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TODORELATOS » SEXO CON MADURAS » MI SUEGRA FOLLA MEJOR QUE SU HIJA
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Fecha: 20-Nov-23 « Anterior | Siguiente » en Sexo con maduras

Mi suegra folla mejor que su hija

Juan
Accesos: 47.148
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Tiempo estimado de lectura: [ 29 min. ]
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Conocí a mi suegra profesionalmente antes que a mi mujer, ella fue quién nos presentó. Después de separarme de su hija, perdimos un tiempo la relación hasta que la presentación de mi primera novela nos unió de nuevo. Me fui con ella un fin de semana a escribir juntos y acabamos juntos en la cama Version para imprimir

Hacía algo más de un año que me había dejado mi mujer Piluca. Después de dos años de casados, conoció un compañero en la banca de inversiones donde trabajaba, y se marcharon juntos a Singapur. Su decisión nos cogió a todos de sorpresa, incluida su familia. La ventaja era que no teníamos niños. Yo me quedé temporalmente la casa que poseíamos y también la hipoteca. En cuanto a chicas, sentí cierta aversión y cuando conocía a una nueva, solo me preocupaba de follármela, sin intención de intentar nada más allá.

Mis padres me aconsejaban que debiera pensar ya en otra pareja, porque sentían mi inestabilidad. Centré todo mi esfuerzo en la terminación de mi primera novela. Mi editor, en la redacción del periódico donde trabajaba me había liberado el último mes de algunas columnas y por fin lo podría presentar al público después de un año de trabajo.

La presentación se realizaba en una conocida librería de Madrid, donde había invitado a algunos amigos, a mis padres y acudirían otros invitados de la editorial.

De pronto, mientras daba mi conferencia, apareció la madre de Piluca, que se sentó en segunda fila, guiñándome un ojo de complicidad. Claudia, mi suegra, era una reconocida escritora a la que conocí haciéndole una entrevista para el periódico. Aquello dio pie para que coincidiéramos algunas reuniones literarias y en una fiesta de la editorial para la que trabajaba ella, me presentó a su hija, hacia ya cinco años.

Siempre nos consideramos profesionales y nos respetamos sin que me tratara como una suegra ni yo a ella como un yerno. Tras mi separación, nos distanciamos,  lo que no resultó difícil dado que ella vivía parte del año en su casa de Marbella en la que yo había pasado varios veranos. Pero nunca decidimos que se cerrara nuestra amistad.

Hacía casi un año que no la había visto pero a sus cincuenta años seguía siendo una mujer espléndida, alta elegante y en una forma envidiable gracias a sus caminatas por la playa. Su cabello largo, rubio, liso, envolvía una cara muy bien conservada. Sus azules ojos miraban de frente sin timidez. Se mantenía tan atractiva como la recordaba.

—¡Muy buena presentación! —me saludó cariñosa al concluir.

—La que está bue... guapa eres tú, pareces la hermana de Piluca —Su hija, mi ex, tenía 29 años, uno menos que yo.

—Mucho piropo pero no me invitaste. He tenido que colarme en el evento.

—Lo siento. No quise ponerte en un compromiso.

—Yo sé separar la parte familiar de la profesional. Te considero un colega y... un amigo.

—Desde luego. Con tu hija no he conseguido mantener la amistad, no tenemos ningún contacto —le recordé algo que ella ya sabía.

—No aprobé el comportamiento de mi hija, no soy responsable de lo que hizo pero... no puedo renunciar a ser su madre.

—¿Hasta cuándo te quedas? —pregunté para rehuir el tema Piluca.

—Un par de días, estoy en el hotel Cuzco.

—Me gustaría hablar contigo. ¿Me invitas a desayunar mañana en tu hotel?

—¿Quieres descargar conmigo lo que no pudiste con ella?

—Nooo. O quizás sí, no sé. No quisiera alterar tus planes.

—No seas tonto, te espero a las nueve. A mí también me apetece.

Mis padres se sintieron muy orgullosos de mi presentación y se quedaron con Claudia mientras  yo seguía saludando a todo el mundo. Se me hacía largo el evento sintiéndome el centro.

Llegué temprano a su hotel y la encontré frente a una taza de café, leyendo la prensa. Su rutina de cada mañana.

Mientras tomábamos un segundo café, nos pusimos al día de nuestras respectivas vidas sin prisa por abrir el fuego. Me habló de la tranquilidad que disfrutaba en Marbella aunque a veces en exceso. Le confesé que yo echaba de menos los veranos que había pasado en esa casa.

