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TODORELATOS » AMOR FILIAL » TRES DÍAS A SOLAS CON MI SOBRINITA
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Fecha: 18-Sep-23 « Anterior | Siguiente » en Amor filial

Tres días a solas con mi sobrinita

VictoriaSG
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Al morir su cuñado, Ignacio se verá obligado a llevar a su joven sobrina a un concierto. Eso supondrá pasar unos días a solas. Version para imprimir

 El final de una vida siempre es doloroso, pero a veces puede llegar a resultar liberador. Reaccionar ante una muerte cercana nunca es sencillo, miles de sensaciones se agolpan y te queda la responsabilidad de hacer que el impacto sea lo menos duro posible para las personas que te rodean. Yo tuve que asumir funciones que no me correspondían por una jovencita a la que creía conocer.

La vida de un barrendero no acostumbra a ser demasiado emocionante, al menos durante el horario laboral, pero con veinte años se le puede sacar partido prácticamente a todo. Mi buen físico y las horas que pasaba al sol me proporcionaban unos músculos y una piel morena que no pasaban desapercibidos para ninguna muchacha.

En aquella época solo quería ligar y acostarme con todas las chicas posibles. Mi profesión generaba cierto morbo, sobre todo entre las estudiantes del instituto cercano, aunque ninguna me veía como nada más que un polvo fácil y placentero. Yo no necesitaba más, la idea de comprometerme con alguien más que conmigo mismo me parecía muy lejana.

Con el tiempo me volví más responsable y ya no iba detrás de cada falda que pasaba mientras yo estaba barriendo. No es porque hubiese perdido afición, sino porque ya había recibido algún toque de atención. Los encuentros sexuales eran menos frecuentes y yo comenzaba a desear tener algo estable que me garantizara follar a menudo.

Dejé de ser aquel tiburón sin escrúpulos y comencé a plantear a las chicas con las que quedaba la posibilidad de tener algo más. Algunas parecían estar dispuestas a aguantarme más de una noche, pero otras no dudaban en dejarme claro que de mí solo querían lo que me colgaba entre las piernas. De entre las que aceptaron, alguna cambió de opinión al conocer mis metas más cercanas.

Por entonces tenía pocas ilusiones, pero estar siempre rodeado de niños me creó un gran instinto paternal. Quería tener hijos lo más pronto posible para poder disfrutar de ellos al máximo. Pocas eran las mujeres que compartían mi deseo, y menos aún las que querían llevarlo a cabo de manera inmediata.

Eso retrasó mi proyecto de encontrar novia y formar una familia a la mayor brevedad posible. No conseguía confiar en ninguna que no tuviera mis mismos objetivos, hasta que la conocí a ella. Fue de la manera más simple y casual, solo se dirigió a mí para hacerme una pregunta, pero ambos sentimos ese famoso flechazo al instante.

- Estoy buscando esta calle, ¿podrías ayudarme?

- Sí, claro, tienes que ir todo recto y a unos doscientos metros girar a la derecha.

- Ya podría haber elegido mi hermano un lugar menos perdido.

- ¿Estás de visita?

- Me voy a quedar un tiempo con él y su mujer, hasta que encuentre trabajo.

- Pues si necesitas que te vuelva a guiar, ya sabes dónde encontrarme.

- ¿Siempre estás barriendo esta calle?

- Bueno, en realidad me voy moviendo por todo el barrio.

- Entonces no me puedo arriesgar a no encontrarte, mejor dame tu número.

- Me parece mucha mejor idea.

- ¿Con qué nombre te apunto?

- Si "chico guapo" ya lo tienes ocupado pon Ignacio.

- Cuando te llame, que será pronto, puedes guardarme como Pamela.

Al día siguiente ya me estaba llamando para preguntarme por sitios que perfectamente podría indicarle su hermano, lo cual me hizo pensar que estaba interesada en mí. Con esa excusa pasábamos horas hablando e incluso enviándonos mensajes. Yo esperaba verla pasar en cualquier momento mientras trabajaba, pero no sucedía, así que la tensión y las ganas iban en aumento.

