Esta historia está en la tercera parte de una saga. Si no la has leído y quieres leerla los capítulos publicados están en :
Las Refugiadas 1: https://www.todorelatos.com/relato/195640/
Con un resumen en: https://www.todorelatos.com/relato/203840/
Las refugiadas 2: https://www.todorelatos.com/relato/203244/
Con un resumen en: https://www.todorelatos.com/relato/204059/
Naturalmente en el resumen te vas a perder todas las escenas de sexo.
Y en cuanto a los capítulos de esta parte:
Susana: https://www.todorelatos.com/relato/204105/
Pilar y Susana: https://www.todorelatos.com/relato/204178/
Susana y Pilar: https://www.todorelatos.com/relato/204712/
Contrataciones: https://www.todorelatos.com/relato/204860/
Carmen la lesbiana: https://www.todorelatos.com/relato/204992/
Sara la sumisa: https://www.todorelatos.com/relato/205057/
Ama y puta: https://www.todorelatos.com/relato/205363/
El inicio de los problemas: https://www.todorelatos.com/relato/205594/
La importancia de las tetas: https://www.todorelatos.com/relato/205705/
Reclutamiento: https://www.todorelatos.com/relato/205746/
La fuga de Nuria: https://www.todorelatos.com/relato/205825/
Las curas de Nuria: https://www.todorelatos.com/relato/205917/
El castigo de Nuria: https://www.todorelatos.com/relato/205972/
Pilar y Jonatan: https://www.todorelatos.com/relato/206003/ Corregido: https://www.todorelatos.com/relato/206119/
Pilar follada: https://www.todorelatos.com/relato/206040/
Pilar: https://www.todorelatos.com/relato/206148/
Fallas de fuego y sangre: https://www.todorelatos.com/relato/206192/
Despedida: https://www.todorelatos.com/relato/206268/
Partiendo hacia el infierno: https://www.todorelatos.com/relato/206476/
Ruta hacia el infierno: https://www.todorelatos.com/relato/206528/
Llegada al infierno: https://www.todorelatos.com/relato/206599/
Estableciéndose en el infierno: https://www.todorelatos.com/relato/206729/
Hacia el segundo infierno: https://www.todorelatos.com/relato/206750/
Comidas y propuestas: https://www.todorelatos.com/relato/206779/
Y ahora os dejo con la historia:
Elisabeta y Minerva se encaminaron al coche, por el camino pasaron junto a un camión que tenía luces en la cabina.
Anastasia salió del camión con la blusa en la mano. No quería mancharla de sangre.
—Ves con mi esposo —le dijo al camionero—. Y ve entregándole los documentos. Si él está satisfecho cuando llegue te pagará la mitad y te dirá las condiciones de la otra mitad.
Sacó el móvil del bolsillo de la falda y llamó.
—¿Sí? —preguntó Pedro.
—Amo, ¿dónde está Minerva?
—Creo que, en el coche con la choferesa, ¿por qué?
—Iré a él antes de entrar. Necesito el botiquín. —Colgó. Llamó a Minerva—. ¿Hola? ¿Por dónde estáis?
Elisabeta estaba recostada en el asiento lateral del coche, con una pierna apoyada en la mampara justo detrás de su reposacabezas y la otra en el suelo. Minerva, desnuda estaba arrodillada lamiendo su coño, cuando sonó el móvil.
—Disculpa. Debe ser importante —dijo dejando de lamer y buscando su falda, dónde estaba guardado su móvil—. ¿Sí?
—¿Hola? ¿Por dónde estáis? —oyó la voz de Anastasia.
—¿Qué te pasa?
—Necesito el botiquín.
Minerva le indicó dónde estaba el coche en relación al camión que habían visto con las luces encendidas. Poco después llegaba. Elisabeta se había vestido, al menos se puso los pantalones y la blusa. Minerva bajó desnuda con el botiquín.
—Necesito que me dejen de sangrar —dijo al verlas.
—Pero chiquilla —preguntó Elisabeta excitándose—, ¿qué te ha pasado?
—No es nada. Solo me los ha mordido, pero no quiero manchar la blusa.
—La boca está llena de babas —protestó Elisabeta— Quítate la falda no te la vamos a manchar. —Anastasia lo hizo, Elisabeta la contempló—. Ahora voy a desinféctatelas con alcohol.
—Si lo crees necesario.
—Sí.
—Pues adelante —aceptó sin la oposición que esperaba Elisabeta.