—Puedes venir cuando quieras.  Y ayudarme a corregir mi novela que estoy atrancada.  Y ahora, cuéntame, ¿te has recuperado de la putada de Piluca?

—Ya está superado, aunque no hay nadie. Y tú, ¿sales con alguien? ¿O sigues siendo la altiva dama que ningún hombre le parece suficiente?    

—No salgo con nadie, Marbella es un refugio de elefantes en invierno —sonrió.

—Siempre me pareciste una gran señora y no has cambiado nada.

—Tú has cambiado para mejor, mi hija se equivocó.

—Gracias sue... Claudia. Espero que lo pases bien en Madrid.

—Me gusta la capital para unos días, lo que ocurre es que cada vez socializo menos.

—Si necesitas compañía para algún acto, dímelo.

—La necesito muchas veces sin necesidad de actos. Para conversar, para sentirme mimada...

—Pues me llamas y me voy a Marbella volando.

—¿Lo harías? No respondas, me conformo con que lo hayas sugerido.

Pensé detenidamente que Marbella podría ser un refugio ideal para escribir y con una maestra al lado, mucho más interesante.

A las once nos marchamos los dos, cada uno a su actividad. Me esperaba un duro día en la redacción con todas las noticias que estaban ocurriendo. En el periódico organizaron una copa por la tarde para mostrarme su apoyo y reconocimiento. Me sentía muy halagado porque entre escritores no todo es armonía y muchas veces llueven puñales.

En plena celebración, recibí una llamada suya.

—He hablado con Piluca. Le he contado que has presentado la novela y me ha pedido que te felicite de corazón.

—Os lo agradezco a las dos.

—¿Qué ruido es ese que se escucha?

Casi a gritos, la puse al día de lo que ocurría. Llevado de los efluvios del alcohol, le sugerí.

—¿Por qué no te vienes? Muchos de mis compañeros te admiran como escritora. Darías glamour a esta copa.

—Pues te lo acepto, tengo que aprovechar los días de Madrid para relacionarme más.

En media hora apareció con un look muy diferente al habitual. Venía con unos vaqueros de marca que realzaban su cintura y mostraban un generoso culo. Apenas pintada la cara, unas finas rayas en sus ojos realzaban su azulado color.

—Pareces la hermana de Piluca.

—¡Qué tonto! No podía aparecer a una copa de periodistas jóvenes como una señorona.

Tras presentarla al grupo, que conocían a Piluca y sabían que era su madre, tuve que responder a algunas bromas acerca de lo buena y animada que estaba mi suegra. Ella se encontraba feliz. Se integró como una colega más, respondiendo con humildad a los halagos que le profesaban mis amigos, y siguiendo la broma cuando fruto de las copas, se producían comentarios picantes. Esa tarde, Claudia deslumbró a todos.

Era curioso cómo tras un año sin tratarnos, su imagen tan femenina y sensual me retrotraía a cuando la conocí antes de conocer a su hija. Volvía a verla como mujer no como suegra. Yo me sentía desinhibido, arropado por un entorno amigo.

—Estás triunfando con mis colegas —alcancé a decirle en uno de los momentos que coincidimos—. Me siento envidiado.

—¡Menuda envidia! De copas con tu suegra.

—¡Ex! —Repliqué—. Que se mueran de celos. Solo somos colegas de letras.

La noche era genial. Disfrutábamos de una salida divertida, cómplice dentro de una reunión profesional. Los mayores y casados se fueron marchando y nos quedamos los jóvenes y fiesteros. La música era animadísima y Claudia se mostraba tan animada como la que más y comenzó lentamente a mover el cuerpo.

—Te vas animando —le dije al oído para que me oyera con tanto ruido.

—¡Esto es genial! Vivo en un mundo demasiado estable, ni frío ni calor —La sensualidad con la que se movía, la hacía parecer mucho más interesante.

Lucas, un compañero de deportes, que había conocido también a su hija, mostraba especial interés en mi suegra. Era un tío de mi edad,  moreno  y con un look francamente atractivo. Siempre había tenido mucho éxito con las chicas. A Claudia, integrada con chicos y chicas de veinte y treinta años lucía como una abeja reina  y no le resultaba indiferente.

—Eres la admiración de la noche —le dije.

—Sois todos muy amables.

—Alguno más que otro —le guiñé un ojo.

—¿Se me nota tanto? —preguntó asombrada.  

—Olvídate de formalismos, sé tú misma.