Llevábamos ya varias semanas con ese juego y deseaba verla más que nada. Quizás fuese muy precipitado, pero sentía que me estaba enamorando de Pamela. Ella ya había encontrado trabajo y parecía asentada en el barrio, motivo por el cual me animé a pedirle una cita. Me dijo que se lo tenía que pensar y yo creí que lo decía en serio. Solo tardó cinco segundos en decirme que sí.

No estaba nada acostumbrado a citas formales, pero suponía que lo más adecuado era invitarla a cenar a un lugar bueno pero asequible para mi sueldo de barrendero. Lo mismo sucedió con mi vestimenta, quería ir elegante pero sin resultar demasiado exagerado. Era la primera vez que me ponía nervioso antes de ver a una chica.

Desconocía si esa cita representaba lo mismo para Pamela que para mí, pero a simple vista lo parecía. Sin caer tampoco en la exageración, llevaba un vestido corto muy bonito que le permitía lucir las piernas y un escote bastante generoso. En ese último detalle solían coincidir todas las que terminaban en la cama conmigo, pero no me quería precipitar.

- Sí que podría haberte guardado en la agenda como chico guapo.

- Todavía estás a tiempo.

- Eso dependerá de lo bien que te portes hoy.

- Tengo pensado invitarte.

- En condiciones normales no lo aceptaría, pero estoy buscando piso y cada céntimo cuenta.

- ¿No estás bien con tu hermano?

- Sí, pero mi cuñada está embarazada y no hay quien la aguante.

- Qué guay, vas a ser tía.

- Bueno, nunca me han entusiasmado los niños.

- ¿No tienes pensado ser madre?

- Quizás algún día, pero de momento ni me lo planteo.

Aquello supuso un pequeño bajón dentro de una cita que por lo demás fue a la perfección. Esa noche no sucedió nada más, pero Pamela y yo quedamos en que nos volveríamos a ver. A partir de aquel momento comenzamos a tener encuentros frecuentes cada vez menos distanciados en el tiempo. Poco tardó en llegar el primer beso, pero ambos teníamos ganas de más.

Después de un mes de viéndonos casi a diario, todavía no habíamos tenido la oportunidad de acostarnos. No había manera de que mis padres salieran de casa para darnos un rato de intimidad y su hermano tampoco se movía para nada. Pamela tuvo que agilizar la búsqueda de piso en alquiler para que pudiéramos tener ese momento que tanto deseábamos.

La espera se hizo eterna, pero al final lo conseguimos. Nada más recibir las llaves del piso lo inauguramos por todo lo alto. Pamela resultó ser en la cama incluso mejor de lo que llegué a imaginar. Ya había tenido anteriormente la oportunidad de sobarle las tetas de forma fugaz, pero hacerlo sin ropa y poder llevármelas a la boca fue una auténtica gozada.

Casi sin darme cuenta, a las pocas semanas ya estaba viviendo con ella. Tener novia era mucho mejor de lo que había imaginado, y no solo por la cuestión del sexo. Nos compenetrábamos a la perfección, parecíamos estar hechos el uno para el otro. Cada noche nos quedábamos hasta tarde hablando, comentando aspectos de nuestra vida pasada y del futuro en común que esperábamos tener.

- Lo qué está esperando mi hermano es una niña.

- Es lo que ellos querían, ¿no?

- Sí, están muy contentos, la van a llamar Adara.

- Bonito nombre.

- Puede que no sea tan mala idea lo de ser madre algún día.

Pamela me presentó a su hermano y a su cuñada y enseguida me convertí en uno más de la familia. Viví la recta final del embarazo con el mismo entusiasmo que ellos, ansioso por verle la cara a la que también iba a ser mi sobrina. Esperaba que el nacimiento acabara de convencer del todo a mi chica y algún día fuésemos nosotros los afortunados.

La llegada al mundo de la pequeña Adara supuso un antes y un después en la relación familiar. Pamela y yo nos volcamos en ayudar a los nuevos papás y eso nos unió mucho a todos. Mi cuñado se convirtió en el mejor amigo que había tenido nunca, casi como si fuera mi propio hermano. Admiraba su capacidad para lidiar con todos los problemas, sacar adelante una familia y tener tiempo para mí y aconsejarme. Por eso fue tan doloroso cuando nos dejó.

