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TODORELATOS » AMOR FILIAL » DESVIRGO A VIKA, MI HIJASTRA CACHONDA
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Fecha: 19-Sep-23 « Anterior | Siguiente » en Amor filial

Desvirgo a Vika, mi hijastra cachonda

AmoMuyEstricto
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Anillada y absolutamente obediente, puedo usar a mi hijastra Vika a mi antojo. La chiquilla aprende muy rápido de mi perra-esclava Muriel Version para imprimir

Miércoles, 3 de agosto

Con los albores del día de verano se despertó Vika con una sonrisa nerviosa. No se atrevía a despertarnos y esperó hasta que Muriel empezó a desperezarse. La increíble energía de la juventud permitía que Vika se hubiera levantado con una enorme actividad. Silenciosamente mis dos esclavas prepararon un copioso desayuno y mi primera imagen del día fue dos venus arrodilladas a mis pies esperándome para atender mis necesidades. Al sentarme a la mesa, ambas se disputaban servirme el café, las tostadas y el zumo y se habían esforzado en que todo estuviera justo a mi gusto. Vika siempre sonreía sabedora de que iba a ser el día que conseguiría su ansiada marca.

Después de la tradicional ducha a tres, elegí la ropa que llevaría la doncella del sacrificio. Una breve minifalda y una camiseta escotada serían suficientes. Este verano también se había acostumbrado a calzar siempre esclavas. El camino hacia el local de tatoos y piercings fue excitante para los tres. Llevaba a Vika de la mano casi desnuda bajo su ropa y perfectamente depilada. Muriel iba siguiéndonos un paso por detrás y con la cabeza mirando hacia el suelo. Fue un camino corto, pero intenso. Era casi una procesión religiosa, donde la virgen era llevada de mi mano en lugar de sobre mis hombros.

Al llegar, Muriel saludó efusivamente a Sari. Sari era la tatuadora más experta del local y también ponía los piercings delicados. Muriel se retocó algunos tatuajes al llegar a Galicia y fue donde le tatuaron mis iniciales. Sari sabía perfectamente lo que íbamos a pedirle y nos pasó a la sala interior, más discreta. Vika permanecía callada. Yo expliqué cómo quería el piercing atravesando el prepucio del clítoris y que quería que la anilla terminase en una bolita metálica que golpease su clítoris a cada paso. Sari sonrió cuando describía lo que quería que hiciese con el cuerpo de la púber. Al terminar de explicar, Sari la cogió de la mano y la llevó sola al despacho. 

—¿Estás segura que quieres ponerte ese piercing? —preguntó la tatuadora y solo obtuvo una inclinación reiterada como respuesta positiva—. Marcará tu sexualidad y tiene sus riesgos. Deberás curarlo durante varios días, te explicaré cómo hacerlo. Puede infectarse. Si notas cualquier molestia, debes avisarnos cuanto antes y si no podemos resolverlo, habrá que quitarlo y tendrán que seguir con las curas en tu centro de salud.

—Quiero hacerlo, no se infectará. Sé que estoy en buenas manos y en casa me ayudarán. Muriel tiene otro igual —comentó finalmente Vika y sonrió mirando al infinito.

—Debes firmar el consentimiento. Léelo y si tienes alguna duda, pregunta antes de firmar. Siempre puedes revocar el consentimiento.

Nunca he visto una sonrisa tan luminosa como la de Vika al volver al reservado, ni una mirada que reflejase mejor la decisión de entregarse a su amo. Entró, se pegó contra mi cuerpo y me susurró:

—Estoy preparada. Quiero que me sujete mientras me perforan.

Muriel dobló la ropa de la joven y se dispuso a grabar toda la escena. La chiquilla abrió sus piernas desnuda sobre la camilla. Después del éxito de su propio anillado, Muriel estaba segura que el de Vika obtendría aún más visionados.