—¿No te importa? —seguía asombrada.

—Eres una mujer libre.

Lucas se acercó de nuevo para invitarla a bailar. Claudia me miró y yo le guiñé un ojo de aprobación. Le sonreí cuando desde la pista me miró.

Lucas, habituado a la conquista, le decía cosas al oído que provocaban su risa. La cogía de la cintura atrayéndola hacia él y ella se dejaba mover. Trataba de aislarme pero no podía evitar mirarlos. En uno de los momentos que miré, no los vi en la pista. Escudriñé la sala y los vi en un fondo dándose un pico ¡Hijo de puta!

Al rato aparecieron sonrientes. Mientras ella iba al baño, mi amigo se acercó.

—Tu suegra está para follársela —comentó.

Yo pensaba igual sin atreverme a pronunciar esas palabras. Supuse que lo dijo esperando mi reacción.

—Claudia es adulta y libre, solo te pido que la trates bien.

Cuando llegó ella, Lucas le dijo algo al oído.

—Sergio, estoy cansada, Lucas va a acercarme al hotel —Me dio un largo abrazo como esperando mi aprobación.

—Hasta tu próxima visita a Madrid —la despedí, muerto de rabia por dentro y sin ser capaz de dedicarle una sonrisa.

Me quedé jodido un rato más, hasta terminar mi copa, suponiendo que en ese momento Lucas se estaría follando a Claudia. Me despedí de los colegas y me marché a casa.

Mientras trataba de conciliar el sueño pensaba en ella follando en su hotel con Lucas y el pensamiento se estaba haciendo muy excitante pero me dolía. Recordaba cómo me gustaba cuando la conocí, antes que a su hija, siendo un jovencito de veinticinco años ante una brillante escritora de cuarenta y cinco. Y ahora yo me sentía mucho más maduro. ¿Y si me hubiera lanzado yo antes que Lucas, me habría follado a la madre de Piluca? Habría sido excitante.

Estaba absorto en mis pensamientos cuando recibí un mensaje suyo.

— ¿Despierto?

—Sí, no podía dormir.

Recibí su llamada.

—Yo tampoco podía dormir —me dijo.

—Pensé que estarías acompañada —respondí.

—No le dejé subir. Me siento un poco avergonzada.

—No tienes por qué. Yo me siento orgulloso de ti.

—Me sentía eufórica en el pub.

—Le caíste muy bien a todos.

—Te habré dejado en mal lugar ante tus amigos.

Mi cuerpo comenzó a despertar mientras hablábamos.

—Al contrario, eres una mujer increíble Claudia. Te he admirado siempre.

Ella necesitaba explicarse, y su forma de hacerlo como si fuera el marido despechado, me excitaba.

—Empecé a tontear con Lucas como un juego. Pero, sin darme cuenta, me vi envuelta en su seducción. ¿Te parecí un poco puta?

—¡Nooo! Además, no le debes explicaciones ni a mí ni a nadie.

Escuchar en ese tono a mi ex suegra me estaba poniendo muy cachondo.

—Es cierto que me sentí halagada pero cuando en la puerta del hotel me propuso subir a follar comprendí que no era correcto. Me siento mal. ¿Me perdonas?

—No tienes que darme explicaciones —dije con una enorme satisfacción de comprobar que no había caído a la vez que supuse que mi suegra era mucho más inaccesible de lo que yo creí.

—Hoy no es tan extraño que una señora folle con un chico más joven —le dije sin dejar de tocarme mi polla.

—Creo que me pasó un poco como a ti con mi hija. Cuando su padre se fue con una jovencita, me dejó traumatizada. Me planteé si yo sería capaz de hacerlo y anoche tuve la tentación. Supongo que me atraía la parte sexual pero no puedo estar con un hombre por el que no sienta cariño.

 —Lo habías convertido en una fantasía —comenté.

—Seguramente.

Se estaba abriendo a mí como nunca. Hablaba la mujer no la suegra. La recordaba besándose con Lucas en el pub y me excitaba. No dejaba de acariciarme mi polla mientras hablábamos.

—Para mí también es frustrante cuando acabo de echar un polvo comprobar que no siento nada por esa chica.

—¡Menuda conversación suegra yerno!

—En este momento, si cierro los ojos, no veo a la suegra.

—¿A quién ves?

—Veo a una chica divertida y sexy, riendo y bailando, admirada por todos.

Mi polla estaba a punto de estallar, no le dije que veía a una chica divertida y sexy a la que en ese momento me gustaría follarme.

