Tan malo es desconocer cosas como aprenderlas demasiado pronto o de forma abrupta. Por diversos tipos de motivos, no todos los jóvenes aprenden al mismo ritmo las cuestiones más importantes de la vida. En mi caso, el entorno no me favoreció en absoluto para mi maduración, pero dos personas se encargarían de ponerme al día en lo que ellos consideraban indispensable.
Siendo muy joven, mi madre se enamoró del muchacho que bajaba todas las mañanas a la ciudad para vender la leche de su granja. En contra de la voluntad de sus padres y de su hermano mayor, decidió seguirlo hasta el pueblo y casarse con él. Pasó de ser una chica con un futuro muy prometedor a entregar su vida entera al cuidado de los animales con los que mi padre hacía negocio.
Aunque ambos querían ser padres, el destino parecía no tener pensado concederles ese deseo, hasta que finalmente, de forma inesperada, llegué yo. Mi padre pretendía que les ayudara con sus labores desde muy pequeña, pero mi madre fue firme al respecto y le dejó claro que lo que yo tenía que hacer era estudiar para tener el futuro que ella dejó escapar.
Yo me veía incapaz de decantarme por ninguna de las opciones, quería contentar a los dos, así que iba a la escuela y el resto del tiempo lo pasaba en la granja ayudando. Así solo conseguí conocer los dos mundos, pero no profundicé en ninguno de ellos. Aun así, parecía que iba encaminada a seguir los pasos de mis padres.
A mí me gustaba ir al colegio, pero llegó un punto en el que me costaba seguir los pasos de mis compañeros. Pasaba tanto tiempo ayudando a mis padres que apenas podía hacer las tareas que la maestra nos enviaba para casa. Además, en aquel pueblo la educación dejaba mucho que desear, ya que a los niños nos preparaban para las escasas salidas laborales que allí había.
Pero aun así me estaba quedando atrás. Mi madre me insistía en que me centrara únicamente en los libros y yo quería hacerle caso, hasta que la veía agotada después de estar trabajando de sol a sol y decidía aliviar su carga haciendo yo parte de su tarea a escondidas. Luego me llevaba sus broncas, pero, en mi opinión, merecía la pena.
- Te lo he dicho mil veces, Arya, no quiero que acabes como yo.
- Y yo no quiero que usted se mate a trabajar, madre.
- Eso es responsabilidad mía, solo quiero procurarte un futuro mejor.
- Usted hizo su elección sin hacer caso a los abuelos.
- Por eso sé mejor que nadie lo equivocada que estaba.
- ¿Se arrepiente de haberse casado con padre?
- No, porque gracias a eso pude tenerte a ti.
Daba igual lo estricta que tratara de mostrarse, mi madre era tan buena y generosa que no podía más que hacer todo lo posible para que no tuviera tanto trabajo. Se veía a leguas que mi padre había nacido para eso, pero ella no. Solo deseaba otro tipo de vida cuando llegaban las navidades y mis tíos venían a visitarnos.
Mateo y Carlos eran mis primos mayores. Tenían siete y cuatro años más que yo, aunque no era la diferencia de edad lo que les hacía parecer prácticamente de un mundo distinto. Hablábamos el mismo idioma, pero no entendía casi nada de lo que me decían. Tampoco comprendía su forma de vestir, los peinados modernos ni los juguetes que tenían.
A pesar de todo, sentía admiración por ellos. Conseguían hacerme reír con chistes y bromas que escapaban a mi comprensión, pero que esperaba dominar algún día. Con los años la relación entre mi madre y su hermano se fue enfriando y yo los perdí de vista durante bastante tiempo, hasta que retomaron el contacto y surgió una oportunidad.
- Hija, tengo que proponerte algo muy importante.
- ¿Qué sucede, madre?
- Acabas de cumplir dieciséis años, estás en un momento crucial de tu vida.
- Yo me siento igual que siempre.
- Precisamente por eso, ha llegado la hora de que tomes una decisión.