Pasaron dieciséis años durante los cuales apenas hubo cambios. Pamela pasó todo ese tiempo decidiendo si ser madre o no, hasta que ya no fue posible. A pesar de que tener hijos era mi gran ilusión, seguí a su lado por lo que sentía por ella, un amor que día a día se fue erosionando por su falta de sinceridad. Al final, lo que más me unía a ella era mi buena relación con su hermano y lo mucho que apreciaba a Adara, por entonces ya una mujercita.

Me faltaban cosas para poder decir que era feliz, pero al menos llevaba una vida tranquila. Esa calma en el trabajo y, a pesar de todo, en la relación, era lo único que me mantenía con los pies en el suelo y no me incitaba a hacer ninguna locura. Pero una madrugada, toda esa serenidad alcanzada se perdió para siempre. Nada bueno podía llegar de una llamada a esas horas.

- Cuñada, ¿pasa algo?

- ¿Por qué Pamela no me coge el teléfono?

- Lo pone en silencio por las noches... ¿qué ocurre?

- Dile que su hermano ha muerto.

- ¿Qué?

- Tuvo un accidente de tráfico hace unas horas, cuando volvía de trabajar.

- Joder...

- Necesito que alguien venga a quedarse con Adara.

- Vamos para allá.

Despertar a Pamela para contarle que su hermano había muerto fue lo más duro que había hecho en mi vida. Se rompió de dolor como yo ya lo estaba y ambos lloramos abrazados durante un rato, aunque no había tiempo que perder. Tuvimos que vestirnos a toda prisa para quedarnos con Adara mientras mi cuñada realizaba los trámites pertinentes.

Nos encontramos a la joven en estado de shock, incapaz de asumir que su padre ya no estaba. Buscaba el consuelo en los brazos de Pamela, pero sobre todo en los míos. Nuestra relación siempre fue muy especial, aunque en los últimos años yo había decidido distanciarme un poco, ya que las bromas y cosquillas que solía hacerle ya no eran apropiadas en su cuerpo de mujer.

Adara, todavía en pijama y con los ojos hinchados de tanto llorar no se despegaba de mí ni un segundo. En otras condiciones me hubiera incomodado tenerla pegada estando ella tan ligera de ropa, pero en ese momento solo me salía abrazarla y acariciarla, aunque rozara sin querer la piel desnuda de alguna zona más bien íntima.

Aquellos días se convirtieron en una pesadilla que no llegó a su fin hasta que pudimos enterrar a mi cuñado. Aun así nos quedaba por delante un largo camino hasta poder cerrar esa herida, pero al menos íbamos asumiendo la pérdida, que ya no iba a volver. La idea era insoportable para Pamela y para mí, pero sobre todo para su hija, que tenía muchos planes por realizar junto a él.

- Ignacio, tenemos que hacer algo por Adara.

- Claro, lo que sea.

- La semana que viene es el concierto de la cantante esa rubia que le gusta.

- ¿Le compramos entradas?

- No, las tiene desde hace más de un año.

- Entonces, ¿cuál es el problema?

- Habría que llevarla.

- Yo la acerco sin ningún problema.

- Y entrar con ella.

- Eso casi que mejor que lo hagas tú.

- No es tan sencillo como piensas.

- Pues explícamelo de una vez.

- El concierto es en la otra punta del país, tiene los billetes de avión desde hace meses.

- Ya sabes que le tengo pánico a volar, te va a tocar a ti.

- Iba a hacer ese viaje con mi hermano. Sin él, tú eres lo más parecido a un padre.

- Pamela, no vayas por ahí, por favor.

- Tenemos que hacer cualquier cosa que sirva para que se sienta mejor.

- Pero sabes la fobia que tengo a los aviones.

- Tenéis la opción de ir en coche tranquilamente.

- Son demasiadas horas conduciendo.

- Podéis ir sin prisa, mi hermano tenía reservadas dos noches en un hotel de allí.

- Perdería tres días de trabajo.

- Te los deben, mejor pedirlos por una buena causa.

- Sigo pensando que deberías ir tú, eres su tía... y yo no sé nada de adolescentes.

- Y aun así siempre te ha preferido a ti.

Mi sobrina se merecía que hiciese eso por ella, y más después de todo lo que había pasado. Pero era cierto que nuestra relación era buena por el cariño y la complicidad que siempre habíamos tenido, no porque yo supiera cómo tratar a una joven de esa edad. Temía meter la pata al hablar de chicos o de los cambios que sin duda su cuerpo había experimentado en los últimos años.

