente que le había secuestrado y estaba obligando a participar en pruebas obscenas y profundamente vejatorias a nivel sexual.

Habría deseado decírselo, pero no lo hizo.

Podía notarlo sobre ella, restregando su palpitante y endurecidísima barra de carne entre los dos cuerpos, paseando esa embrutecida y venosa virilidad contra la raja que dividía en dos su culo, como si quisiera follárselo por fuera antes de hacerlo por dentro, como un animal encelado.

Lo escuchaba bufar, excitado y poseído por una tremenda ansiedad.

Ella misma estaba nerviosa, se sentía atormentada por lo que estaba haciendo... por lo que se estaba dejando hacer... y por cómo perdía el control sobre su cuerpo, tanto por lo que le hacía ese hombre maduro como por esas otras sensaciones que partían de su propio interior y que hacían que sintiese un extraño pálpito en su coño, humedecido y caliente a su pesar.

Podía imaginar que Andrés, desde el asiento del conductor en el coche, podía ver cómo tenía el rostro cubierto del rastro que habían dejado las lágrimas al desbordar sus ojos por los angustiosos momentos en que la gruesa barra de carne de ese hombre había ido más allá en su boca hasta ocuparla por completo y llegar hasta su garganta, medio asfixiándola y provocándole arcadas... y lo podía imaginar visualizando los hilos de pegajosas babas colgando de su boca todavía, bailando adelante y atrás con cada empujón que daba ese hombre en su espalda al friccionar su erecta verga contra la zona donde terminaba su espalda, empapándosela con esa mezcla de saliva de la propia chica y los jugos preseminales que habían ido saliendo de la punta globosa de esa palpitante y venosa polla tanto cuando ella se la comía como cuando él le folló, durante unos instantes, la boca.

Todavía notaba en la boca los efectos de esa combinación de mamada y penetración oral, con su mandíbula dolorida y el regusto que seguía teniendo cada vez que tragaba, con ese sabor profundo e intenso a la masculinidad del hombre que estaba castigándola en esa especie de obscena penitencia.

Por un momento le vino a la cabeza que esa molestia en la boca no era tanta como en algunos momentos con Eugenio, el tío de su chico y su propio jefe en la empresa, o con Ceferino, el primero de sus captores a quien había identificado... pero luego ese pensamiento le pareció indigno y vergonzoso, aunque Andrés no podía leerle la mente... por eso y por ella misma.

Casi deseaba que ese hombre, que ese maduro desconocido, la follase ya y terminase todo... y esa idea, ese pensamiento, la hizo sentirse todavía peor, sobre todo porque había una parte en su interior, una parte que no quería reconocer y que cada vez estaba más presente... una parte que se encendía, que se incendiaba y... y ella no quería ser ese otro yo, ese en el que su cuerpo no era suyo, sino de esas otras sensaciones y del mandato de esas otras personas... no, no quería ser...

- ¿Estás temblando, putilla?... -le susurró el hombre- ¿tantas ganas tienes de que te la meta?... uffff... qué cerda... ¿y dices que ese es tu novio?... ufff... ¿tanto necesitas polla?... ¿acaso es un puto maricón?... uffff... joder... tú lo que necesitas es polla de verdad, ¿a qué sí?... venga, dilo... dímelo... suplícame que te joda, niñata de mierda... quiero oírtelo decir... venga, dilo...

- No... por favor... eso no... -gimoteó ella, implorando, mientras el maduro seguía apretándose contra ella, frotando su endurecido pene por la rajita de su culo y hasta su espalda.

- Sí, sí... la quieres y lo sabes... quieres mi polla, jodida puta... dilo... di que la quieres, que deseas que te la meta y te parta en dos, jodida hija de puta... dilo... dilo... -le pedía él, con su apestoso aliento de fumador.

- No... no, por favor, no... eso no... fóllame y déjame en paz, pero no quiero decir eso... por favor... por favor... -suplicó Tania.

- Y una mierda... -se negó él en rotundo- el jodido cabrón de tu padre se merece eso y más, hija puta... y, además, es la verdad... estás deseando que te la meta, admítelo... eres una puta zorra de mierda, nada más... y lo sabes... dilo... di bien alto lo que deseas... que deseas que te la meta... dilo... dilo, zorra, dilo...

- Por favor... es sólo porque me obligan... porque... -intentó una última vez la joven.

- ¿No lo entiendes?... me importa una mierda... eres su hija y te lo mereces... y una cacho puta de tres pares de narices... que esa forma de comer rabo es de puta... eres una puta, una puta, una puta... y te gusta... y necesitas mi jodido rabo dentro... así que dilo... y dilo bien alto... pídeme que te reviente, jodida hija de la gran puta... -exigió de nuevo el hombre, sin apiadarse lo más mínimo.