Esta abrió la botella de alcohol medicinal y vertió el líquido por ambos pechos. Pasó su mano izquierda bajo el chorro mojándola bien y empezó a extender el líquido apretando sobre ambas tetas. Anastasia hacia gestos de dolor, tanto por la quemazón del alcohol como por las apreturas. Pero en ningún momento le dijo que pasarse ni cedió en su sonrisa. El alcohol mezclado con sangre caía al suelo. En las heridas más grandes, alguna de casi medio centímetro de profundidad, las abrió y vertió dentro el alcohol, haciéndola sangrar más una. Luego juntaba ambas partes de la herida para que se uniesen. Tardó un buen rato en curarla del todo, recurriendo a puntos pegados en las heridas más graves. Mientras la curaba despotricaba contra el animal del camionero. Anastasia se corrió tres veces. Besó a Elisabeta en los labios a modo de agradecimiento.
Pasaba de media hora desde que entrase el camionero cuando Anastasia llegó a la mesa. Sobre la misma había platos vacíos con restos de algún dulce y el camionero estaba fumando un puro.
—Has tardado mucho —la riñó Pedro—. Espero que tengas una buena excusa.
—Perdón, Amo —respondió Anastasia—. Elisabeta estaba curándome los mordiscos.
—Porque le has dejado morderte —replicó Pedro—. Tienes que aceptar las consecuencias de tus actos. Si te duele es tu problema. Si no, no haberle dejado.
—Perdón Amo, pero no era por el dolor. Es que no quiera manchar la blusa.
—¿Dónde te ha mordido?
—En las tetas.
—Muéstramelas. —Pedro sacó el teléfono, envió un mensaje «Grábalo» e inició una video llamada con Minerva. Cambió a la cámara trasera y se metió el móvil en el bolsillo de la camisa.
—Sí, Amo. —Anastasia soltó los botones y se abrió la blusa—. ¿Se ven bien así?
—No del todo —replicó—. Ábrela más.
Abrió del todo la camisa hasta dejarla solo por la espala y los laterales. Varios camioneros estaban mirando hacia su mesa. El camionero que la había follado y mordido dijo algo en ruso.
—Amo, ¿Quiere saber qué hago? —explicó Anastasia—. ¿Se lo digo?
—¿Le has dado permiso para hacerte eso?
—Sí. Incluso le he pedido que me mordiese más fuerte.
—¡Qué puta eres! —se rio Pedro—. Explícale que eres tan puta que le has dado permiso para lastimarte y que por tardar al curarte te he ordenado que me lo muestres. —Anastasia se lo tradujo—. Y ahora dile que aquí tiene quince mil euros, la mitad del total de treinta mil que el pagaremos por su documentación si no hay problemas o de haberlos nos avisa.
Después de tomar el dinero, la documentación ya la tenía Pedro en la mano, le preguntó algo a Anastasia.
—Amo, me pregunta si puede usar mi boca como cenicero.
—No es algo que yo vaya a decidir. No te obligo, pero tampoco te lo prohíbo, siempre que no te impida actuar como traductora.
Anastasia le contestó y abrió la boca. Él echó la ceniza del puro en ella. Mientras tragaba bromeó con ella.
—El señor me ha comentado lo puta y guarra que soy —explicó Anastasia a Pedro—, y yo le he dado las gracias.
—Bien ahora traduce. Necesitamos que no denuncie la desaparición de la documentación a la policía. Comprendemos que si la policía lo para y le pide la documentación es posible que sea necesario presentar dicha denuncia. —Anastasia tradujo. El camionero hizo una seña y abrió la boca, le llenó de nuevo la misma de ceniza que tragó mientras Pedro volvía a hablar—. Por eso le he dado un numero para que nos envíe un sms. Algo anodino como «Ha caído un chaparrón». Con eso bastará. —Anastasia que ya había tragado volvió a traducir. Esta vez él asintió, pero siguió fumando—. Si pasado un mes , más o menos, es lo mínimo que tardaremos, no ha necesitado denunciar puede enviar otro diciendo «Ha escampado», ya que necesitamos conocer su número. —Anastasia tradujo y volvió a tragar ceniza—. En todo caso, sea por uno u otro medio, cuando acabemos lo citaremos por un sms nosotros, por eso necesitamos su número. Quedaremos y le daremos la segunda parte del pago, los otros quince mil y una noche sin límite contigo.
El camionero asintió y le dijo algo.
—Amo, pregunta si me puede apagar el cigarro en el pecho. —Apenas quedaba el grosor de un dedo del puro cuya ceniza había ido ingiriendo Anastasia—. ¿Puede?
—Como te he dicho antes lo que tú quieras: ni te obligo ni te lo prohíbo.