- No la comprendo.
- ¿Quieres pasarte toda la vida encerrada aquí con nosotros o prosperar?
- Me gustaría probar cosas nuevas, pero sin alejarme de ustedes y los animales.
- Eso es imposible, Arya. La educación aquí es deficiente, necesitas algo más.
- ¿Cómo qué?
- Como pasar un par de años en la ciudad y decidir si quieres ir a la universidad.
- ¿Yo sola? No sabría desenvolverme.
- He hablado con mi hermano, él se haría cargo de todo.
- ¿El tío estaría dispuesto a acogerme?
- Sí, él también quiere que prosperes.
- Pero me moriría de pena sin veros a padre y a usted.
- No estaremos lejos, tu padre bajaba cada mañana en bicicleta cuando era joven.
- Es una decisión muy complicada.
- Tus primos han llegado a la facultad sin tener ni la mitad de inteligencia que tú.
- ¿Y qué quiere decir con eso?
- Quiero decir que con la educación adecuada llegarías a donde te propusieras.
- Nunca ha tenido esa ambición.
- No es cierto, nos llevas las cuentas desde pequeñita. Podrías estudiar economía.
- Eso no suena mal.
- Pasa allí unos días de prueba y toma la decisión.
- ¿Me llamará por teléfono?
- A todas horas.
Mi madre necesitó casi todo el verano para convencer a mi padre, pero finalmente accedió a que probara suerte en la ciudad. Tuvimos que decirle que el objetivo era formarme y así poder gestionar mejor la granja. Una vez que aceptó que iba a pasar un tiempo fuera, tuvo la idea de comprarme mi primer teléfono móvil para que estuviéramos permanentemente en contacto. Teniendo en cuenta la situación económica, fue un gesto que me emocionó.
Apuré hasta el último día el tiempo con mis padres, ayudándoles todo lo posible, y finalmente fui a la ciudad para alojarme con mis tíos. No había muchos kilómetros de distancia, pero para mí era un mundo totalmente distinto. La gente iba a su rollo, nadie saludaba e iban vestidos de forma rara, como mis primos. Me sentía incómoda a cada paso que daba.
Al llegar a casa de mis tíos tampoco me sentí demasiado bien. Mis primos, a los que siempre había llamado cariñosamente Mat y Carlitos, habían cambiado mucho desde la última vez, al menos físicamente, porque su comportamiento seguía siendo bastante infantil. Iban de la universidad a casa y jamás colaboraban en las tareas, dejando que su madre se encargara de todo.
Me acomodaron en una habitación pequeña, pero bastante más lujosa de lo que yo estaba acostumbrada. Tenía para mí un portátil antiguo, aunque apenas sabía utilizarlo. Estaba muy agradecida por todo lo que mis tíos hacían por mí, pero me sentía triste sin mi madre y me pasaba casi todo mi tiempo libre hablando con ella por teléfono.
Mis primos parecían ignorarme, y en el instituto las cosas no fueron mejor. Yo misma me di cuenta enseguida de que tendría problemas, básicamente por ser diferente a los demás. Casi toda la clase se burlaba de mí de forma muy cruel. Lo menos hirientes me llamaban antigua, pero el resto decía barbaridades como que en el pueblo mantenía relaciones sexuales con mis cabras.
No entendía ese tipo de ofensas, pero me hacían daño. Me daba vergüenza contárselo a mis padres, porque tampoco quería que sufrieran, y menos aún a mis tíos. Solo Mat y Carlitos, que tenían esa misma forma de ser, podrían ayudarme, pero seguían sin prestarme atención. Finalmente, me armé de valor y decidí pedirle consejo al más joven de mis primos.
- Primo, ¿podemos hablar?
- Ahora estoy viendo la tele.
- Será solo un momento.
- Está bien... ¿qué te pasa, Arya?
- Es que en el instituto se meten mucho conmigo.
- Pero eso es normal, eres la nueva.
- Son demasiado crueles, yo los trato con amabilidad.