- … yo... yo no... -buscó las palabras, pero, cuando notó cómo se apretaban todavía más esas manazas en torno a sus caderas y cómo algo en su interior saltaba, la corriente que la llenó después le hizo tener que subir la voz, sabedora de que no aguantaría más y de que, en realidad, nunca había tenido alternativa- ¡fóllame, cabrón, fóllame!.

- Más fuerte, puta... que escuche el niñato lo que necesitas -insistió el hombre con quien estaba teniendo su particular penitencia por algo que no era realmente culpa suya.

- ¡Fóllame ya, jodido mamón!. ¡Méteme la polla y fóllame! -gritó, viendo cómo su chico se encogía, casi como si hubiese recibido un golpe físico ante esas palabras.

- Sabía que lo estabas deseando, guarrilla -afirmó el maduro, burlón, a la vez que se dejaba caer ligeramente, separándose lo justo para cogerse la infladísima verga y apuntar su globoso glande, tras pasearlo por entre los pliegues de su vulva, mojándolo en la humedad que ya había entre los labios vaginales del coño de la veinteañera, de arriba abajo y de abajo arriba, una, dos... tres veces, haciéndole sentir también a ella un calor que nada tenía que ver con el de esa palpitante masa viril... sobre todo cuando rozó y apretó la punta de esa durísima masculinidad contra su excitado clítoris-. Qué mojada estás, puta... decías que no, pero ya sabía yo que eres una zorrita insaciable, niñata de mierda... venga, dilo... dilo de nuevo, hija puta...

- ¡Qué me folles ya, joder! -chilló Tania, sin pensar, deseando que todo eso acabase de una vez.

- Serás zorra, maldita hija de perra... -masculló el hombre, casi como si de verdad se creyese las palabras que había exigido que dijera su joven presa... porque eso era entonces, la presa que iba a devorar.

Ya no hicieron falta más palabras.

La redondeada punta mojada de la embrutecidísima polla se colocó sobre la boqueante entrada al interior de la sexualidad de la veinteañera y, con un sólo empujón, la empitonó, clavándole una gran cantidad de esa venosa y engrosadísima verga, que la llenó con su calor y le hizo notar cómo palpitaba toda esa barra de carne dentro suyo, contra las paredes de su vagina, haciéndole sentir un momento de excitación animal que no deseaba notar, pero que su cuerpo tenía de forma autónoma, sin el control de su yo consciente.

Ese momento en que su cuerpo no era suyo fue acompañado de oleadas de calor electrizante y un mar de hormonas que se esparció por todo su cuerpo, a la vez que un chillido involuntario escapaba desde lo más profundo de su garganta.

Hubiese querido taparse la boca con la mano, pero no podía, porque, casi de inmediato, el deseoso cazador comenzó a bombear, montando salvajemente a su presa, perforándola con su gruesa y palpitante barra de carne, adelante y atrás, atrás y adelante, una y otra y otra vez, clavándosela más y más profundamente con cada empujón, con cada invasión de esa venosa y durísima verga, que se deslizaba una vez tras otra hasta golpear contra la pared de su útero, una vez y otra y otra más sin parar.

El esforzado hombre bufaba, gozando con el salvaje ejercicio, imponiendo su masculinidad sobre y dentro de su presa, apalancándose sobre ella con sus manazas sobre sus caderas y empujando... empujando una y otra vez bien dentro suyo con su inflamadísima polla, que metía y sacaba... metía y sacaba... metía y sacaba... una vez y otra y otra más... empotrándola con su venosa y palpitante barra de carne más y más, hasta partirla en dos, hundiendo cada vez más y más profundamente toda esa engrosadísima verga hasta lo más hondo de la intimidad de Tania, cuyo coño engullía, casi como un ser hambriento, esa erecta polla que no dejaba de meterse y salir, de salir y entrar, bombeando con fuerza una y otra y otra vez, hasta chocar contra la pared de su útero como un brutal ariete.

La veinteañera gemía, sin poder evitarlo, cerrando los ojos por momentos, casi como si su otro yo desease centrarse en las emociones que la invadían y, de nuevo, abriéndolos, intentando evitar esas oleadas que iban sacudiendo su cuerpo de la misma forma en que físicamente era sacudida con cada empujón, con cada profunda penetración de esa hinchadísima barra de carne que la horadaba una y otra y otra vez.

Quiso aislarse, centrarse en la imagen de Andrés en el coche, quien la miraba no sabía si con una mezcla de asco o, incluso, que pudiera ser... deseo... y, por un momento, por la forma de agitarse su figura, por no verle las manos, casi se lo pudo imaginar tocándose, pajeándose, moviendo su propio pene entre sus dedos, como si estuviera viendo una película porno y... y que eso le pusiese... el verla a ella, así, reducida a un mero juguete sexual... y... y...