Mis dos manos apresaron sus pantorrillas para impedir cualquier movimiento. Sari marcó con un rotulador la entrada donde dirigiría la aguja. Con los dedos vestidos de vinilo, tiró del pellejo que se adhería al clítoris y lo apresó con unas pinzas con mango de tijeras. 

Muriel permaneció a su lado callada y sonriéndole al brillo estéril de la aguja. Una mano con guantes sujetaba una aguja ancha. Las pupilas de Vika se dirigieron a los destellos metálicos con miedo y deseo a partes iguales. Quería sentirse atravesada y marcada para mí, que su clítoris siempre me recordase y la excitase, pero sentía algo de miedo por atravesar su piel más delicada.

El encantador aroma de ese sexo virgen golpeó las papilas de Sari que no pudo asociar ese encantador aroma a ningún otro. La perfección de esos pliegues tersos, lisos, húmedos y rosados arrebató toda su atención. Vika apenas sintió dolor cuando la certera aguja atravesó su delicada piel por el camino trazado. Sari introdujo la barra de oro con solo una bolita en la parte superior. Terminó de atravesar la piel con la aguja hueca y dejó de forma permanente la barra que atravesaba la intimidad de Vika. Aplicó un poco de crema desinfectante y enroscó la bolita más simpática en la barrita para que siempre golpease la campana del placer de la púber.

Vika orgullosa buscó mi mirada. Quería que supiera lo orgullosa que estaba de que modificase su cuerpo para darme más placer, aunque en este caso, era ella la que más recibía. De todas formas, reconozco que ese coño perfecto atravesado por una barra de oro con dos bolas brillantes que remarcaban la diana del placer me tenían absolutamente absorto.

Sari le explicó los cuidados que debería tener a Vika durante los próximos días para evitar infecciones y sabía que no podría tener sexo por unos días. No obstante, desde que yo le había sujetado las pantorrillas en la camilla había estado lubricando sin descanso. Este estado de excitación permanente habría que mantenerlo hasta que la desvirgase, pero eso no ocurriría hasta el sábado. En el camino de vuelta a casa, todos los perros ladraban a Vika al pasar a su lado y querían oler su sexo y su culo. La aireada minifalda no contenía los encantadores efluvios de ese sexo desesperado y la ausencia de bragas permitía que la humedad de su sexo hidratase los jóvenes muslos.

Mientras me servía la comida mis pupilas se dirigían indefectiblemente a las bolitas brillantes que coronaban el clítoris más deseado. Al arrodillarse a mis pies, Vika hubiera buscado mi pie para rozarse como se había acostumbrado, pero la higiene requerida esos días no me permitió rozar su piercing durante la comida. 

Durante la siesta pude calmar mi sed de sexo con Muriel, siempre dispuesta. Vika permaneció callada e inmóvil junto a la cama. Ella lo podía observar todo, cómo ponía  a Muriel a cuatro patas, cómo la penetraba por todos sus orificios, cómo guiaba sus movimientos bien tirando de su collar de perra, bien agarrándola del pelo, bien golpeando su grupa siempre marcada. Vika permanecía callada y con las manos atadas a la espalda. No podía fiarme de que esta chica de esa sexualidad desbocada no sucumbiera a sus pasiones más bajas y calmara su sexo con sus dedos. 

Hasta el sábado tenía prohibido masturbarse y aún era miércoles. ¡Una eternidad para la urgencia juvenil! Aunque ella no tenía derecho a correrse durante esos tres largos días, debía limpiarme siempre mi sexo cuando yo me corría. Ella aprendió que yo no iba a descansar de tener sexo ni un solo día de mi vida y que siempre debería estar dispuesta para satisfacerme, aunque solo fuera para recoger el semen que derramaba después de follar a otra. Esos tres días se convirtió en una esclava sin derecho a correrse y en depósito de mis secreciones. El otro torturador era el maldito piercing que no paraba de recordarle a su clítoris que había sido taladrada para mí y lo golpeaba a cada paso para excitarla sin descanso. ¡Maldito piercing! ¡Bendita anilla!