- ¿Qué te dicen?
- No me atrevo a repetirlo.
- Tienes que decírmelo para que yo pueda aconsejarte qué responderles.
- Me llaman muchas cosas, pero sobre todo "follacabras".
- Jajajajajajaja. Es buenísimo.
- Pues a mí no me hace ninguna gracia, porque yo no hago eso.
- Nadie piensa que lo hagas, pero vienes de una granja y es la broma fácil.
- ¿Y qué les debo responder?
- Que no compartes las costumbres de sus madres.
- Yo nunca me metería con ellas, eso es sagrado.
- Entonces no te muestres ofendida y ya está... se les acabará pasando.
- ¿Tú crees?
- Sí, pesada. Tráeme un refresco de la nevera.
Lo de hacer ver que no me sentía dolida cuando me insultaban no me pareció un plan demasiado bueno, pero funcionó. Me tragaba la rabia cada vez que trataban de ridiculizarme e incluso sonreía, hasta que dejaron de meterse conmigo, al menos con aquellos términos tan salvajes. Estaba en deuda con Carlitos, así que, como aquel día, me propuse servirle en todo lo que necesitara.
No me importaba ir a la cocina a por algo, doblarle la ropa e incluso que me mandara a comprar cualquier cosa que se le antojara, pero me comenzaba a mosquear que cada vez me pidiera favores menos apropiados. Él me aconsejaba en asuntos del instituto y a cambio me pedía que le hiciese masajes en los pies o que le acercara el rollo de papel higiénico, sin cortarse al decirme que pensaba masturbarse.
Lo peor de todo fue cuando Mat se enteró de nuestro acuerdo y quiso sacar tajada. Él no se molestaba en darme ningún consejo útil, pero pedía los mismos favores que su hermano. Yo era incapaz de decirles que no a nada, por agradecimiento y porque estaba de invitada en esa casa. De alguna manera me sentía obligada a complacerlos, porque mi madre me insistía en que fuese servicial con ellos.
- Follacabras, prepárame un bocadillo, que tengo hambre.
- No me llames así, Mat.
- Es que es un apodo muy gracioso.
- No para mí.
- Eres tan inocente que incluso pensaba que no sabías lo que era eso.
- Vivía rodeada de animales, claro que sé lo que es el sexo.
- ¿Tú lo has practicado alguna vez?
- Pues claro que no.
- Estás bastante buena, pensaba que tendrías un novio paleto en el pueblo.
- Aunque lo tuviera, ¿por qué iba a practicar sexo siendo tan joven?
- Por diversión, como todos.
- ¿Es divertido?
- Y extremadamente placentero.
- Yo pensaba que solo se hacía para tener hijos.
- ¿Me lo estás diciendo en serio?
- Eso nos decían las monjas en el colegio.
- Tengo mucho que enseñarte, primita.
Mat habló con su hermano y desde entonces todas nuestras conversaciones giraban en torno al sexo. Desde mi inocencia, yo quería saber todo lo que me habían ocultado, pero cada cosa que me contaban me parecía más escandalosa que la anterior. Aun así, de forma inexplicable, en ocasiones conseguían que un cálido cosquilleo me recorriera el cuerpo entero.
Sabiendo que era un tema que cada vez me tenía más enganchada, mis primos se aprovecharon para seguir pidiéndome cosas a cambio de información. Carlitos seguía bordeando el límite del mal gusto, pero Mat hacía tiempo que lo había sobrepasado. Siempre que sus padres no estaban en casa se atrevía a pedirme cosas que llegaban a escandalizarme.
- Ve a por una toalla limpia, que me quiero dar una ducha.
- Claro, enseguida voy.
- ¿No te gustaría ducharte conmigo?
- No, no creo que sea apropiado.
- Pues entonces quítate la camiseta.
- ¿Para qué?
- Me gustaría verte las tetas, así me hago una buena paja bajo el agua.
- No te pienso enseñar los pechos.
- ¿Sabes cómo se hace una paja?