—Me alegro de haberte llamado. Buenas noches.

—Buenas noches —le dije antes de colgar y sin poder contenerme más, aceleré para correrme.

Desperté con el recuerdo de nuestra conversación aún presente. Al salir de la ducha encontré un mensaje en mi móvil.

—¡Buenos días escritor!

Imaginé que ese mensaje significaba que se había despertado pensando en mí.

—Buenos días, rompecorazones —tenía que elevar el nivel para ver hasta donde llegaba.

Siguiendo su costumbre de hablar mejor que mensajear, me llamó.

—Bromitas, las justas. Sabes de sobre que Lucas lo único que quería era echar un polvo fácil.

No rehuía el choque, así que continué en esa línea.

—Había otras chicas que pudo elegir, y además, Lucas no suele tener problemas para echar un polvo. Se fijó en ti porqué estás muy buena.

—Como apoyo emocional eres único. Te voy a echar de menos.

Porque no continuar lo que parecía a mi alcance.

—¿Cuando te marchas?

—Están buscándome un billete de AVE para  esta tarde.

Yo no tenía ánimo para ir a la redacción, no me sentía preparado para enfrentarme a las risas de alguno de la pandilla que creerían que Lucas se la había follado. Y tenía mucho trabajo que atender desde casa. ¿Por qué no?

—Hoy no pensaba ir a la redacción. Si me invitas, puedo llevarte yo.

Se quedó en silencio durante unos segundos. Pensé que había metido la pata.

—Déjalo era solo una sugerencia.

—Perdona Sergio —reaccionó—. Me quedé sorprendida, claro que te invito. En realidad, me gustaría mucho que vinieras.

Resolví con mi jefe quedarme a teletrabajar, preparé una bolsa de fin de semana, con un bañador porque en esa época ya apetecía ir a la playa.

A las cuatro pasé a recogerla, y volví a encontrarla estupenda. En el atuendo más sencillo que la conocía, con el pelo recogido en una coleta.

—¡Qué loco estás! —me recibió.

—Voy de trabajo con una escritora reconocida.

—Hay que saber separar trabajo y placer.

Ya dentro del coche, donde nos esperaban cinco horas por delante, asumí que si ella reconocía que había un componente de placer, debía tantearla.

—¿Sabes que cuando te conocí me parecías una diosa? Pero yo era un pardillo recién terminada la carrera.

—Me caías muy bien por eso quise que conocieras a mi hija.

—¡Celestina! Lo organizaste todo —dije entre risas.

—Pensé, si no puede ser para mí, que sea para mi hija.

—¿En serio lo pensaste? —pregunté sorprendido.

—¡Claro que no! Te llevaba 20 años, entonces no estaba de moda las señoras con jóvenes.

—Eso que me perdí, si no a lo mejor me habría casado contigo y no con tu hija.

Me miró sorprendida. Sonrió tímidamente.

—¿Vas a dedicarte ahora a conquistar señoras maduras?

—Tengo que reciclarme. Si escribes un libro y fallas, rectificas en el siguiente. Si he fallado con un tipo de mujer, tendré que cambiar de patrón.

—No lo veas así. Un libro es algo sujeto a técnicas y estilos. Una persona, una mujer es un universo diferente de cualquier otro. No te sientas condicionado —afirmó.

—Piluca está superada ya, la sensación de impotencia, no. ¿Para qué acordarme de ella que tiene pareja, estando tu soltera?

—Te veo muy atrevido —replicó sin señal de haberse molestado.

—Me gusta el punto que hemos alcanzado de confianza.

—Tu postura de anoche me ha dado confianza como mujer —dijo mirándome a los ojos.

Llegamos tarde a casa, tras haber tomado un sandwich en carretera.

—Estoy rendida, me voy a la cama. Lee este último capítulo que he escrito. Quiero conocer tu opinión —me pidió.

Conocía de sobra esa habitación donde fui de novio y después de casado. Se hacía raro haber ido solo con mi suegra. Me quedé leyendo su obra, pero no solo el último capítulo. Me gustaba su estilo pero ahora que la conocía mejor me parecía un poco formalista, encorsetado. Ambos escribíamos en ordenador pero nos gustaba corregir leyendo sobre papel. Iba haciendo anotaciones al margen a la vez que volvía a sentir su atracción en mi polla.

Me quedé dormido imaginando cosas que podrían ocurrir ese fin de semana.