Por las noches, dormía a los pies de mi cama con las manos sujetas a la espalda, no podía confiar que fuera capaz de reprimir sus ansias de calmar su sexo insatisfecho y permanentemente excitado. Por la mañana, Muriel la desataba esos tres días y le hacía masajes en los hombros. Aunque la juventud de Vika hacía innecesarios esos cuidados, me gustaba que se sintiera cuidada.

Sábado, 4 de agosto

Ese día estaba marcado en el calendario con una gota de sangre, recordando el desvirgamiento de Vika. Los tres nos levantamos excitados. Cuando abrí un ojo, ya estaban Vika y Muriel arrodilladas esperando que me despertase. Vika seguía con las manos atadas a la espalda esperando que yo, su amo, la desatase. La obediencia ciega conseguida en tan poco tiempo seguía asombrándome. Ese día estaba aún más atenta, no quería que yo cambiase de opinión bajo ningún concepto.

Me gustaba la repetición de los gestos que iba aprendiendo Vika: a servir el desayuno sin levantar la cabeza, esperar arrodillada a mis pies que yo le diera algo, besar mi mano cada vez que la alimentaba, esperar mi sexo como postre,... Cada gesto que iba aprendiendo de Muriel tenía un significado especial para mí, pero ella los aprendía por imitación. A veces tenía que explicarle qué simbolizaban para mí después de que los hubiera incorporado a sus hábitos. Muriel me estaba facilitando mucho el adiestramiento de Vika y se mostraba orgullosa de la perra que estaba educando para mí..

Todo el sábado estaba dedicado al desvirgamiento de Vika que había pensado perpetrar después de comer. Gracias a Muriel yo estaba bastante satisfecho sexualmente y no sentía la urgencia que demostraba Vika. Me gustaba ver lo excitada que estaba y cómo pensaba que cualquier seña mía significaba que iba a usarla por fín.  En la ducha pensó que podría ser el momento y se pasó casi todo el tiempo rozando su culo contra mi polla o besándola. Ese día no tenía ojos para otra parte de mi cuerpo. Si bajaba la mano involuntariamente, ella ya se arrodillaba y sacaba su lengua. Si miraba su culo, ella me lo ofrecía y separaba con sus manos. Yo disfrutaba de mi desnudez y cómo ella siempre estaba atenta al estado de mi verga, procurando que siempre estuviera dura.

La comida de ese día incluyó gran cantidad de marisco. Quería estar pletórico de energía esa tarde. Muriel había preparado nuestra mazmorra cuidadosamente, limpiado cada superficie, ordenado los látigos. Me excitaba especialmente que mi perra me preparase el lugar elegido para desvirgar a mi segunda perra y ella lo consideraba como un regalo que me estaba preparando. No obstante era la primera vez para Vika y quería que fuera algo íntimo, así que Muriel no sería testigo ni partícipe del desvirgamiento. Culminó su ofrenda al dejar a Vika sobre la mesa de tortura y sujeta por el cuello, las manos y las rodillas y con los ojos vendados.

—Lo has hecho perfecto, Muriel, tal como yo había imaginado. Gracias por todo lo que has hecho, Vika y yo necesitamos estar solos. Puedes hacer lo que quieras esta tarde —le indiqué a mi obediente Muriel, que aunque no valoraba especialmente esos momentos de libertad que le daba, no podía hacer otra cosa que aprovecharlos. 

—Gracias a usted, realmente he disfrutado haciéndolo, estoy realmente orgullosa de entregarle este regalo y ver lo feliz que lo hace. Siento que le complazco más que nunca —respondió esa Muriel generosa, ese ángel en la Tierra.

Yo tenía cierta impaciencia por usar ese cuerpo virgen por primera vez, pero no pude evitar dar un largo beso en la boca a Muriel con su cara entre mis manos antes de dejarla ir.