Le pareció que volvía a tener lágrimas en los ojos y, pensó, quizás todo era su imaginación desbocada por el momento, por esa humedad en sus cuencas oculares que no la dejaba fijar la mirada o las sacudidas de su cuerpo con cada embestida que apenas lograba controlar afianzándose con manos y piernas al suelo cada vez que ese hombre, que ese maduro, que su dominante invasor le clavaba más y más su enfurecida y durísima polla, cada vez más y más fuerte, hasta lo más profundo de su interior, llenándola con esa palpitante masa de embrutecida virilidad una vez y otra y otra más.

Las uñas, aunque recortadas, del cazador se clavaban en su carne y le hacían sentir que le dejarían marcas, señales que la dejarían marcada como si de ganado se tratase, mientras esa embrutecida e hinchadísima verga entraba y salía, una y otra vez, de su coño, perforándola cada vez más y más, hasta impactar con su globoso glande contra su útero una vez y otra y otra más... y los colgantes huevos saltaban y chocaban contra su vulva, haciendo un sonido húmedo que parecían campanadas obscenas que llamaban al más oscuro de los deseos.

Una y otra vez le introducía su inflamadísima y venosa barra de carne, más y más profundamente, más y más fuerte, adelante y atrás, atrás y adelante, de fuera adentro y de adentro afuera, una y otra y otra vez, metiéndosela y sacándosela cada vez más y más duramente, haciéndole sentirse partida en dos mientras esa palpitante polla se movía en su interior, llenando su vagina una vez tras otra y tras otra, montándola como un animal encelado.

El saco velludo que envolvía los huevos del maduro no dejaba de golpearle su vulva con cada empujón, con cada profundo y fortísimo empujón... una vez y otra y otra más, con un sonido húmedo y pegajoso por la humedad íntima y ajena que le cubría cada palmo de su coño y, en el fondo, muy en el fondo, eso llegaba a excitar a una parte oscura de su persona.

Su cuerpo, todo su cuerpo, se sentía cada vez más y más caliente, mientras el coño le ardía con cada empujón, con cada profunda y violenta penetración de esa furiosa y palpitante verga, que no paraba de clavársele más y más adentro, metiéndose y saliendo, una y otra y otra vez.

Su clítoris encendido, irritado por el roce, despierto por su propia mano, parecía arder, mandando oleada tras oleada de escalofríos húmedos y ardientes, que iban por toda su sexualidad, incendiándola, y se extendían hasta inundar cada centímetro de su cuerpo.

Notaba sus pezones duros, demasiado duros para lo que estaba viviendo, para lo que no debería de sentir, para lo que le estaban robando de nuevo... el control de su cuerpo... pero no lograba evitarlo y cada vez más y más esas sensaciones crecían y crecían... y no paraban... y... y...

Chilló, retorciéndose, agitando la melena, con su abdomen palpitando, mientras se corría, mientras tenía un orgasmo que le hacía sentir como si su cuerpo quisiera succionar esa barra de carne que no paraba de moverse e inundarla, una y otra y otra vez.

Su vagina se inundó con la humedad del orgasmo, llenando el aire con un nuevo olor, el suyo, el de su más íntima sexualidad, mientras el maduro gemía y la insultaba, bombeando sin parar, descargando toda su furia a través de su embrutecida masculinidad, que no paraba de entrar y salir, una y otra y otra vez, chocando contra su útero mientras invadía cada vez más y más su cuerpo, atravesándola con esa durísima y palpitante polla, que se clavaba hasta lo más profundo de su ser, una vez y otra y otra más.

- … serás cerda, jodida hija de puta... ufffff... ufffff... cómo te gusta esto, ¿verdad, niñata de mierda?... uffff... jooooder, qué guarra... uffff... uffff... cacho perra, cómo te mojas, jodida puta... uffff... ufffff... mierda... jooooder... qué buena estás, puta niñata... uffff... ufffff... cómo sabes, ¿eh, cerda?... ufffff... tenías ganas de polla, ¿verdad?... uffff... ufffff... menuda puta estás hecha... uffff... cabrona de mierda... uffff... qué bueno... qué bien entra... uffff... jooooder... la puta... uffff... ufffff... serás zorra... ufffff... te gusta, ¿verdad?... te gusta ser una jodida puta, ¿verdad?... uffff... uffff...