Me desperté el primero. La encontré dormida, semidesnuda, majestuosa la  imaginé follando con Lucas y contuve mis deseos de meterme en la cama con ella. Me fui a su baño, mientras yacía dormida, saqué mi polla al viento y admirando su desnudez, me masturbé. ¡Como la deseaba!

Cuando salió en camiseta de andar por casa, medio despeinada, ya tenía su desayuno preparado. Nos dimos un cariñoso abrazo.

—¡Qué placer tener servicio en casa!

—No solo servicio doméstico, sino de edición y corrección.

—¿Has leído lo que te pasé? ¿Qué tal?

—Dame un rato más, lo termino enseguida.

—Si me vieran tus colegas de la redacción ahora no darían ni un euro por mí.

—Ellos se lo pierden. Estás guapísima.

—Ya no soy tu suegra, no tienes obligación de quedar bien conmigo.

La vista de sus muslos bronceados, apenas cubiertos por la camiseta que llevaba, el movimiento de sus pechos sin sujetador mientras trasteaba en la cocina, no la asociaba a la imagen de una suegra convencional.

—Es admiración de... lector.

Mientras ella daba cuenta de su tostada y de su café, comenzó a escribir en su portátil. De vez en cuando nos consultábamos alguna cosa o nos deteníamos a tomar una cerveza y reírnos. Cuando acabé las correcciones de su novela, se lo pasé.

—Lee las anotaciones que he ido haciendo y me dices.

—Pero, has escrito desde el inicio —exclamó al ojearlo.

—Anoche no tenía sueño.

Decidí salir a caminar, la zona me traía muchos recuerdos. No se enteró que me marchaba ni oyó la puerta al regresar. Al salir de la ducha, seguía ensimismada. Mientras me vestía escuché su llamada.

—¡¡Sergio!!

Acudí a su grito pensando que habría ocurrido algo

—¡Está genial! Me gusta la idea que sugieres de mantener la tensión un capítulo más. ¿Crees que debo cargarme al personaje de Blas?

—En mi opinión no aporta nada y puede distraer la atención.

Se mostró ilusionada con las ideas que le contaba.

—Necesitaba un empujón así. Me sentía bloqueada.  ¡¡Gracias!!

—Escribes muy bien, tu vocabulario es muy rico. Pero creo que suavizas demasiado los personajes, los haces muy de novela. A mí me gusta más realidad, incluso usando palabras más vulgares.

—La profesora recibiendo clase del alumno. Te lo agradezco.

—No son clases Claudia, es una opinión.

—Una opinión cualificada y objetiva.

—¿Qué plan tenemos hoy?

—¿Te apetece irnos a la playa? Hace un día estupendo.

En esa época la zona estaba muy tranquila. Nos echamos en las toallas dispuestos a disfrutar de una maravillosa tarde de playa con olas, de rayos de sol, de dunas de arena. Comenzamos hablando de barcos, de viajes, de proyectos personales, una conversación de dos amigos adultos, para nada de madres ni hijos, ni suegras ni yernos. Cuando se sintió completamente relajada, necesitó explicar su relación con Lucas.

—No sé qué me pasa desde hace un tiempo. Los señores de mi edad me parecen viejos y aburridos. Me siento mejor con gente joven, más divertida y vital. Me resultó increíble sentir el interés de un joven tan guapo como Lucas. Y me siento fenomenal contigo, hablando de cualquier tema, hasta de los íntimos.

La dejé hablar, tratando con naturalidad lo ocurrido para que le desapareciera el complejo de culpa o de libertina.

—Te dije que entre mis amigos tuviste mucho éxito.

—Veía las miradas de algunas chicas envidiándome.

—Y chicos envidiándolo a él.

—Me importa tu opinión, la de los demás me da igual.

—Debemos sentirnos libres. Te admiro, como escritora y como mujer.

—A mí también me gusta lo que veo en ti. Un escritor brillante y ágil. Y un hombre liberal... además de atractivo —sonrió quitándole importancia...

Estábamos avanzando en conocernos mejor. Se despojó del top algo que no le había visto hacer nunca. Se cubrió la cabeza con una pamela para tomar el sol. Su aspecto asalvajado, su pelo rizado, tan diferente de su look cuidado y elegante, la hacían igual de deseable.

Me levanté a dar un paseo por la playa tratando de reducir la erección. Pensaba que debería mojarme y dar un paso adelante si quería follármela antes de regresar a Madrid. Cuando llegué de nuevo a donde estaba tendida, ya se había incorporado.

—¡Me apunto a trabajar siempre así! —le dije para distraer su atención de lo que de verdad me importaba en ese momento.