Pocos segundos después mis manos se apresuraban a palpar cada centímetro de esa piel tersa y suave de ese cuerpo preso. Recorrí sus piernas colgantes, su abdomen plano, sus pechos enormes, su largo cuello, sus labios. Detuve mis dedos en sus labios y ella empezó a besarlos.

—¿Hay algo que quieras decirme? —invité ingenuo a Vika.

—Anoche me corrí. Fue sin querer. Junté mucho las piernas y en sueños me corrí. Ese piercing llevaba tres días golpeando mi pepita.

Lo cierto es que mi pregunta solo pretendía ofrecer a Vika la última oportunidad para cambiar de opinión, no esperaba una confesión. En cambio, Vika se sentía culpable desde que se despertó a media noche orgasmando sin permiso, ni descanso, pero no había tenido ocasión de contármelo. Mi orden había sido clara y rotunda desde el anillamiento del miércoles: cero orgasmos. Su cuerpo no había sido capaz de aguantar tantos estímulos.

—Entonces tal vez deba dejar que sigas siendo virgen si tu cuerpo no es capaz de obedecerme —sugerí un cambio de guion que Vika no podría soportar.

—Lo siento, lo siento. Puede castigarme como quiera, pero por favor, desvírgueme ya y comience a usar mi cuerpo también para su placer, no solo para mi dolor. Quiero que empiece a moldear mi cuerpo para su sexo.

Reconozco que pese a su juventud era bastante hábil negociando y desde luego la ceguera de sus ojos no nublaba su razón.

—Sin duda la desobediencia de tu cuerpo, no puede quedar sin castigo, pero admito que siempre premiaré tu sinceridad. 

¿Por qué estaba la fusta tan cerca de la mesa de tortura? ¿La habría dejado a propósito Muriel? ¿Se lo habría indicado Vika, en cuyos húmedos sueños nocturnos ya aparecía atada a la mesa y fustigada en el clítoris?

Ahora era yo quien tenía urgencia por desvirgarla, así que los fustazos en su clítoris eran casi un trámite necesario. Podría no haberla castigado, pero quién podía rechazar la imagen de esa chica retorciéndose en la mesa sin apenas poder moverse y soportando mis fustazos, ver marcarse una línea roja tras otra, cada una más cerca del clítoris que la anterior, hasta cruzarlo por completo. El fustazo en su clítoris anillado arrancó un grito de desesperación de la nínfula, dolor y placer en estado puro. Casi llegó al éxtasis instantáneo, tal era la necesidad de sexo de esa criatura.

Mis dedos retorciendo sus pezones y el olor de mi sexo fueron los dos indicios que le indicaron que debía abrir su boca. Hundir mi falo en su garganta le pudo resultar algo molesto, pero los dedos que exploraban su vagina sin previo aviso, solo encontraron una humedad suplicante. Sin más dilación, decidí taladrarla en esa misma postura. Gracias a los frecuentes trabajos de Muriel, mis testículos tardarían bastante tiempo en vaciarse.

Cambié un orificio por otro y penetré aquella vagina con los veintiún centímetros seguidos. La rápida penetración hizo que sintiera cómo se despegaban por primera vez paredes que hasta entonces no sabían que lo eran. Vika era la chica que más dura me la había puesto en mi vida y me sentía capaz de abrirla en dos. Ella no paraba de gritar: “¡Rómpame! ¡Rómpame!”.

Vika seguía privada de la visión, pero su cerebro estaba centrado en otro ojo. Su clítoris eternamente golpeado y su vagina le enviaban suficientes estímulos como para empezar a suplicar correrse.

—¿Puedo correrme ya? —preguntó desesperada.

—Solo una vez —permití generoso y continué abriendo la vagina inexplorada.

Podría haberla ayudado tocando su clítoris, pero preferí abofetear su cara cuando vi que su orgasmo era irremediable. Vika aprovechaba la fugaz cercanía de mi mano a sus labios para besarla agradecida.