- Sé lo que me habéis explicado, nada más.
- Vamos un momento a tu habitación.
Temí que quisiera hacerme algo, pero al llegar al cuarto solo encendió el portátil. Me dijo que había sido suyo y fue directamente al historial de navegación. Tras echar una ojeada, puso un vídeo que me dejó muy impactada. Aparecían un hombre y una mujer que comenzaron a desnudarse mientras se iban tocando el uno al otro.
Mi primo mayor avanzó el vídeo unos minutos hasta llegar a una escena en que la chica le hacía una especie de masaje en el pene al chico hasta conseguir que eyaculara. Aquello me horrorizó y fascinó a partes iguales, hasta el punto de que no podía apartar la mirada de la pantalla. Estaba tan alucinada que ni siquiera me di cuenta de que Mat había liberado su miembro viril y me apuntaba con el.
- ¿Qué estás haciendo?
- Por si quieres practicar lo que has visto.
- Estas cosas no se pueden hacer entre primos.
- Todo lo divertido es mejor hacerlo con alguien de confianza.
- Pues de ti no me fío.
- Arya, por dios, con todo lo que te he ayudado yo a ti.
- Tú no has hecho nada, solo Carlitos me aconsejó.
- Pídeme cualquier consejo, estaré encantado.
- Quiero que salgas de la habitación.
- Como quieras, pero esto no va a quedar así.
Debía reconocer que durante un instante estuve a punto de tocársela. Fue un acto instintivo, pero logré contenerlo a tiempo. Ver ese vídeo cambió algo en mí, pero no solo mentalmente. Al ponerme el pijama, descubrí que mis braguitas estaban mojadas, algo que nunca me había sucedido. Aprovechando que el portátil estaba encendido, busqué en internet a qué podía deberse. Todo apuntaba a excitación sexual.
Me metí en la cama con pensamientos contradictorios. Por un lado pensaba que una sensación tan agradable no podía ser mala, pero por otro estaba la educación que había recibido, esa que hablaba de pecado siempre que se refería a algo sexual. La Arya de la granja poco a poco iba quedando atrás, pero no sabía hasta qué punto eso era bueno.
Esa noche no conseguía dormir, solo le daba vueltas a lo rápido que estaba yendo todo. Trataba de reprimir un deseo que me martilleaba desde hacía horas: ver otro vídeo como el que me había enseñado mi primo. Me levanté en silencio y volví a encender el ordenador. Sin tener ni idea, rebusqué en el historial y puse el primero que apareció.
Descubrí que los genitales no solo se podían estimular con la mano, también era posible hacerlo con la boca. Después de aprender aquello, vi como hacían el acto sexual, algo que había visto muchas veces entre animales, pero jamás con personas. En mi cabeza nunca estuvo la idea de tener hijos de forma inmediata, así que pensaba que faltaban años para mi desvirgamiento. Sin embargo, comenzaba a no ver tan lejano ese momento.
Aun así, decidí no caer en el provocativo juego de Mat. Mi primo aprovechaba cualquier situación para mostrarme sus partes íntimas, proponerme que me duchara con él o que durmiera a su lado sin ropa. En ocasiones me sentía tentada, pero el miedo a ser descubiertos también estaba presente en todo momento.
Seguía sintiéndome igual de inocente, de inexperta, consciente de que en muy poco tiempo mi primo había conseguido llevarme a su terreno y hacer que el sexo, tema del que no sabía nada semanas atrás, cada vez me interesara más. Todas las noches me levantaba para ver vídeos de personas haciendo el amor y yo no sabía por qué la mano se me iba instintivamente a la entrepierna.
Deseaba masturbarme, poner en práctica lo que había aprendido, pero hacerlo supondría derribar el último muro que contenía mi inocencia. Llegué a acariciarme la rajita sutilmente, haciendo que volviera a mojarme, pero no me atrevía a ir a más, porque pensaba que no sabría hacerlo. En una ocasión me animé a deslizar un dedo hacia dentro, pero sentí dolor y paré.