Anastasia le contestó en ruso y este apoyó el puro, después de una última calada encima de la aureola del pezón izquierdo. Tocaba la piel sin apretar. Lo mantuvo unos segundos mientras Anastasia ponía los ojos en blanco. Cuando apretó y lo apagó dijo algo y ella abrió la boca. Se lo metió y empezó a masticar hasta tragarlo. Mientras lo hacía dijo algo y Anastasia se puso pálida. Después recogió el dinero y se levantó. Pedro pidió la cuenta. Solo después de pagar la comida de las dos mesas ordenó Anastasia que se cerrase la blusa y salieran hacia el coche. Terminó la llamada.
En el coche Minerva y Elisabeta habían estado viendo la llamada, no solo la había grabado. Al llegar Elisabeta le soltó un guantazo a Pedro.
—Cerdo, cabrón, desalmado… Si no fuese porque Ainhoa me ha confirmado que si te dejo aquí ellas dos se quedan contigo —le espetó en inglés—, me largaba con ellas y te dejaba aquí.
—Vaya —replicó Pedro en la misma lengua—, creo que algo ha salido mal. ¿Podrías darle las llaves a Ainhoa y hablamos de camino? No quiero permanecer ya aquí, ni retrasarnos. Y no creo que lo que tenemos que hablar podamos hacerlo mientras conduces.
—No me voy a acostar contigo.
—No es eso lo que espero. Al menos no ahora.
—Llevaré cuidado —intervino Minerva—, y tú iras en el coche no es como si te lo quitásemos…
—¡No! Creo que no. Necesito tranquilizarme y eso solo lo haré conduciendo. Si ahora hablamos le sacaré los ojos. ¡Subid todos! Dentro de cien kilómetros ya veremos si hablamos.
Entraron. Dentro del vehículo iban todos en silencio. Pedro buscó en el botiquín y curó la herida del pecho de Anastasia causada por la quemadura. Elisabeta paró en una gasolinera para llenar el depósito. Siguieron viaje. A cincuenta kilómetros de San Petersburgo paró en una de las últimas gasolineras antes de la ciudad. No se veían demasiado camiones. Abrió la puerta de los pasajeros y señaló a Pedro y Anastasia.
—Tú y tú —dijo en ruso— acompañadme a un lugar tranquilo y hablemos. Se giró hacia Minerva—. Contigo aún sigo demasiado enfadada. Quédate y vigila el coche.
Anastasia la tradujo y ambos la acompañaron.
Entró en la barra y habló con la camarera. Poco después subían a una no demasiado grande habitación con una cama de matrimonio, sin mesillas y un aseso anexo. Se sentó sobre la cama.
—No sé qué juego os traéis —se dirigió a Pedro en inglés bastante enfadada—. No entiendo si es tu esposa cómo has dejado que se la follé el camionero, ni como ella te deja que te acuestes con tu secretaria… suponiendo que la otra puta sea tu secretaria. Pero no darle un guantazo después de ver cómo ha dejado sus tetas y encima dejarle que la use como cenicero y le haga semejante quemadura en la teta… si me lo hicieras a mí te mataba.
—No te lo haría a ti… por el mismo motivo que yo no se lo he hecho a ella —replicó Pedro con tranquilidad—. Nuestra relación no es exactamente la de un matrimonio clásico.
—¡No! —Elisabeta fingió sorpresa—. Eso ya lo veo. Corté con mi novia por follar con nuestro socio capitalista, el padre de uno de los socios, y eso que estaba pactado que lo haría… si no, no nos habría dejado la pasta. Pero me sentó fatal que comentara que le gustaba. Ahora ella folla con padre e hijo.
»Veo que lo vuestro tampoco es normal… pero hay límites.
—Sí. Los hay —aceptó Pedro con tranquilidad—. Si Ainhoa te tradujo el vídeo verías que yo no obligué a Eva María a ser cenicero, ni siquiera le di indicaciones sobre dejar que le mordiese los pechos. Solo le pedí que engatusase al camionero. Sí, eso implicaba follárselo, lo sabía. Pero lo demás es cuestión suya.
»Pregúntale a ella. Me puedo ir o me puedo quedar. Yo no hablo ruso… pero ahí tienes solo mi palabra. Si quieres me salgo.
—Te lo agradecería. ¿Nos esperas en el bar?
—Pedro asintió e hizo un gesto a Anastasia para que se quedase. Salió al bar. Anastasia empezó a quitarse la blusa.
—¿Qué haces? —la preguntó en ruso Elisabeta.
—Supongo que querrás follar conmigo a solas, ¿no? Por eso se ha ido Amo David.
—No digo que no me gusten tus tetas, pero por ahora no. Lo que quiero es hablar contigo. Y me gustaría que no me mintieras, como tu… ¿amiga? Ainhoa.
—¿Qué quieres saber?
—Para empezar de dónde eres. No sois sudamericanos… Ainhoa puede. Pero él es más dudoso y tú desde luego no lo eres, pese a que uses un nombre como tal.