El maduro no dejaba de despreciarla, insultándola, mientras la cabalgaba una y otra y otra vez, aferrándose con unas manos convertidas en garras a sus caderas y empujando más y más, perforándola con saña, hundiendo su enfurecida polla hasta lo más profundo y golpeando sin piedad una vez tras otra con la globosa punta de su barra de hinchadísima y durísima carne contra el útero de su presa, haciendo sonar como campanas de vergüenza sus envueltos huevos cada vez que chocaban contra la empapada vulva, sacando y metiendo una y otra vez esa infladísima verga y haciendo salpicar por todas partes la mezcla del orgasmo de la chavala con los fluidos viriles y la humedad exterior del coño, en donde el clítoris no paraba de lanzar señales pulsátiles con cada roce, con cada golpeteo de esa masa viril contra la vulva de la veinteañera, una vez y otra y otra más.

Cada vez crecía más y más rápida la sensación... de nuevo esa sensación... y los gemidos crecían más y más, sin lograr aguantarlos, mientras el embrutecido maduro la penetraba con sacudidas furiosas, hundiendo cada vez más y más profundamente su engrosadísima polla bien dentro de su femenina presa, ante la extraña mirada fija de Andrés desde el coche y retrasmitiéndolo al natural con las gafas digitales que todavía llevaba sobre los empañados ojos.

Bufaba más y más alto el hombre, su joven presa gemía más y más... el ambiente se llenaba con la mezcla de olores de la fresca noche, el fétido olor del tabaco que escapaba de la boca del varón que la montaba y el aroma de esa mezcolanza que formaban el orgasmo femenino y los primeros fluidos que lubricaban la virilidad junto a los restos de las babas que todavía envolvían el conjunto de esa endurecidísima barra de carne que no paraba de perforarle las entrañas, hundiéndose más y más dentro de su irritadísima vagina, que no paraba de hacerle sentir cómo esa palpitante y venosa verga se movía por su interior, de adelante atrás y de atrás adelante, una vez y otra y otra más y...

Tania chilló, casi desplomándose sobre los codos, aguantando por poco, cuando el segundo orgasmo, más rápido que el primero, la inundó e hizo que su vientre palpitase y se cerrase con fuerza alrededor de esa hinchadísima masculinidad que la rompía.

Ni con eso el hombre detuvo las embestidas, sino, al contrario, rugiendo y gozando de esa estrechez momentánea, empujó todavía con más fuerzas y energías, hundiendo su embrutecida polla hasta el fondo del coño de la joven, apretando más y más, forzando el camino hasta que chocó contra la pared del útero de la hija de su enemigo y, de golpe, comenzó a retorcerse en toda su longitud, como llevando una ola por dentro de esa durísima barra de carne y comenzó a vomitar chorro tras chorro de caliente y pegajoso esperma en lo más profundo del sexo de la muchacha, apalancándose y gritando victorioso hasta que no dejó de verter toda su semilla bien adentro de su presa.

Sólo entonces cesó de empujar, dejándose caer sobre la chavala, sobre la que cayó un hilo de babas directamente de la boca del maduro, extenuado por el ejercicio que tanto había disfrutado.

- Joder... qué puta golfa eres... ufffff... podrías ser una profesional de cojones, mi niña... uffff... uffff... pero gratis es mejor, ¿a qué sí?... -se burló de la chica- uffff... te gusta demasiado, cabrona... uffff... y como anticipo de lo que me debería tu padre no está mal... jejeje... uffff... uffff... y cuando quieras, puedes volver a por más... ufffff... que sé que lo has disfrutado, jodida perra... uffff... y la próxima vez puedes decirle al mamonazo de tu noviete que se acerque para ver cómo se hace... uffff... ufffff...

Un rato después, cuando ya no había dudas de que hasta la última gota había quedado dentro de la chica, el maduro sacó su miembro, escuchándose un sonido como de succión.

Tomó el borde del vestido de la veinteañera, que utilizó para limpiarse los restos que cubrían su polla, sin dejarla levantarse.

Sólo entonces terminó la cosa, sin una palabra más, puesto que para él ella no había sido nada más que un agujero en el que había vaciado parte de su enemistad contra el padre de la joven.

Se marchó, cerrando de un portazo, y apagó la luz exterior, dejándola a oscuras.

Tania, temblando, pero no de frío, se levantó como pudo, notando cómo se deslizaban por sus muslos los pegajosos restos que salían de su coño, y se fue hasta el coche, donde la esperaba Andrés con un rostro que parecía no transmitir ninguna emoción, sentado al volante.

Cuando se sentó, le pareció ver una pequeña mancha oscura en el pantalón del joven, quien, sin decir nada, arrancó, rumbo al siguiente destino de la penitencia... o castigo... que les habían preparado sus captores.

No tenía ni idea de quienes le esperaban en la siguiente parada, pero sería algo que no olvidaría y que nunca antes había hecho.

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