- Arya, ¿sigues sin querer hacerme una paja?
- Deja de insistir.
- Ya sé lo que te pasa.
- A ver... ¿qué me pasa?
- Que piensas que soy un maleducado.
- Pensaba que eso era evidente.
- Siempre te pido cosas, pero quizás eres tú la que necesita masturbarse.
- No... yo... no necesito nada.
- Para eso no necesitamos vídeos, yo mismo puedo enseñarte.
- No es necesario.
- Carlos también es un experto en meter dedos, pero prefiero que sea nuestro secreto.
Se me estaba agotando la fuerza de voluntad. Tanto la curiosidad como la excitación me pedían que le dejara hacer conmigo lo que quisiera, pero una parte de mi cabeza gritaba desesperada que no hiciera algo así. Mat cambió de estrategia y dejó la palabrería para pasar a los hechos. Se quitó la camiseta y se acercó a mí, haciendo imposible que me resistiera.
Me dio un beso tierno en la mejilla derecha, otro en la izquierda y finalmente en los labios. Solo con eso ya consiguió que me mojara, pero fue al colocar sus manos sobre mis pechos cuando ya no pude contenerme. Metí la mano bajo su pantalón y le agarré la verga mientras él me introducía la lengua en la boca. Estuvimos así un buen rato en el sofá, hasta que se levantó, me cogió de la mano y me llevó al cuarto de baño.
En un instante se desprendió de toda su ropa, mostrándome por primera vez su cuerpo entero al denudo. Yo empecé a desabrochar mi blusa, pero Mat tenía prisa y me ayudó a desnudarme. Me ruboricé cuando mis senos quedaron descubiertos y me los besó, pero más todavía cuando mi sexo quedó a la vista. Al contrario que el suyo, lo tenía totalmente cubierto de pelo.
Mat entró conmigo en la ducha y lo primero que hizo fue coger una cuchilla. Entendí lo que iba a hacer y asentí con la cabeza. Tras ponerme espuma en la vulva, rasuró mi zona íntima para dejarla lampiña como la suya. Después dejó que el agua corriera y se arrodilló ante mí, dispuesto a regalarme el mejor momento de mi vida.
Lo había visto en vídeos, pero no pude hacerme a la idea de lo placentero que era hasta que tuve su juguetona lengua en mi vagina. Sin poder evitarlo, me agarré con fuerza a su pelo mientras me lamía la entrepierna y yo apenas podía conservar la verticalidad por el temblor de mis piernas. Siguió chupándome toda la zona, a la par que una de sus manos me iba pellizcando suavemente los pezones, haciendo que no pudiera contener los gemidos.
- Arya, voy a meterte los dedos, ¿te parece bien?
- Sí, haz lo que quieras.
- Es posible que te duela un poco y que sangres.
- No importa, tú sigue.
Tras ponerse de pie y volver a besarme apasionadamente, Mat acercó sus dedos a mi entrada y con mucha delicadeza se dispuso a introducirlos. Tal y como me dijo, sentí dolor, pero quería que siguiera. Una vez dentro de mí, sentí la calidez de la sangre recorriendo mis muslos. Me escocía, pero era una molestia agradable. Los dedos de mi primo cada vez se clavaban más hondo, haciéndome disfrutar como nunca.
Con una mano estrujaba mi propio pecho y con la otra estaba aferrada a su estaca, meneándola al compás que mi cuerpo se iba estremeciendo. Cada vez sentía más cerca el placer definitivo, mis piernas se cerraban, haciendo que sus dedos no pudieran escapar de mi profundidad. Con el pulgar me estimuló ese punto llamado clítoris y tuve un orgasmo que me hizo caer de rodillas en la ducha.
Cuando abrí los ojos tenía la dura tranca de mi primo Mat justo delante y no pude evitar besarla y metérmela en la boca. Deseaba devolverle el favor, deseaba ir a más y que me penetrara, deseaba repetir después todo aquello después con Carlitos.
Continuará...