—Me gusta tenerte aquí, trabajar a tu lado.

—Me agrada la confianza que tenemos, no puedo hablar así con ninguna amiga.

A media tarde regresamos. Me invitó sin poner entusiasmo a acompañarla a una cena con unas amigas a las que había traído algunas compras de Madrid. La vi salir arreglada de manera informal, con un aire muy juvenil. Sus ojos maquillados brillaban como las estrellas del cielo. Y su altura quedó realzada con unos zapatos de plataforma que la elevaban hasta las mismas estrellas con las que se comparaba.

—Mi jefe me comentó que eras una mujer muy atractiva. Si te viera ahora, pensaría que se quedó corto.

—No sabía que tenía un yerno tan galante —respondió.

—No tienes un yerno, tienes un colega. Y sería imposible no ser galante esta noche.

—¿Con Piluca eras tan romántico? Nunca me lo comentó.

—Ni a mí me pareció que ella valorara los halagos.

—Pues ella se lo pierde, a su madura madre le encanta escucharlos.

Dediqué esa noche a contestar a todos los emails que había recibido acerca de mi novela. Se me ocurrió algo singular. Me dirigí a su dormitorio y con cuidado busqué en los cajones de su cómoda donde guardaba su ropa interior. Encontré sus braguitas dobladas, ordenadas y tomé unas negras de encaje fino. Me las llevé junto al portátil, para que me sirvieran de inspiración e imaginé que se las quitaba delante de mí.

Cansado de escribir, salí a la terraza, la noche era agradable. No la oí llegar.

— No imaginé que volvieras tan pronto.

—No dejaba de pensar en ti —aclaró sincera.

Pasó sus manos por mi cabeza, a modo de sacudir mis pensamientos.

—Ni yo tampoco —respondí.

Me dio un abrazo enorme, en intensidad y en duración. Mi polla se puso en tiempo de saludo y ella lo notó.

—No se te puede hacer una caricia —sonrió.

—Como decía Benedetti, lo mejor de una caricia no es la caricia en sí, sino su continuación —le respondí.

—¿Cuál sería la continuación? —me preguntó sin quitar su mirada de la mía.

—La escribiríamos en la cama, a dos manos, con un guión que iríamos improvisando a la vez.

—¿Me deseas de verdad o solo te excita follarte a tu suegra? —preguntó sonriente mostrándome las braguitas que había dejado junto al portátil.

Me sentí sorprendido y casi sobrepasado por ese lenguaje que tampoco le pegaba.

—Te deseo a ti... Eres una fantasía desde que te conocí.

—Si lo deseas tanto... te regalo tu fantasía, con una condición.

Me levanté y la abracé.

—Lo que quieras. —dije sin dejarle continuar, dándole un beso apasionado.

—Que te quedes unos días más. No quiero sentirme follada y adiós.

Si se trataba de eso, me mostraría como el ser más cariñoso del mundo, no me iba a conformar con follármela solo una noche.

Mientras se dirigió al baño a prepararse para su inmolación, preparé un escenario espectacular. Rodeé la cama de blancas velitas de luz parpadeantes.  Abrí las sábanas, las doblé al pie de la cama conociendo su manía por el orden.

Salió con un ligero salto de cama bajo el cual se transparentaban sus braguitas blancas y sus pechos desnudos y bronceados. Sonrió al ver el conjunto de velas que rodeaban a su yerno tumbado casi desnudo en la cama.

—Me gusta el escenario —sostuvo mi mirada.

—Estás bellísima Claudia —la piropee para transmitirle confianza—. Eres una mujer de locura.

—Loca más bien. Espero que Piluca no se entere nunca de esto.

En el trayecto del baño a la cama, se levantó un temporal de lujuria, que la despojó del salto de cama y obligó a su cuerpo desnudo a buscar refugio entre mis brazos. Se giró hacia mí, ofreciéndome su boca y disfruté de sus besos sensuales, de labios y de lengua, de deseo a la vez que movía su mano suavemente por mis muslos, recreándose en los alrededores.

Aunque tocaba escribir la continuación de su primera caricia, consideré adecuado desplegar sobre ella todo el arsenal de caricias que no había utilizado desde hacía meses. Recorrí su piel en una travesía a vela por mares desconocidos, amasé sus pechos sin necesidad de horno, bebí de sus labios con la sed del peregrino. Ella usaba su boca con prudencia, temerosa de que si me excitaba demasiado rápido me saltaría la fase de los besos. Pero yo no tenía prisa por penetrarla todavía, después de haberla deseado desde hacía tantos años. La disfrutaba con deleite esperando que cogiera el punto que le permitiera sentirse libre.