Mi sexo estaba ardiendo, taladrar esa cavidad ardiente había calentado en exceso mi prepucio y mi glande. Quería refrescarlos y la boca de Vika sabía que era su obligación abrirse para mi sexo, como cualquier otro orificio de ese cuerpo. La saliva de Vika refrescó mi bálano y se mezcló con los fluidos sexuales de ambos. 

Decidí que quería usar a Vika como la perra que era, aunque para eso debería liberar su cuello, sus manos y sus rodillas suspendidas. Fue mi mano la que tiró de su pelo para casi tirarla e indicarle la posición que deseaba. Privada de sus ojos, hacía lo que podía por colocarse donde yo le indicaba y solo su confianza en mi mano le garantizó que no caería al suelo cuando la obligué a arrodillarse ante mí. Aguanté su cabeza tirando del cabello cuando ella obediente se desplomó.

—Sube ese culo —fue la letra que acompañó a la música de mi palmada en su trasero firme. 

El cuerpo tenso de la joven elevó aquellas nalgas intentando, como siempre, complacerme. Su obediencia era absoluta y en ese estado de trance estaba a la espera de cualquier orden mía para acatarla con premura. Quise explorar de nuevo con mis dedos a ver si sus glándulas vestibulares también se sometían a mis deseos. Nada en ese cuerpo me defraudaba, ni desobedecía. Con mis dedos en su vagina fui obligando a que sus caderas subieran para encontrarse a la altura de mi falo empalmado.

Esta segunda embestida no encontró prácticamente ninguna resistencia. Solo su cúpula vaginal hacía de freno a mi taladro ardiente, pero las paredes superlubricadas no paraban de emitir un rítmico y jugoso ruidito. ¿Qué hacían esas manos ayudando a Vika a sostenerse e impidiendo que su cara tocase el suelo? Se las recogí en la espalda con mi mano izquierda y continué follándomela mientras la diestra golpeaba la grupa de la potrilla. El estado de frenesí de ambos, ella disfrutando de mi polla llenándola sin piedad, mientras mis manos dirigían sus movimientos y le demostraban que estaba absolutamente a mi merced y yo sintiéndome el hombre más poderoso del mundo, nos llevó a necesitar corrernos con urgencia. 

Vika imploró de nuevo:

—¿Puedo correrme, amo?

—No hasta que acaricies mi polla con tus dedos en tu culo.

Vika no sabía a qué me refería, pero mi mano izquierda se dirigió a su cuello para forzar su cara a sentir el frío suelo, mientras mi mano derecha escupía en sus dedos pequeños y los conducía a su orificio más estrecho. No me costó demasiado violar ese otra entrada que también me pertenecía con aquellos dos pequeños dedos delgados. La obligué a introducirlos hasta el fondo y ella se esforzó en sentir la dureza de mi sexo, que la penetraba incansable, a través de aquella estrecha pared. Cuando noté sus dedos tocándome y percibí su esfuerzo por complacerme en cada detalle, no pude contener mi semen. Esos chorros salieron a la vez que las paredes de su vagina se contraían sin descanso. No esperaba un orgasmo simultáneo, pero lo sentí como infinito. Podría haberse detenido el mundo para siempre en ese instante, yo siempre follando a Vika con sus dedos tocándome mi sexo a través del mínimo lienzo que separaba ese ajustado recto de la vagina más perfecta. Mi falo así lo entendió y expulsó leche como nunca antes había hecho, sin querer guardar la mínima reserva.

Tardó un tiempo en volverme la sangre al cerebro, no sé qué hacía Vika, pero creo que orgasmaba sin descanso. De nuevo mi mano en su melena y una voz clara que le ordenaba:

—¡Límpiame! ¡Lame bien a tu amo!

La devoción de esa lengua no se distrajo cuando le ofrecí mi pie a ese coño ardiente. Rozándose contra mi pie volvió a correrse la pequeña mientras limpiaba mi polla como veneraba a su dios. 

