Ese día salí de casa temprano y no volví hasta la hora de dormir. No quería hablar con nadie para evitar tener que dar explicaciones. En el rostro llevaba pintada la zozobra que había dejado en mí el puñetero vídeo.
¿Qué podía esperar de las miradas de los componentes de la casa, cuando sospechaba que los mensajes y la grabación se trataban de una broma macabra de alguno, o varios, de ellos?
El miércoles desaparecí igualmente, aunque esta vez tuve que dar explicaciones. Mi excusa fue un tanto burda, pero no me preocupó: supuestamente había quedado con un amigo en Sevilla y aprovecharía para permanecer en la ciudad hasta el día siguiente, momento en que tendría que recoger a los viajeros en el aeropuerto.
Efectivamente, el jueves recogí a Laura, Ana y Juan, que se mostraban eufóricos y narraban todo tipo de peripecias pasadas durante los días de vacaciones.
Laura se dio cuenta de que algo raro me pasaba y no se mostró demasiado exultante para evitar un choque entre los dos.
—¿Estás bien? —me preguntó en un aparte antes de emprender el viaje hacia Punta Umbría.
—Sí, no te preocupes…
—Pareces enfadado…
—Luego hablamos, ahora no…
La hora y poco del viaje entre Sevilla y la mansión se me antojó eterna. Juan y Ana reían en el asiento trasero, mientras Laura se mostraba reservada y me miraba de reojo.
Cuando por fin llegamos a la casa, subí la maleta de mi mujer a nuestra habitación. Laura me seguía por las escaleras. Cuando ambos estuvimos en el interior del cuarto, le pedí casi sin fuerza:
—Cierra la puerta con el seguro, por favor, tenemos que hablar.
Su rostro mostraba preocupación.
—¿Qué pasa? —me dijo tras correr el pestillo—. ¿Te han vuelto a enviar alguno de esos mensajes idiotas?
—Sí… algo así… pero mucho peor.
Laura se acercó a mí y me tomó la cara con las dos manos.
—¿Qué es esta vez, cielo? —me besó con suavidad—. Te noto desencajado.
En lugar de responder, saqué el móvil, lo desbloqueé y pulsé el play para que el video tomara vida.
*
Cuando el sonido de los comentarios soeces llenó la habitación, Laura se dejó caer sin fuerzas sobre la cama. Rebajó el volumen al mínimo para evitar que se oyera desde fuera y volvió a dar al play una segunda vez. Tras la segunda visualización, arrancó una tercera reproducción y lo volvió a observar sin un parpadeo. Y así hasta cinco veces.
—¡Jo-der…! —dijo tras soltar el móvil sobre la cama cuando pareció cansarse de repetir. Se había llevado las manos a la cara.
—¿Qué te parece? —la miraba timorato, observando sus reacciones.
Me miró a los ojos y saltó ofendida.
—¡Oye…! —dijo levantándose de la cama y poniéndose en jarras—. ¿No creerás de verdad que esa tía soy yo?
—Mira, Laura, yo ya no sé lo que creer.
—¿¡Qué…!? —se enfadó—. ¿De veras me ves como a esa zorra, revolcándose con un tío que la insulta como si fuera una puta?
Tragué saliva. Tenía que decírselo tarde o temprano, así que no me contuve:
—Mira, Laura, si eres tú puedes decírmelo… —titubeaba—. Podemos hablarlo y seguro que lo solucionaremos juntos, pero por favor no me mientas.
—¡No me jodas, Dany! —casi gritó—. O sea que de pronto soy una furcia desatada… ¿La madre de tus hijos se ha convertido en un putón de la noche a la mañana? ¡No puedo creer que hables en serio!
Permanecimos callados unos segundos. Finalmente ella rompió el silencio.