Pero yo era un hombre de palabra y había dicho que haría cualquier cosa por ella, y eso incluía conducir hasta la extenuación y tragarme un concierto lleno de niñatas. Adara, que siempre se había mostrado dulce e inocente, no me pegaba en ese tipo de ambiente, pero pronto descubriría que, en realidad, poco sabía de ella.

Para no tener que correr y poder hacer descansos largos durante el trayecto, decidimos partir de madrugada. Adara no ponía pegas a nada, y menos sabiendo que aquello suponía perder más días de instituto. Yo llevaba una simple mochila, pero ella cargaba con una maleta enorme cuyo contenido podría haberle servido durante un mes.

A pesar de nuestra buena sintonía, los acontecimientos recientes hacían que me costara entablar conversación con ella sin tener la sensación de estar metiendo la pata. Por suerte, al poco de partir se quedó dormida. La observé durante un rato y, además de sentir lástima por lo que había tenido que vivir, pensé en lo mucho que había cambiado y lo guapa que estaba.

Mi sobrina siguió durmiendo hasta que paramos para comer. Tuve que darle un ligero toque en el hombro para que se despertara. Desde la muerte de su padre conservaba gran parte de la tristeza en sus ojos, pero ese día se mostraba ilusionada, con ganas de ese concierto, a pesar de haber previsto vivirlo junto a él.

- ¿Estás emocionada?

- Sí, tío Ignacio, piensa que llevaba más de un año esperando.

- Ojalá hubieras podido vivirlo con tu padre.

- Pues sí, pero al tampoco le hacía demasiada ilusión.

- No era su estilo de música favorito, eso seguro, pero lo hacía por ti.

- Lo sé, pero en los últimos meses ya no estábamos tan unidos.

- ¿Y eso por qué?

- Supongo que para él no fue fácil descubrir que ya no era una niña.

- ¿Descubrir?

- Sí, bueno... fue a raíz de una cosa que le conté.

- ¿Tiene que ver con chicos?

- Casi.

- ¿Con chicas?

- Acertaste.

- ¿Eres lesbiana?

- En realidad soy bisexual, pero es lo de las chicas lo que mi padre no llevaba bien.

- Supongo que le impactó.

- Sí, pero tú te lo has tomado bien.

- Porque siempre he sido mucho más moderno.

- ¿También te parece bien que mantenga relaciones sexuales?

- Claro, siempre que uses protección.

El resto del viaje se convirtió en una serie de confesiones por parte de Adara a cada cual más sorprendente. No tenía nada que objetar sobre la vida sexual de mi sobrina, siempre que tuviera cabeza y no se buscara una enfermedad o un embarazo no deseado. No me estaba contando nada que no fuese típico de cualquier adolescente de buen ver, pero debía reconocer que imaginarla con chicas me daba bastante morbo.

Podría pasarme el día entero escuchado sus excitantes historias, pero al fin llegamos al hotel y yo estaba reventado de pasarme el día entero conduciendo. Me quedé dormido sin apenas tiempo de valorar el lujo que mi cuñado había dejado pagado antes de fallecer. De fondo se escuchaban las canciones que Adara puso para que me fuera familiarizando.

Cuando abrí los ojos por la mañana, me encontré con Adara recién salida de la ducha. Llevaba la toalla liada alrededor del cuerpo y se disponía a vestirse, creyendo que yo seguía dormido. Sabía que no debía mirar, e intenté no hacerlo, pero me resultó imposible evitar la tentación. La tenía justo delante, de espaldas, y lo primero que me regaló fue un plano espectacular de su carnoso culo.

Tras esa visión que consiguió que me empalmara al instante, me forcé a cerrar los ojos, pero no aguanté ni dos segundos. Al volverlos a abrir, Adara estaba sentada en su cama y se aplicaba crema hidratante en sus jugosos pechos, igual de grandes que los de su tía, aunque mucho más firmes. Sus rosados pezones me apuntaban directamente a mí, me señalaban como acusándome de mirón.