—No. Como ya has descubierto soy rusa. Nací aquí… bueno algo más al este y a los dieciocho emigré.
—¿Y tan necesitada estas para permitir que te prostituya y te maltrate así? ¿o tanto le amas que no te das cuenta? Él no te quiere, si te quisiera no te trataría así.
—¿Amarle? No, ciertamente no. Si a alguien ame fue a mi difunto esposo. Como él me amaba a mí. ¿Necesitada?... Sí, en cierto modo. Desde que tengo uso de razón mi padre me pegaba y me violaba a diario. Como te decía a los dieciocho emigré. Fui a vivir con un hombre bueno y que me amaba, aunque no fue la típica vida monógama.
»Si hubiera sido musulmán diríamos que tenía un harén. Aunque era compartido. Éramos unas cien mujeres, todas a disposición de él y sus hombres. Era tierno y delicado conmigo. Muy romántico. Se casó conmigo. Aunque eso no quiere decir que no siguiese follando con las demás. Igual que yo lo hacía con sus hombres, incluido su hijo mayor.
»A él era a quien yo más buscaba, porque a diferencia de su padre era un sádico que disfrutaba más haciéndonos daño que follándonos. Y yo tenía corridas brutales con sus torturas. Sí. Hay quien dice que es por cómo me trató mi padre… aunque mi mejor amiga es igual de masoquista que yo y toda su infancia trascurrió entre algodones de una familia rica polaca.
—¿Y cómo acabaste con este proxeneta?
—Él no es… olvídalo, no lo entenderías. Amo David era discípulo , por así decirlo de mi marido. Cuando la guerra…
—No hay guerra en Sudamérica —la interrumpió—. ¿Dónde estabais?
—No abiertamente. No entre países. Cuando la situación con un clan rival se puso mal, si quieres llamarlo así, me envió con él… a mí y a otras, para nuestra seguridad. Ahora que tanto mi esposo como su primogénito han muerto, supongo que él me ha heredado.
—¿Y Ainhoa?
—A ella la conoció por otro motivo. Sabe ruso, que él no sabe, y sabe conducir, que yo no sé. Ahora vamos a hacer algo en San Petersburgo para ella… a cambio ella nos acompañará al Cáucaso a recoger a algunas amigas mías.
—¿Y qué quiere David de mí?
—Supongo que conseguir que nos lleves hacia el Cáucaso sin que conste en la aplicación. La situación de mis amigas es… complicada, en especial de la última. Las que están juntas será más fácil.
»Espero que esto disipe todas tus dudas.
—Todas no. ¿Y lo de dejar que te destroce los pechos a mordiscos y que te usen como cenicero? ¿Prostituirte con el camionero? ¿Por qué?
—David necesitaba la documentación de alguien para alquilar un vehículo… dependiendo de ti, supongo, en San Petersburgo o en el Cáucaso.
»Sabíamos que no bastaba con dinero. Es necesario engatusarlo para que no denuncie, ya que alquilar con vehículo con una documentación robada podría llamar una atención excesiva e inadecuada. Y antes de preguntar: sí yo estaba de acuerdo en follármelo, aun antes de saber quién sería el elegido.
»No te negaré que no era atractivo, y que eso lo hacía más humillante. Pero no siempre puedes follarte un tío bueno como David. Así que cuando me empezó a chupar y mordisquear los pezones le pedí que fuese más duro. Se desplazó de mis pezones a mis tetas y empezó a morder. Le volvía a pedir que más fuerte. Y sí fui consciente del momento en que clavó sus dientes en mi teta y rompió la piel. Y le pedí que siguiese porque casi me llevo al orgasmo y al tercer mordisco más allá. No sé lo que pasará y te mentiría si te dijera que no me preocupa su amenaza de destrozarme las tetas a mordiscos. Podría ser figurativo, pero me temo que sea literal.
—¿Y qué dice David de eso?
—Nada. —Elisabeta puso cara de asombro—. No lo sabe nada. No se lo he traducido aún.
—Lo harás cuando él venga. Quiero ver qué dice. ¿Y lo de usarte como cenicero?
—David no me lo ordenó. Tampoco me lo prohibió.
—¡Es asqueroso!
—Sí. Lo es. Pero como esperaba al terminar me quemó en el pecho con el cigarro… también me hizo comerme los restos, lo cual no esperaba. Por suerte era un puro y no un cigarrillo con filtro.
—¿Esperabas que te quemase?
—Sí. Traté de disimularlo, porque el restaurante estaba lleno de camioneros, pero cuando me quemó me corrí. Sé que me quedará una marca para siempre, pero no me importa.