No pasó más de media hora, cuando volví a sentir la imperiosa necesidad de taladrar a mi nueva perra. Yo estaba reclinado en el sillón del taller-mazmorra y Vika descansaba arrodillada junto a mí con mi pie en su entrepierna. Bastó que mi mano se enrollase en su cabellera morena para que Vika estuviera en unas décimas de segundo con su cara contra el brazo del sillón y mis nudillos sintiendo su cráneo bajo su cuero cabelludo. Unas palmadas ayudaron a que Vika ofreciera la mejor visión de su culo.

Era la segunda vez que la follaba, su vagina, algo dolorida por haber sido perforada por primera vez, no dejaba de babear ante la taladrante polla que idolatraba. Esa humedad incansable me estaba haciendo difícil correrme así que le ordené:

—¡Chupa tus dedos y prepara tu ano! Voy a desvirgarte entera.

—¡Por favor, rómpame, rómpame toda! —volvió a su súplica preferida, una súplica que empezaba a convertirse en mantra.

No tardé mucho en asir sus manos sobre sus lumbares, para evitar una resistencia inimaginable y penetrar su ano sin piedad. Ella no podía decidir el movimiento incansable de su cadera, sujeta por mi mano y rítmicamente balanceada por sus manos agarradas. Si hubiera podido, tal vez hubiera intentado que mi penetración fuera más lenta, sentir cómo mi ariete la rompía paulatinamente, sin embargo mis ansias permitían el mínimo sosiego. Observé como Vika juntaba sus piernas para procurar sentir el pellizco del piercing en su clítoris.

—¡Abre las piernas, zorra! —oyó Vika sobresaltada por una fuerte palmada en su cachete derecho.

La obediencia de la muchacha fue recompensada con dos nuevas palmadas sonoras y finalmente por mi mano derecha que buscó su perla anillada. Tres movimientos de mi mano fueron suficientes para que la novel perra implorase:

—¿Puedo correrme, amo?

No me dio tiempo ni a autorizarla ni a lo contrario, cuando mi mano sintió las convulsiones de aquella vagina. Agarré su cabellera con mi zurda y pregunté a la zorra desobediente:

—¿Quién te ha autorizado, perra estúpida?

Vika no sabía qué decir, mi diestra seguía moviéndose en su vagina notando la sucesión de convulsiones, mientras mi zurda zarandeaba la cabeza de la indisciplinada alumna. Ella sentía cómo le sobrevenía un orgasmo tras otro sin poder hacer nada para detener esa cascada. No sabía si era por la sensación de indefensión que le provocaba la mano que sacudía su cráneo, por los movimientos incansables de mi mano o por lo abierta que se sentía en su culo taladrado. Esa situación perduró hasta que mis testículos liberaron el poco néctar que les quedaba.

Vika temblando no se atrevía siquiera a agradecerme sus orgasmos. Su cuerpo entero temblaba y su cara estaba absolutamente desencajada.

—¡Agradece tus orgasmos limpiando a quién los ha provocado! —le conminé.

Ella misma se sorprendió admitiendo que eso era lo que debía estar haciendo y reconoció en mi orden su propia voluntad. ¡Bendita agilidad juvenil que llevó esas rodillas al suelo en nanosegundos! ¡Bendita boca golosa!

Cuando Muriel volvió a casa, nos encontró en la tumbona junto a la piscina. Los dos seguíamos desnudos y ninguno había querido separarse un milímetro del otro. Yo estaba tumbado aun recuperándome. Leía en el móvil una noticia sobre un comisario hallado muerto y desnudo en los Pirineos. La policía sospechaba que había muerto de sobredosis. Mientras leía, Vika continuaba arrodillada junto a mí y, siempre golosa, lamiendo mi sexo perennemente empalmado. Muriel observó las marcadas nalgas de Vika y comentó:

—Parece que ha sido una gran fiesta. Por cierto, me ha llamado Maui, quiere invitarnos a otra fiesta. Toni quiere marcarla a fuego y harán una celebración muy especial.

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