Sabía que lo era, pero no quería perderme lo más tentador de todo. Cuando volvió a ponerse en pie, su joven y pelado coñito me hizo babear ante la perversa idea de llevármelo a la boca. Se puso un tanguita blanco y volví a cerrar los ojos, hasta que medio minuto después ella trató de despertarme, ajena a que ya llevaba un buen rato sin dormir. Aunque ya se lo hubiera visto todo, no esperaba encontrarla en sujetador.

- Tío Ignacio, despierta.

- ¿Qué pasa?

- ¿Cuál de estas camisetas me pega más para el concierto?

- Adara, quedan todavía diez horas.

- Tenemos entradas a pie de escenario, debemos hacer cola para estar cerca.

- ¿Vamos a estar de pie todo este tiempo?

- Sí, pero primero debemos comprar algo para comer al mediodía.

- Yo ya no estoy para esos trotes.

- Pues yo me siento ahora mismo muy emocionada.

- Porque a tu edad puedes aguantar lo que te echen.

- Tampoco creas que tengo tanto aguante.

- ¿No?

- No, porque cuando me emociono me pongo cachonda... eso sí que no lo aguanto.

- Qué cosas tienes...

- ¿Te imaginas que me sube al escenario y se enamora de mí?

- Así que lo que te gusta de esa cantante no es precisamente su música.

- Las dos cosas, no te voy a mentir.

- Siento que te vayas a quedar con las ganas, porque dudo que eso vaya a suceder.

- Al menos es posible que ligue en la cola con otra fan.

- Delante de mí no hagas esas cosas.

- Tío, pues solo me quedas tú para quitarme las ganas.

- ¿Cómo?

- Que estaría bien que me tocaras un poquito para aliviarme.

Todavía en sujetador, Adara volvió a sentarse en su cama y tras subirse la falda, se abrió de piernas para mostrarme el tanga blanco que ya conocía. No conseguí apartar la mirada, pero tampoco era capaz de moverme. Adara apartó el pequeño trozo de tela mostrándome su preciosa rajita, que empezaba a verse húmeda.

Ante mi falta de reacción, mi sobrina comenzó a acariciarse su parte más íntima y yo ya no pude contenerme más. Me senté a su lado y comencé a estudiar mis opciones. Podía besarla mientras ella continuaba, o manosearle sus apetitosas tetas, solo esperaba una señal por su parte para dar rienda suelta a mi parte más oscura.

Esa señal llegó cuando Adara se quitó el tanga, se colocó frente a mí y abrió aún más las piernas. Acerqué tímidamente la mano derecha hasta rozar con la punta de mis dedos su suave y mojada piel. Mi sobrina se estremeció y se acercó todo lo posible para que pudiera hacer con su sexo lo que me apeteciera. Yo tenía claro lo que quería hacer, pero me lo iba a tomar con calma.

Tras explorar pausadamente su zona exterior, me animé a deslizar un dedo hacia su vagina. Adara lo recibió con entusiasmo, así que decidí meter otro más. Sus fluidos eran abundantes y sonoros, en la habitación solo se escuchaban sus gemidos y el ruido que hacía al masturbarla. Ponía los ojos blanco y movía las caderas para que mis dedos llegaran lo más hondo posible.

- Estoy a mil, tío.

- No hables, solo disfruta.

- Imagina que la tuviéramos aquí con nosotros.

- ¿A la cantante?

- Sí, podrías comernos el coño a las dos.

- ¿Eso quieres que te haga?

- Síiiiii.

No lo dudé ni un instante. Me estiré en la cama y hundí la cara en su joven coñito. La lengua iba como loca de un lado para otro, lamiendo todas sus zonas y degustando ese néctar prohibido. Mi sobrina no se cortaba y empujó mi cara con fuerza contra su entrepierna, entorpeciendo mis movimientos, pero dándole a ella más placer.

Sus gemidos cada vez eran más continuos y escandalosos, así que decidí rematar la faena yendo directo al clítoris. En el momento que mi lengua lo rozó, Adara arqueó la espalda y me tiró del pelo. Solo tuve que succionar unas cuantas veces para que mi sobrina alcanzara un potente orgasmo que hizo que mi cabeza quedara atrapada entre sus piernas. Ambos necesitamos un par de minutos para recuperarnos.

- Ha sido brutal, tío.

- Me lo has puesto muy fácil, la verdad.

- Pues imagínate después del concierto, cuando la haya visto y el coño me chorree.

Continuará... 

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