—¿Estás bien?

—Muy bien —susurró.

Bajé mis labios por su cuello, la parte superior de sus pechos, su escote, que olía a perfume embriagador. Pasé con delicadeza mi mano por encima de su coñito desde donde inicié un camino de trayecto fijo, con retorno a su cuello ida y vuelta y repostaje en sus pechos. Sus areolas se erizaron a mi contacto. Quise probar también su sabor, y las introduje en mi boca, provocando una convulsión en su cuerpo tendido a mi lado.

Cuando sentí la cadencia de su respiración alineada con el deseo, acerqué mi mano a su coñito, abrió sus piernas, sollozando de placer. Metí dos deditos, tanteando la zona, sabiendo que estaba óptima ante el temblor de su cuerpo. Introduje el tercer dedo, acaricié su clítoris, rodeé sus labios, sin dejar de besarla por todo el cuerpo contemplado en primera fila como disfrutaba. Apenas sin fuerzas para gritar, emitió un gemido de culminación.

—¡Qué placer Sergio!

Comprobado su punto de felicidad, bajé a buscar más botín, desplacé mi lengua por el inicio de sus labios vaginales, sintiendo su humedad. Recorrí todo su perímetro antes de adentrarme en su maravillosa gruta del tesoro. De repente, alzó mi cabeza, se deslizó hacia abajo situando su coñito frente a mi polla.

—No puedo más, ámame —suplicó Claudia.

Me monté sobre ella y se la metí atropelladamente, empujando para que sintiera más adentro mi herramienta.

—Despacio, quiero disfrutar de ti —me pidió completamente entregada.

Inicié un movimiento continuo al que ella ayudaba elevando cada vez más su culo sobre el colchón. El acoplamiento funcionaba mejor que el de las cápsulas espaciales, era nuestra primera vez y conseguimos un sincronismo al que solo llegan las parejas tras muchos intentos.

Alargamos el momento disfrutando de mantenernos en ese estado de excitación. ¿Cuánto duró? No lo sé. Solo recuerdo sentirme en ese estado luminoso donde pareces levitar y expresas con caricias y besos lo que no tienes palabras o no sabes usarlas para transmitir. Viví con ella el polvo a cámara lenta más prolongada de mi vida hasta que su grito en la noche debió oírse en la costa africana. Dejé dentro de ella el primero de los muchos polvos que íbamos a echar a partir de entonces.

 —Me ha encantado tu ternura. Que no se rompa la noche.

Se alzó sobre mí sin dejar que mi polla saliera de ella y continuó un armonioso baile de caderas en el que mi polla se deslizaba por su lubricada vagina como un bailarín se desliza por la pista de baile. Estaba impresionante, salvaje, con los ojos cargados, jadeante, una auténtica reina. La cadencia y la armonía de sus movimientos hacían prolongar el climax. Por sus jadeos presentí que un nuevo orgasmo iba a llegar y de repente, otro grito atronó en la noche.

La sentía retorcerse de placer.

—Sigue por favor, no pares.

Estimulado por su deseo, me coloqué tras ella, y comencé a cabalgarla desesperadamente, entrándole por detrás, frotándole el clítoris con mi polla mientras la penetraba, sacándole nuevos tonos a sus gemidos. Al llegarle otro orgasmo se desplomó, arrastrando mi polla en su derrumbe lo que me provocó descargar dentro de ella todo el morbo acumulado durante la sesión.

—¡Ha sido increíble! —le dije, apretándome contra su cuerpo mientras inundaba de semen la vagina de mi suegra.

—¿Te ha gustado? —preguntó.

—Wow. Una sensación maravillosa —susurré cayendo a su lado, verdugo y víctima del juego.

No recuerdo como, pero nos quedamos dormidos. Con los primeros rayos del amanecer que apenas traslucían una fina luz, desperté con las caricias de Claudia que cubrían de besos mi cuerpo y me hice el remolón.

Seguía aún en ese estado limbótico, con los ojos cerrados, cuando sentí sus cálidas manos apoderarse de mi pene y subiéndose sobre mí, lo situaban en la boca de su coñito. No sabía si se me levantaría. Traté de detenerla.

—¿Ya has cumplido tu fantasía? ¿No tenías tantas ganas de follarme?

—Me pediste que te amara...