—Además, esa tía no se parece tanto a mí…
—Joder, Laura, si no puede ser más parecida… Mismo pelo, misma constitución, tu piel sonrosada, tus hombros…
—Leches, que no…
Cogió el móvil de encima de la cama, arrancó el video y me lo mostró:
—Mira, esta mujer tiene las piernas super lisas, ni un gramo de celulitis… ¡Ya quisiera yo estar como ella! ¡Menudos muslos!
No abrí la boca. Internamente me decía que ese detalle se podía arreglar con un simple programa tipo Photoshop, pero esperé a que siguiera con sus argumentos, que parecía que aún no habían terminado.
—Además, esa melena… Joder, si se ve que no se la cuida como yo lo hago… Todas las puntas abiertas, seguro que usa champú de mercadillo —pareció llegar al final de sus explicaciones—. Ya quisiera esa tía ser como yo, celulitis aparte.
Me desinflé y me senté sobre la cama. De puntas abiertas del pelo yo no distinguía mucho, así que no podía porfiar. Le quité el móvil de entre las manos y la atraje hacia mí. Me dio un beso suave y posó su cabeza en mi hombro.
—Me cago en el hijo puta que nos está jodiendo… —exclamó dolida—. ¡Cómo le pille!
Entonces me decidí a intervenir:
—¿Y de dónde ha sacado este video? Porque está claro que no se lo ha inventado.
—Vamos, cari —levantó la cara y me besuqueó repetidas veces—. Es un video casero. En Internet hay miles. Lo habrá sacado de por ahí y, viendo el parecido, se le ha ocurrido gastarte la puta broma…
—¡Pues me cago en la broma y en…!
—Ssshhh… —me puso un dedo en los labios—. No grites que no se entere nadie de la casa.
—¿Sigues pensando que el bromista de los cojo… es alguien de la casa?
—¿Y quién si no? —replicó con otra pregunta—. ¿No has averiguado nada en estos días como te pedí?
—No… —confesé—. Me olvidé del tema después de hablarlo contigo. Tanto me convenciste de que era una tomadura de pelo que lo borré de mi mente. Además, no se me ocurre qué hacer. No voy a ir por ahí preguntándoles uno a uno…
Laura se vino arriba.
—Pues a lo mejor me dedico a hacerlo yo misma…
—No… ni de coña…
—Pero, ¿por qué no?
—Porque me muero de la vergüenza…
Se quedó en silencio, parecía reflexionar. Luego se puso en pie de un salto y volvió a coger mi móvil.
—Se me ocurre una buena forma de probar.
—¿¡Qué…!?
Intenté detenerla, pero se me escurrió de entre las manos y, saliendo de la habitación, bajó las escaleras y se plantó en el jardín donde el resto de la familia charlaba alrededor de una de las mesas.
*
—¿Qué vas a hacer? —pregunté cuando conseguí alcanzarla.
—Ahora lo verás.
Desbloqueó el móvil, abrió la app del wasap y marcó el número de «desconocido».
Emitía mi teléfono la señal de llamada, cuando Teo se metió la mano en un bolsillo del bañador y extrajo su móvil. Lo miró un segundo y a continuación pulsó una tecla en la pantalla.
—Hola, tío, ¿qué te cuentas? —soltó y lanzó una carcajada.
No fui capaz de aguantar un segundo ante aquella confesión manifiesta. Salí a la carrera y como un bólido me dirigí hacia él. Pensaba estrangularlo y lanzarlo al agua. En ese orden.
—¡No, Dany, espera…! —oí a Laura gritar, arrancando a correr tras mis pasos.
No creo que tardara más de cinco segundos en cruzar el jardín. Incluso me costó más tiempo porque tuve que rodear la piscina. No obstante, en esos cinco segundos tuve una revelación. Si Teo había montado aquella pesada broma era tal vez como venganza por lo mío con su mujer, Sonia. ¿Se habría enterado de lo nuestro? Si era así, en aquel jardín se iba a montar un vodevil de confesiones y revelación de secretos que no me favorecería en nada.