—Prueba superada. Ahora fóllame, podemos alternar entre hacer el amor y follar.

Claudia acarició directamente mi polla, irguiéndose para mirarla, para ver se a ella misma acariciando la polla de su yerno. Deseando verla crecer rápidamente, metió la cabeza entre mis piernas, apoderándose de mi polla, jadeando de placer.

No podía fracasar. Acompasé mi ritmo al de su mamada y cuando mi polla cogió vida, la introduje con cuidado en su coñito. Dejé que ella, señora y dueña de mi polla, marcara el ritmo hasta que la velocidad de sus caderas, cabalgando sobre mí, desnuda, erguida, su cara extasiada dispuesta a morir fueron cogiendo el ritmo de las olas en el mar, gimiendo cada vez más fuerte.

—Tranquila mi vida—le pedí ante la aceleración de sus gemidos.

Pedirle tranquilidad a Claudia en ese momento, era decirle al viento que parara en medio de un huracán. Perdí la sintonía con ella, no podía seguirle sus acelerones, joder y ayer me decía que fuera tierno y la amara. Parecía un potro escapado de un rodeo americano, pugnando por descabalgarme, pero yo la tenía metida hasta el fondo, y no me dejé tirar. Su cara se había transformado, estaba asalvajada, gritando, suspirando. No se conformaba. Cogía mi polla con su mano, acelerando mis movimientos. Yo le devolví el detalle, y apreté con mis dedos su clítoris porque dudaba de mi capacidad y sentía que tras los orgasmos que llevaba ella, no iba a poder rematarla. Cuando por fin cayó derrotada, aceleré descontroladamente para terminar yo.

—Eres brutal —susurré con el hilo de voz que me quedaba, dando los últimos empujones antes de caer rendido al lado de Claudia.

—¿Te gusta más como follo yo o mi hija? —preguntó provocadora.

—Ella era buena, pero le faltaba tu pasión. Alucinaría de ver lo que puedo hacer.

—¡Me encanta el sexo contigo!

Al menos reconocía mi mérito. Mi cuerpo estaba siendo exigido por encima de lo que siempre lo había sido.

Era curioso como cada persona actúa en su vida de manera tan diferente. La Claudia orgullosa, escritora tradicional, se comportaba como una mujer ardiente y terriblemente sexual quería que la follara sin renunciar a su estilo.

Pasó a la ducha mientras yo preparaba los desayunos. Manteníamos un puntito cariñoso y divertido, no parábamos de reír, conscientes de que habíamos dado un paso que no tenía marcha atrás.

—Te echaré de menos cuando te marches.

—Vayamos paso a paso. No estamos tan lejos.

—Mientras no te vayas, disfrutemos de lo que hemos descubierto —exclamó dejando caer su blanco albornoz de algodón sobre el suelo y mostrando su espléndida desnudez, una auténtica reina, su pelo húmedo y su coñito chorreando. Su piel tostadita del sol, contrastaba con el blanco de sus labios vaginales.  Sus movimientos reflejaban la sed de su coño, que había sido tomado siempre sin rendirle la pleitesía que merecía.

Apoyó su culo sobre la mesa y abrió sutilmente sus piernas. Mi mente tardó muy poco en imaginar lo que podía hacer con su coñito recién lavado. Me abrazó  sin dejar de besarme, le caía el pelo por su cara, totalmente liberada de su recelo de suegra. Extendí mis manos para acariciar sus pechos, gemía de placer al masajearlos. Me miró con una sensualidad que nunca le había visto. Abrió sus piernas, bajó mi cabeza hasta situarla frente a su coñito para que bebiera.

—Fóllame con tu lengua —dijo en un tono suplicante.

Comenzó a subir y a bajar sus caderas, con una enorme suavidad que indicaba que su dilatada vagina estaba bien lubricada. Inicié un curso de inmersión vaginal. Debíamos hacer un chequeo a fondo de su coñito destaponado después de ser penetrada por mí. Repelé todo el sabor de ese súper coño, que traía música incorporada de serie, porque cuando se acercaba a su climax, su cintura temblaba sin control, suspiraba, gemía hasta que comenzó a cantar como una sirena.

Mi cabeza emergió de entre sus piernas, encontrándome su melena enredada en su cara, sonriéndome feliz.

—Habla con tu jefe y consigue una semana de teletrabajo. Quiero follar contigo día y noche en sesión doble.

—¿Me pagarás plus de peligrosidad? —bromee no sin cierta razón en mi comentario.

—El riesgo lo correrás si dejas de follarme.

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