Y esa idea fue frenando mis zancadas hasta el punto de que me detuve a dos metros de Teo antes de empezar a hablar. Laura había aprovechado mi frenada y me había agarrado por un brazo.
—Oye, Dany, ven, se me ha olvidado decirte algo —dijo Laura sujetándome fuertemente.
Me zafé de la tenaza con un manotazo y ya me disponía a tirar de Teo para que habláramos en un aparte, cuando fue él el que habló.
—Espera, Loren, te pongo en altavoz para que puedas hablar con Dany, que lo tengo delante.
—¡Qué pasa, chaval! —la voz de Loren, compañero de estudios en la facultad de Farmacia era inconfundible—. ¿Cómo te van esas vacaciones? ¿Y de ligues cómo andas?
Todos se echaron a reír, mientras un escalofrío me recorría por entero. Había estado a punto de montar un lío de los gordos por un error garrafal.
—Oye, Loren… —dijo Teo—. Córtate un poco porque al lado de Dany se encuentra su mujer, Laura, ¿te acuerdas de ella?
—¿Laura? —rió a carcajadas—. ¡Vaya si me acuerdo! ¡Como que intenté ligar con ella mil veces y me mandó a la mierda mil quinientas!
Volvieron las risas y Laura aprovechó para sacarme del atolladero.
—Adiós Loren, y que te zurzan… jajaja… —rió mi mujer—. Ya hablaré con tu chica para contarle un par de cosas sobre tú y tus ligues…
Todos rieron y nosotros regresamos de vuelta a la casa.
*
—Por dios, Dany… —dijo mi mujer cuando estuvimos de nuevo en nuestro cuarto—. Te has lanzado a tanta velocidad que no me has dado tiempo a advertirte de que el gesto de Teo con su móvil no tenía que ver con mi llamada.
—Ya… gracias… Me has salvado por los pelos de hacer el ridículo…
Me acarició la mejilla.
—Además… Si es que soy boba… ¡Como que el culpable va a tener encendido el móvil pecaminoso…! Tendría que ser un perfecto imbécil.
Me derrumbé sobre la cama.
—¿Y ahora qué hacemos…? —pregunté sin fuerzas.
—Pues a mí se me ocurre otra idea…
Laura comenzó a quitarse una a una todas las prendas que vestía. En pocos segundos se hallaba totalmente desnuda, mostrándome su bonito cuerpo, tostado como no lo había estado nunca antes. El verano la estaba sentando genial a su habitualmente pálida piel.
Y aquella visión me hizo reflexionar. La mujer del vídeo tenía una piel sonrosada, no tan tostada como la de Laura. O aquella grabación era una farsa —como insistía Laura— o había sido retocada a conciencia.
Por otro lado, divisé algo que no había recordado mientras miraba el maldito vídeo: el tatuaje con forma de corazón que mi mujer lucía en un hombro. Apunté mentalmente que tenía que revisar el vídeo a la búsqueda de posibles señales en la piel.
De todas formas, no era el momento de recordar la grabación que me atormentaba. Laura se había subido a gatas sobre la cama y reptaba sobre mí.
—Llevo cuatro largos días sin conocer varón… ¿Vas a follarme de una puñetera vez o me voy a tener que buscar uno como el del vídeo para que me llame puta mientras me empotra contra el colchón?
Rememorando las imágenes y con la voz melosa de Laura en mis oídos, mi erección había crecido de tal manera que parecía tener vida propia. En pocos segundos, el sexo con mi mujer alcanzaba un nivel de fiereza que no recordaba desde la época en que empezábamos a salir.
Si algo positivo se podía extraer de aquella dolorosa experiencia era que nos estaba uniendo en la cama de una manera en que no lo habría conseguido ninguna consejera matrimonial.
—Córrete, zorra… —le susurraba al oído mientras Laura comenzaba a convulsionar con los estertores del orgasmo al tiempo que me mordía en el hombro para evitar gritar de placer.
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